¿Por qué tanta gente odia a Coldplay?

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¿Por qué tanta gente odia a Coldplay?

Una de las primeras manifestaciones de odio registradas contra Coldplay es un mensaje publicado en el foro ILX por un usuario llamado Michael Taylor el 6 de agosto de 2001, poco más de un año después de su debut discográfico con ‘Parachutes‘. “Dios santo, es el grupo más carente de vida, personalidad, carisma o emoción que he visto jamás. Mi padre creyó que eran una banda local de instituto. Y no voy a entrar en la absoluta falta de contenido de su entrevista post-concierto”, escribió. 20 años después los motivos para detestar a Coldplay no han cambiado, pero sí se han reforzado con nuevos argumentos conforme la banda se convertía en la más famosa del siglo XXI.

Tienen tres álbumes entre los 40 más vendidos del siglo, ostentan el récord de 9 premios Brit, su gira de 2016 ‘A Head Full of Dreams’ es la 5ª más exitosa de la historia y son la única banda en haber encabezado el cartel de Glastonbury en cinco ocasiones. A día de hoy son el 19º artista más escuchado del planeta en Spotify y, junto a Queen y Eminem, el único del top 20 que lleva más de dos décadas en activo. Porque lo que Michael Taylor no contó en aquel mensaje en el foro (o quizá todavía no había descubierto) es que a su padre, por mucho que los confundiese con una banda local de instituto, probablemente le encantase Coldplay. Como a casi todos los padres. Como a casi todo el mundo. El estatus del grupo ha generado una paradoja similar a la del gato de Schrödinger: a todo el mundo le gusta Coldplay y, a la vez, todo el mundo odia Coldplay.

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No siempre fue así. A principios de los 2000, el nu metal de Linkin Park y Limp Bizkit se postulaba como heredero del grunge en Estados Unidos, mientras que en Reino Unido Coldplay y Travis proponían una evolución melancólica del Britpop cuyo mensaje venía a ser “estoy sufriendo pero al menos se me permite sentir que estoy vivo”. ‘Parachutes’ y ‘A Rush of Blood to the Head’ recibieron críticas positivas (generalmente con adjetivos como “solvente”, “eficaz” o “emotivo”) y sus ventas millonarias empezaron a desmarcarlos del indie: Coldplay tenía una habilidad asombrosa para manufacturar singles perfectos para la radio (‘Yellow’, ‘Trouble’, ‘In My Place’, ‘The Scientist’, ‘Clocks’) y para conectar emocionalmente con la masa. En 2003 Chuck Klosterman, en su colección de ensayos ‘Sex, Drugs and Cocoa Puffs’, escribió que Coldplay “fabrica amor falso tan frenéticamente como la puta Ford fabrica Mustangs”. Durante aquellos primeros años, Coldplay ocupó un espacio en el mercado del rock que podría denominarse como “la banda indie que le gusta a la gente a la que no le gusta el indie” que después ocuparían Muse, Franz Ferdinand o The Killers.
Y entonces llegó Gwyneth.

Se podría señalar 2005 como el año 0 del odio contra Coldplay. En ‘Virgen a los 40’ Paul Rudd le decía a Seth Rogen “¿Sabes cómo sabes si eres gay o no? Si te gusta Coldplay”. Y para cuando se lanzó el tercer álbum de la banda, ‘X&Y’, Chris Martin se había casado con la actriz Gwyneth Paltrow y habían tenido una hija a la que bautizaron Apple. Entre ‘A Rush of Blood to the Head’ y ‘X&Y’ Chris Martin se convirtió en una celebrity. En un episodio de ‘Sexo en Nueva York’ de 1999, Stanford le dice a Carrie “Todo el mundo va al psicólogo hoy en día, hasta Gwyneth Paltrow” y ella responde “¿Y cuál es su problema, que se gusta demasiado a sí misma?”. Años antes de que Paltrow se reinventase como gurú del wellness, con su empresa de estilo de vida Goop, ya transmitía esas vibraciones de creerse mejor que los demás. Hasta la historia de amor con Martin era mejor que cualquiera de las tuyas: tras la muerte de su padre, el productor Bruce Paltrow, la actriz solo encontró consuelo en la música de Coldplay. Así que Chris Martin compuso ‘Fix You’ para ella.

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El público admira la fama siempre y cuando parezca accidental. Y aquel tercer álbum, ‘X&Y’, demostró que ya no había nada accidental en Coldplay: sus emociones inmensas y sus melodías grandiosas estaban concebidas para ser consumidas en estadios. El primer corte del álbum evocaba las notas de ‘Así habló Zaratustra’ de Richard Strauss. La intimidad de los dos primeros discos dio paso a una grandilocuencia universal (las letras de Martin suelen plantear tristezas abstractas con las que cualquiera pueda sentirse identificado) o, dicho de otro modo, optaron por continuar el camino de ‘Clocks’ en vez de por el de ‘Politik’. El primer single, ‘Speed of Sound’, era virtualmente la misma canción que ‘Clocks’, mientras que ‘Fix You’ estaba destinada a acompañar momentos dramáticos en series americanas (tal y como hizo, por ejemplo, con la muerte de Caleb en The OC). ¿Qué exactamente hay que arreglar en ‘Fix You’? Martin no concreta, sino que prefiere detallar el sufrimiento.

‘X&Y’ marcó el comienzo de Martin cantando más en segunda persona que en primera: sus canciones renunciaban a sonar autobiográficas para sonar universales. En ‘Talk’, cantaba “¿Estás solo o incompleto? Te sientes como un puzzle que no encuentra la pieza que le falta (…) ¿Hay alguien ahí fuera que esté perdido y sufriendo también?”. Pitchfork llegó a describir su música como “Agresivamente banal”.

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Hay artistas que reaccionan al éxito sorpresa recluyéndose en sonidos menos comerciales (Alanis Morissette, Lorde, M.I.A., Arcade Fire), pero Coldplay hizo exactamente lo contrario: vendieron millones de copias de sus dos primeros álbumes sin pretenderlo pero, a partir del tercero, se propusieron vender todavía más. A partir de entonces la mayoría de sus canciones han sonado como si estuvieran pensadas para un anuncio de televisión. Y han dado con una alquimia que parece reconfortar a gran parte de la humanidad, gracias a lo que Alexis Petridis definió en The Guardian como “la habilidad infalible de Martin para componer melodías que resultan extrañamente familiares desde la primera escucha”. En una ocasión Thom Yorke, el cantante de Radiohead, definió el sonido de Coldplay como “música de estilo de vida”.

Lo que más irritaba a los críticos y a los melómanos es que, al despojar al rock de su pátina de “autenticidad” y “rebeldía”, Coldplay había diluido la fórmula para quedarse solo con la parte del rock que daba dinero: las giras de estadios. Suenan en todas las emisoras de radio, en todos los hilos musicales y en el Spotify de todos tus familiares. “Han alcanzado una popularidad masiva con su potente mezcla de encanto adorable, composiciones serviciales e inocuidad” afirmaba la crítica que Joe Tangari publicó de ‘X&Y’ en Pitchfork, “su evidente deseo de ser todas las cosas para todas las personas no ayuda, están construidos para la escucha fácil. Quizá sea inútil odiarlos, pero se han convertido en la banda del planeta hacia la que sentir indiferencia es más fácil”.

Ante el lanzamiento de ‘X&Y’ el New York Times publicó un editorial titulado “El caso contra Coldplay”, en el que el crítico musical del periódico Jon Pareles la definía como “la banda más insufrible de la década”. De sus composiciones, decía que tenían “melodías tan imponentes como la arquitectura romana, sólida y simétrica”. Criticaba que Martin compusiese en tonos más altos que su rango natural para sonar más frágil, lo cual le obligaba a saltar de su voz de tenor al falsete con lo que describía como “el tic más irritante de Coldplay”: un sonido a medio camino entre el yodel y el hipo. “A diferencia de Radiohead” concluía Pareles, “Coldplay no tienen ningún interés en ser oblicuos o mordaces”.

La crítica a menudo ha responsabilizado a Coldplay de haber castrado el rock

Las comparaciones con la banda de Thom Yorke atormentaron a Coldplay durante años. El crítico musical Andy Gill, en su artículo para el Independent “Por qué odio a Coldplay”, describió que su música “suena a Radiohead pero con todos los aspectos punzantes, difíciles e interesantes cocidos y eliminados; el resultado tiene la consistencia de una espinaca marchita”. La crítica a menudo ha responsabilizado a Coldplay de haber castrado el rock. Gill lamentó que su actitud “desarraigada de comida sana y leche de soja está firmemente estrangulando la vida del rock & roll” y señalaba directamente al gobierno de Tony Blair: “El Blairismo eliminó todo componente ideológico del pop moderno vaciándolo de su ímpetu político en favor de iniciativas solidarias menos problemáticas para los famosos”. “No somos tan buenos musicalmente como Radiohead” se defendió Chris Martin en 2011, “Pero somos mucho más atractivos”.

Martin es tan poco cool que cuando Rolling Stone lo sacó en portada en 2008 el titular fue “The Jesus of Uncool”. El periodista musical Jon O’Brien considera que “Coldplay y, en menor medida, Travis abrieron las compuertas para aquellos músicos que no se identificaban con la mentalidad de la estrella del rock”.

Martin tuvo una infancia feliz. Su padre era contable, su madre profesora de música. No bebe, no fuma, no se droga y perdió la virginidad a los 19 años. Su primera relación sentimental fue con Gwyneth Paltrow. El propio Martin reconoció en 2008 “No somos guays y nunca lo seremos”. En un artículo del New Yorker titulado ‘Por qué no me gusta Coldplay’, Sasha Frere-Jones enumeraba los motivos de su aversión. Uno de ellos era “El mismo por el cual no usas Facebook desde que tu madre se abrió una cuenta”.

En aquella entrevista de Rolling Stone, el cantante defendió que rebelarse ya no es tomar cocaína y llevar ropa de cuero. “El espíritu del rock & roll es la libertad. Es seguir tus creencias y que no te importe lo que dicen los demás. No importa que no moles tanto como los Ramones. Nunca vas a molar tanto como los Ramones. Sé que nos van a ridiculizar o que pareceremos estúpidos, pero mientras creamos en lo que hacemos no vamos a disculparnos por ello”. Chris Martin parece atrapado en la tensión entre empeñarse en presentarse al mundo como un muchacho humilde, normal y corriente y ser amigo de Jay-Z y Beyoncé.

La imagen pública de Chris Martin sufre de lo que la ensayista Anne Helen Petersen bautizó como “El síndrome Anne Hathaway”: “Cuando lo haces todo bien y la sociedad te odia por ello”. “Con todo su talento, Chris Martin es un funcionario comiéndose su sándwich de queso en su cubículo” escribía Ryan Bassil, “Es el tío que conociste en una fiesta al que deberías borrar ya de Facebook pero no lo has hecho. Es tu profesor de teatro saludando con las dos manos. Hay algo tan común en él, tan prosaico, que si una persona genérica escribiera una canción y te la mandase por DM en un link de Soundcloud esa canción sonaría parecida a ‘Yellow’. Al elegir no disfrutar con la música de Chris Martin, estamos eligiendo aspirar a algo más alto, más duro y más alejado que la media”.

Resulta curioso que Martin lleve 20 años respondiendo a preguntas sobre el odio que despierta en una minoría en vez de sobre la popularidad que ostenta entre la mayoría. En 2011 él mismo comparó la música de Coldplay con “un buen sándwich”: sus respuestas suelen sonar tan repelentes que solo avivan las llamas de sus detractores. “Quizá tiene que ver con mi pelo. Quizá somos demasiado femeninos para el público masculino y demasiado masculinos para el público femenino. Pero nos sentimos bendecidos porque somos los mejores amigos y lo atravesamos todo juntos. Absorbemos la energía de la gente que nos odia y la convertimos en algo positivo. Es como en ‘Regreso al futuro’, cuando convierten la basura en una máquina del tiempo”. Esa es otra costumbre de Martin: utilizar la referencia más mainstream posible para cualquier metáfora. Para anunciar que ‘A Head Full of Dreams‘ sería el último álbum de la banda, lo comparó con ‘Harry Potter y las reliquias de la muerte’.

Martin es la versión musical, famosa y millonaria del captador de la ONG que se te acerca y te dice “¡Perdona! Se te ha caído… una sonrisa”. Cuando actúa, recorre el escenario dando saltitos con entusiasmo. Cuando Coldplay ganó el Grammy a la Mejor grabación del año por ‘Viva la Vida’ en 2009, lo recogieron vestidos como los Beatles en la portada de «Sgt. Pepper’s». La noche que murió Tom Petty, cantó en su concierto ‘Free Fallin’ a dúo con James Corden. A mitad de la canción, Martin miró al cielo y dijo “Gracias, Tom”.

“Coldplay son una pandilla de mariquitas masturbadores” sentenció el cantante de Sex Pistols Johnny Rotten, “Compadezco a los pobres desgraciados que tienen que verlos”. Liam Gallagher dijo que no parecían estrellas del rock sino profesores de geografía. Y más educado fue David Bowie, quien cuando la banda le envió una canción para colaborar respondió: “No es un tema muy bueno, ¿no?”.

Cuando se anunció el retraso del lanzamiento de ‘X&Y’, las acciones de su discográfica bajaron un 17%. Chris Martin siempre se ha manifestado contra el sistema corporativista y ha abogado por el comercio justo (a menudo actúa con un símbolo = pintado en la mano y pide a los asistentes a sus conciertos, en varias ocasiones, que donen dinero a la Cruz Roja), pero a la vez hay pocos artistas que operen tan dentro del sistema como él. En 2008 Coldplay firmó un contrato exclusivo con Apple para promocionar ‘Viva la Vida’. Y surtió efecto: es el disco más vendido de la década en formato digital.

Aquella canción inscribiría a Coldplay en piedra como la banda más grande del siglo XXI. Por un lado, porque vivimos en un mundo en el que percepción es realidad y ‘Viva la Vida or Death and All His Friends’ suena a título de gran disco. Por otro, la canción trascendió inmediatamente como un himno no solo del rock, sino como un himno a secas. Se corea en bodas, en verbenas y, sobre todo (gracias a la parte que se presta a cantar “Loroloro”), en partidos de fútbol. ‘Viva la Vida’ trascendió en la civilización tan rápido que alcanzó la categoría de ‘We Are The Champions’ en cuestión de semanas. La épica de sus cuerdas y de su letra, con referencias a campanas de Jerusalén y a la caballería romana, resultaba irresistible para los seres humanos en general y para los que se saben de memoria el discurso de Gladiator (“Mi nombre es Máximo Décimo Meridio, etc”) en particular.

“Las letras de ‘Viva la Vida’ suenan como si un profesor de inglés le hubiera pedido a un niño que escribiese un poema sobre las Olimpiadas”, criticó Jacob Shelton. El verdadero talento de Coldplay es localizar el mínimo común denominador y elevarlo a la máxima potencia musical. “Hace falta una comprensión especial de lo que mueve al espíritu humano para acumular dos horas de canciones capaces de levantar un estadio entero. Coldplay tiene esa clase de repertorio”, admiraba Chris Deville. O como preguntaba John Harris en un editorial de The Guardian de 2015, “¿Cómo puede algo tan banal ser tan poderoso?”.

“Abordan problemas y situaciones sin definir”, analizaba Ryan Bassil en su artículo para Vice de 2016 ‘¿Por qué odiamos a Coldplay?’, “Destacan sentimientos, en vez de ideas, dejando que el oyente coloque su propio contexto en las canciones. Son un ejemplo de que la música no siempre tiene que hacer preguntas o desafiar al oyente. A veces basta con que le afecte”.

Durante los 2000 solo parecía haber dos tipos de música en la radio: R&B y Coldplay

Los hits que despachó ‘Mylo Xyloto’ (‘Every Teardrop is a Waterfall’, ‘Paradise’ y ‘Princess of China’), un disco que fue número 1 en 34 países, confirmaron el salto de Coldplay al pop. Para cuando se atrevieron con el EDM ya estaban por encima de los géneros. Su influencia en la música comercial es inabarcable y durante los 2000 solo parecía haber dos tipos de música en la radio: R&B y Coldplay. Coldplay caminó, corrió y voló para que grupos como Snow Patrol, Keane, The Fray, One Republic (cuyo líder, Ryan Tedder, está además detrás de hits de Beyoncé, Adele, Taylor Swift o Ariana Grande) o Maroon 5 (con su falsete y su sensibilidad, la única ambición de Adam Levine parece ser la versión pornográfica de Chris Martin) pudieran, cuanto menos, aletear. Drake, Frank Ocean y David Guetta han sampleado a Coldplay. El éxito de solistas como James Blunt o Ed Sheeran parece una consecuencia directa del cataclismo comercial que supuso Coldplay. Muse, ese fenómeno atípico que llena estadios sin tener hits en el mainstream, consiguió su mayor éxito con la muy Coldplay ‘Starlight’. La mitad de las canciones ganadoras de Eurovisión (‘Heroes’, ‘Arcade’) evocan la ampulosidad sentimental de Coldplay. Incluso U2, la banda que en teoría más influyó a Coldplay, ha acabado sonando como Coldplay. Si da la sensación de que Coldplay satura y está en todas partes es porque, incluso cuando ellos no están, su sonido sigue sonando en todas partes.

En 2015 se anunció que Coldplay protagonizaría el show del intermedio de la Super Bowl y el clamor de protestas en redes sociales llevó a la NFL a añadir a Beyoncé y Bruno Mars. En el show, Martin trató de compensar sus limitaciones vocales con su energía de niño que ha bebido demasiada Fanta, pero la irrupción de Mars y Beyoncé electrificaron el escenario con semejante voltaje que cuando al final Martin reaparecía el público casi se había olvidado de él. Las estrellas invitadas sirvieron para que Chris Martin, quizá el hombre más blanco del planeta, pareciese aún más blanco. Al final de la actuación, en uno de los momentos más Coldplay de toda la trayectoria de Coldplay, Martin dijo “Quien quiera que seas, estés donde estés, estamos juntos en esto” mientras la grada formaba el mensaje “Cree en el amor”. ¿Suena bien? Suena estupendamente. ¿Significa algo? En absoluto. Muchos detractores opinan lo mismo sobre su música.

¿Lo que más odias de Coldplay es que en realidad te gustan?

“El show del intermedio de la Super Bowl marcó la designación oficial de Coldplay como el saco de boxeo de la cultura pop”, exageraba Nylon. No ayuda a rebatir esa percepción que los detractores de Coldplay se manifiesten con vehemencia mientras que sus partidarios (que son la inmensa mayoría de la población) no es que se partan la cara por defenderlos. La universalidad genérica de sus canciones y de su carácter hace que a casi todo el mundo le guste Coldplay, pero también hace que a casi nadie le apasione Coldplay. De ser “esa banda indie que le gusta a la gente a la que no le gusta el indie” han pasado a ser, en cierto modo, “la banda favorita de la gente a la que no le gusta la música”. O como concluía el periodista Nico Lang en su análisis de la Super Bowl, “Cuando tú y tu abuela mováis la cabeza a la vez escuchando ‘Yellow’, tendrás que admitir que lo que más odias de Coldplay es que en realidad te gustan”.

En 2014 Martin y Paltrow se separaron, pero se aseguraron de que sintieras que también se separaban mejor que tú al llamarlo “desparejamiento sensato”. Aunque a muchos les sorprendió el matrimonio entre Martin y Paltrow, con el tiempo las canciones de Coldplay se han ido acercando a la autoayuda de realismo mágico neoliberal de Goop que responsabiliza al individuo, y no al sistema, de todos sus éxitos y fracasos (“Solo tienes que creer en ti misma y lo conseguirás”): ‘A Sky Full of Stars’, ‘Adventure of a Lifetime’, ‘A Head Full of Dreams’ o ‘Hymn for the Weekend’, la canción favorita de la gente que dice “juernes”. De colaborar con Brian Eno, legendario productor que supervisó el sonido de ‘Viva la Vida or Death and All His Friends’ y ‘Mylo Xyloto’, pasaron a colaborar con Aviici o los Chainsmokers. De regodearse en su tristeza han pasado a regodearse en su felicidad, con un mensaje positivista que, una vez más, conquista a la masa pero irrita a los más cínicos. Porque Coldplay es en muchos sentidos el mejor test de Rorschach del pop: tu opinión sobre ellos dice más sobre ti que sobre su música. Coldplay es la forma más inmediata de expresar tu posición respecto a la cultura: ¿Deseas diferenciarte de la masa o prefieres integrarte en ella?

Coldplay es en muchos sentidos el mejor test de Rorschach del pop

“Sus himnos están diseñados aerodinámicamente para elevarse y reverberar a través de los estadios de todo el mundo” celebraba Paul de Revere en Pitchfork, “Para que los canten al unísono tanto angloparlantes nativos como personas que tienen el inglés como segunda lengua. En una era en la que la monocultura está muriendo, ¿qué podría ser más preciado?”. Coldplay han puesto banda sonora al planeta durante las primeras dos décadas del siglo XXI: lo acompañaron en su transición de lo analógico a lo digital, del rock al pop, de la melancolía emo de principios de los 2000 a la positividad eufórica de Instagram. Representaron la globalización al incorporar sonidos de Afropop, música japonesa y r&b. Como dijo John Mayer, “En cuanto a su identidad, Coldplay ha encontrado la forma de ser de todas partes”.

Pero por encima de todo, el implacable triunfo de Coldplay simboliza el triunfo del sistema, al demostrar hasta qué punto las emociones pueden empaquetarse y manufactuarse para venderse como un producto de consumo. “Coldplay son amados, despreciados, ubicuos y tolerados. Igual que el estatus quo para el que hacen música” escribía Sonia Saraiya en AvClub, “Llegaron en el molde de Radiohead, R.E.M. y U2, pero sin sus aristas artísticas, su lírica o sus inclinaciones políticas. Han ganado una fortuna gracias a la no-intención. Coldplay, especialmente después de ‘X&Y’, son más un sonido que una banda. Un adjetivo, más que un nombre. Coldplay es un grupo de hombres cuyo negocio es hacer que Coldplay siga sonando como Coldplay. Su talento es saber exactamente cuánto debe durar un pasaje instrumental para alcanzar el máximo efecto emocional. Su sentido del ritmo no tiene precedentes: gran parte del éxito de Coldplay es atribuible a su habilidad para decidir cuándo tiene que entrar la batería”.

Para desgracia de sus detractores, desde que anunciaron que ‘A Head Full of Dreams’ sería su último disco han hecho dos más. ‘Everyday Life’, una vuelta al rock que pasó casi desapercibida, y ahora vuelven con ‘Music of the Spheres’. Y por lo visto ser la banda más famosa del planeta se les queda pequeño, porque estrenaron su primer single, ‘Higher Power’, en la Estación Espacial Internacional. En una conversación por vídeo con su inquilino, el astronauta francés Thomas Pesquet, Martin le dijo “Como ahora no podemos tocar para nadie en la Tierra, hemos pensado que tocaremos solo para ti”. En ‘Higher Power’ han colaborado por primera vez con el mayor fabricante de hits del siglo XXI, Max Martin (Britney, Backstreet Boys, Katy Perry). Porque los chicos de Coldplay nunca tendrán suficiente éxito, ni suficiente fama, ni suficiente dinero. Se estima que la fortuna del bajista, Guy Berryman, es 100 millones de euros. Y ni siquiera se plantean que eso resulte irritante. Quizá eso sea lo más irritante de todo.

Juan Sanguino es autor de dos libros, ‘Cómo hemos cambiado‘ y ‘Generación Titanic‘, a la venta en la tienda de JENESAISPOP. Gastos de envío gratis a partir de 30 euros con el código YOAPOYOALAPRENSAMUSICAL

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