Música

Coldplay / Music of the Spheres

Hay que entender a Coldplay: de un tiempo a esta parte, cuando hacen buenos discos, el mundo simplemente no escucha. Les pasó con ‘Ghost Stories‘ y les pasó con ‘Everyday Life‘, un enorme fracaso comercial pese a haber sido editado en Navidad. ‘Music of the Spheres’ es como si se hubieran dicho a sí mismos que para salir en la lista de lo mejor del año de la Rolling, ser nominados al Grammy a Álbum del Año junto a otra decena de discos y poco más, mejor no comerse demasiado la cabeza. Por eso ha de ser que ahora vuelven con un disco producido por Max Martin, responsable de los primeros éxitos de Britney y Katy Perry, y de alguno de los últimos de The Weeknd.

El noveno largo de Coldplay tiene su concepto, pero parece improvisado en 5 minutos. Es como si Chris Martin hubiera dado una idea a través de un Zoom, Jonny, Guy y Will hubieran respondido «qué guay» y todo el mundo hubiera vuelto inmediatamente a ponerse alguna fantasía en Netflix. El concepto es un «sistema solar» alternativo con sus planetas, satélites, su estrella, su nebulosa, etcétera. Existe un relato vago -muy vago- sobre un planeta en el que la música está prohibida, y un protagonista llamado DJ L’Afrique que desafía tal ley en la pomposa ‘Humankind’, versando todo en realidad sobre la importancia del amor, no importa la galaxia. Janelle Monáe habría sido capaz de montar con pocos elementos el nuevo ‘Blade Runner’. Lo de Coldplay es más bien el guión de una función escolar a la que le ha tocado la lotería en el reparto de los presupuestos.

Chris Martin explica que le gusta hacer discos «como un todo, con interludios y secciones musicales entre las canciones». Uno de los problemas principales de ‘Music of the Spheres’ es que se han pasado de frenada en ese sentido, dando tanto protagonismo a esas secciones musicales vacuamente tituladas a modo de emoji, que a fin de cuentas las composiciones presentadas son escasas ya en número al margen de su calidad. Como para resarcirse, cierran el álbum con un tema de 10 minutos llamado ‘Coloratura’ que de hecho avanzaron a modo de «buzz single», y hasta esa jugada deja un agridulce sabor de boca en el conjunto. ‘Coloratura’ es una interesante composición con sus pasajes orquestales, su arpa, la irresistible toma vocal de Chris Martin derritiendo con su pronunciación de la frase «in this crazy world, I do», recordando que siempre ha sido un gran cantante… ¿pero dónde están esa ambición y esas texturas en el resto del disco? ¿Seguros de que esto no es un improvisado EP de media hora con un bonus track procedente de otro universo paralelo?

Lo único que no parece improvisado por aquí son las colaboraciones. Chris Martin, anticipándose a las críticas que siempre les han perseguido y que les crucificaron con razón cuando lograron el mayor éxito de toda su carrera acompañándose de Chainsmokers porque no había nadie mejor, ha justificado la presencia de BTS y Selena Gomez hablando de madurez, nada menos. Dice que de jóvenes, Coldplay se «encerraban en una habitación para componer, empeñados en demostrarse a sí mismos lo que valían». «Esos tiempos han pasado y es más importante para nosotros colaborar con otros artistas de diferentes géneros porque añade color y carácter a la música». BTS en ‘My Universe’ han añadido más streamings que carácter, pues lo mejor que puede decirse de su intervención es que uno de sus miembros, Jung Kook, suena en un momento igual que Justin Bieber; hablando de lo cual a la pobre Selena Gomez ya podían haberla llamado para una balada con más lustre que ‘Let Somebody Go’. Su letra sobre el amor que se acaba no puede ser más genérica y lo único que se salva de ella son los teclados tipo 80’s.

Es la década a la que también remite el single ‘Higher Power’, en conexión con las canciones de karaoke de Survivor y Journey. Un tema que busca «el astronauta en nuestro interior, alguien capaz de hacer cosas increíbles» sin encontrarlo. Otra ocasión perdida es la de la voz con el «pitch» tuneado efecto «alien» de ‘Biutyful’ (sic), al menos pegadiza. Todo lo que Frank Ocean consiguió en ‘Nikes’ -la melancolía, la sugerencia, lo tortuoso-, tirado por la borda en favor de lo simplemente ñoño. ¿Es que ni siquiera escucharon o recuerdan cómo Flaming Lips sacaron partido de lo robótico en la era ‘Yoshimi’?

Cuando crees que el disco no puede ir a peor, Coldplay deciden dedicar uno de los interludios a sus fans latinoamericanos, para lo cual lo mejor que se les ha ocurrido es reunir un montón de «oé, oé, oés» como sampleados de uno de esos estadios de fútbol y tratarlos en el estudio. Así han desperdiciado al enorme Jon Hopkins en ‘∞’. Entre las dudas que deja el glam rock pasado por el filtro de Muse de ‘People of the Pride’, sobre un hombre que se cree Dios, una de las pocas canciones recuperables la próxima Navidad es la del emoji con forma de corazón: «Human Heart» para los viejos amigos. Habla sobre la falta de comunicación entre los seres humanos, sobre «chicos que no lloran y chicas que fingen», y parece producida por el primer Bon Iver, para bien.

Tras todo este experimento post-pandemia, también justificado con la idea de que Chris Martin necesitaba ofrecer algo alegre a sus seguidores en tan adversas condiciones para la humanidad, Coldplay pueden mirar su cuenta y comprobar satisfechos cómo aumentan al fin los ceros. Debe de ser frustrante hacer buenos discos de pop-rock que la gente simplemente no oye por dejadez, y si no, que se lo pregunten a los Killers. Los únicos que perdemos en esta jugada somos aquellos que defendemos con ahínco la mitad buena de su discografía: se nos está quedando cada vez más cara de pringados.

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Publicado por
Sebas E. Alonso