«Ecléctico». Esa fue la palabra con que se definió el cuarto disco de Adele en el primer reportaje sobre ’30’. «¿Y eso es bueno?», fue lo primero que nos preguntamos todos. El eclecticismo es una virtud -si no directamente una obligación- entre los artistas del siglo XXI, pues tienen que hacer literalmente de todo para mantenerse a flote. También puede ser peyorativo, para hablar de trabajos dispersos, inconexos, deslavazados.
En la cultura popular, Pedro Almodóvar y Blondie, por poner dos ejemplos, han hablado de «eclecticismo» para definir su arte. A él le caracteriza su paso de la tragedia a la comedia en el mismo plano, mientras Debbie Harry, que hizo música disco, punk, reggae y pop 60’s indistintamente, fue la primera mujer blanca en llevar al número 1 un rap. También tenemos a Hugh Grant con un uso menos apetecible del término: «la única razón por la que mi trabajo parece tan ecléctico hasta un determinado período, es que era un fracaso como actor».
En el caso de Adele Adkins era necesario mover ficha: ya había vendido mucho más de lo imaginable con ‘21‘ y ‘25‘, había ganado por ellos sendos Grammys a Mejor Álbum del Año, y seguir por esa línea habría sido un error. Ella es de Londres y de barrio, no de Las Vegas; las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes.
En primer lugar, el single ‘Easy On Me’, sin emular el sonido de ninguno de sus mayores hits en particular, sí se asentaba en una línea de piano como creada por su maestra de siempre, Carole King. En algunos círculos parece ser una canción infravalorada, en el mundo real es un macrohit de cifras avasalladoras, tan bueno y puro que ni nos lo merecíamos, ni mucho menos el aburrido algoritmo que todo lo maneja a día de hoy en Spotify. Es la composición que mejor refleja el espíritu de ’30’, que sí es un disco post-divorcio, pero no tanto sobre el dolor que provoca una ruptura, como una justificación de la misma para su hijo, y una reflexión sobre lo desastre que se siente la artista en el plano personal. «Cambié quién era para poneros a los dos primero / pero ya no puedo más», dice esa letra que solicita un buen trato de manera tierna, y que pone los pelos de punta en ciertas pronunciaciones de la palabra «easy» durante el puente. La voz de Adkins no se ha ido a ningún sitio: sigue siendo la mejor cuando es más clásica, antes de animarse a volar hacia otros lugares.
‘Hold On’, con su coro góspel y su clímax peleando por emerger, va un poco en esa línea con una letra que habla de «ser nuestro propio enemigo» y «odiarnos a nosotros mismos», en este caso con una estructura diferente, que se extiende hasta los 6 minutos. Como la setentera ‘I Drink Wine’, un gran título que debería explotarse con el merchandising correspondiente, sobre todo en España, el tercer país en producción de vino a nivel mundial, pero a la cola en consumo. Adele, que se reconoce enganchada al rosado en concreto, utiliza aquí el viejo recurso del alcohol para escapar de uno mismo y reflexionar sobre cómo tropezar varias veces en la misma piedra no nos enseña nada, sobre cómo nos obsesionan las cosas que no podemos controlar, o sobre cómo nos traicionamos a nosotros mismos para agradar a los demás. «¿Por qué busco la aprobación de gente que ni siquiera conozco?», cuestiona.
’30’ habla puntualmente de la sensualidad (‘All Night Parking’), y de la necesidad de salir adelante en su tramo último; si bien la verdadera variedad la aporta la música. Los experimentos que mejor han salido están situados al principio y al final: ‘Strangers by Nature’ es un ejercicio de neo-soul minimalista sin estribillo que podría haber producido James Blake, solo que manteniendo una orquestación de musical, cinética, como de ‘Moonriver’ moderno. De hecho, lo ha hecho con el ganador de un Oscar Ludwig Göransson. Está muy relacionado con el desenlace optimista de todo esto, ‘Love Is a Game’, inspirado en ‘Judy’ (Garland) y con unos divertidos coros girl group quizá pitcheados, quizá llevados al extremo de lo cómico, el mejor ejemplo de que una producción moderna -la de Inflo- sienta como un guante a Adele.
A ese lado de la balanza se sitúa también a la postre ‘My Little Love’, el tema que le dedica a su hijo entre mensajes de contestador automático y llantos. Es un puñetazo de realidad arriesgado como pista 3, que se deshace de su incomodidad con una producción de órdago que recuerda a los tiempos en que Massive Attack estaban obsesionados con Marvin Gaye. No puede desangrarse más frente a la audiencia, ya no por incorporar la voz de Angelo, sino por ese «mamá tiene mucho que aprender», ese «quiero estar en chándal y cosas así, me siento sola y tengo miedo de sentirme así mucho tiempo» y ese «tengo resaca, lo cual nunca ayuda, pero siento que hoy es el primer día desde que le dejé en que me siento tan sola».
Adkins es muy directa como letrista, su imaginativa no se ha desarrollado demasiado en ese sentido, pero lo que quiera que le falte ahí lo suple como vocalista arropada por el difunto Erroll Garner en ‘All Night Parking’ o con la guitarrita de ‘Woman Like Me’. Todos sabíamos que podía hacer un álbum de R&B cuando quisiera. Más complicados son accidentes como el desgarrado ‘To Be Loved’, en el que Tobias Jesso Jr decepciona, confundiendo lo desgarrado con lo aburrido (demasiadas pistas de 6 minutos ya); el reggae ‘Cry Your Heart Out’, muy Amy Winehouse, sobre la necesidad de desahogarse («sé que está mal, pero quiero pasármelo bien»); o la inyección comercial hacia la mitad del disco: la cara B del vinilo doble es lo más pop que ha hecho nunca Adele. Ha dicho que no quería hacer música para TikTok, sino para gente de su edad, separada, con sus mismos problemas, pero en ‘Oh My God’ y ‘Can I Get It’ con Max Martin, es TikTok exactamente lo que parece haber buscado. Las referencias al sexo casual de la canción del silbidito tienen su gracia acompañadas de las declaraciones de Adele («Los Ángeles no es el puto lugar en el que tener citas si eres Adele»), pero da la sensación de que han llamado a Max Martin porque la composición de hits andaba justa. Tengan éxito estas canciones o no, suenan demasiado esforzadas.
Con sus luces y sus sombras, ’30’ es un excitante disco de transición en el que nuevos caminos se abren para Adele. Desde el punto de vista confesional, es por momentos emocionante (‘Easy On Me’), por momentos reconfortante (‘Love Is a Game’); mientras musicalmente nos deja ver que Adele encaja en un trip-hop, en un musical de Broadway, en un neo-soul electrónico. Un disco para celebrar el eclecticismo de su futuro.