‘Corazón partío’ es una de las mejores canciones españolas de todos los tiempos, por lo que es fácil dar credibilidad a la teoría de que Alejandro Sanz depositó el 90% de su talento en esa única canción sin saberlo, para después irse quedando cada vez más lejos de aquel hallazgo. Su carrera en absoluto se ha estancado en el plano comercial y ‘#ELDISCO‘ volvía a ser un trabajo superventas pese a albergar muy pocos méritos artísticos… pero también ha conocido muchos puntos bajos, demasiados como para seguir esperando algún tipo de milagro.
‘Sanz’, el último disco de Alejandro, se crea durante el confinamiento, y en su favor hay que decir que huye claramente de la comercialidad de sus anteriores trabajos, aunque su single principal haya fracasado en su (legítimo) intento de buscar un clásico autobiográfico por la vía del spoken word parecido al de ‘René‘ de Residente: más bien parece una historia improvisada in situ sin clímax ni caminos interesantes que recorrer. Y pese a su título, ‘Sanz’ tampoco es un disco que repase la vida de su autor desde ningún punto de vista, más bien vuelve a ser una colección de canciones de amor sin más dedicadas a la pasión y a esos momentos en los que Sanz busca la «arena de tu amor», entre otras cosas.
El objetivo de Sanz con ‘Sanz’ ha sido recuperar las sensaciones que experimentó en los primeros años de su carrera. Se refiere probablemente a la excitación provocada por la novedad y el disco suena extrañamente anti-comercial, tranquilo y reposado, a excepción de las actuaciones vocales de Sanz, que sigue cantando con la vena del cuello al rojo vivo cuando parece que no es necesario; pero las canciones sí ofrecen un viaje nostálgico a los tiempos en que el madrileño lo vendía todo con ‘Más
‘. El single más exitoso, que no ha sido ‘Bio’ sino ‘Mares de miel’, comparte el sonido de flamenquito-pop con trompetas de ‘Corazón partío’ y es (más o menos) pegadizo pero lo mejor es que decide concluirse con un «fade-out» como si fueran los 90, década a la que llevan también arreglos y melodías de ‘Yo no quiero suerte’, con cuyo estribillo El Madrileño probablemente habría hecho alguna maravilla.Los «fade-out» están tan pasados de moda en la era de las playlists como muchos de los sonidos que ofrece Alejandro Sanz en este nuevo álbum, el decimotercero de su carrera. Es como si se hubiera propuesto hacer un disco de pop obsoleto tal cual. ¿Puede ser «pop obsoleto» un género? Algunas canciones presentan un acabado extrañamente new age en el peor de los sentidos: la melodía de ‘Uno no más’ es bonita pero la destroza esa producción como de CD regalado a través de una revista de ocultismo y lo mismo se puede decir de la ambiental ‘Geometría’. En ‘Si yo quisiera y si tú pudieras’, otra composición de fondo pacífico y celestial, el sonido de baterías y efectos electrónicos viene de un lugar que definitivamente no es el siglo XXI.
Décadas después de su debut, Sanz sigue cosechando éxitos y nosotros nos seguimos preguntando exactamente qué hemos hecho para merecer producciones tan chuscas como la de ‘No sé qué me pasas’, que además de dejarnos la frase «siempre apareces en el momento precioso» parece del último Prince, lo cual en este caso es todo menos un piropo. Sin embargo también habría que hacer un esfuerzo para no reconocer, como mínimo, que el sonido de flamenquito «chill» de ‘Iba’, con esas delicadas palmas marcando el ritmo, representa una vuelta de tuerca interesante para el discurso sonoro de Alejandro Sanz, o que la rumbita de ‘La rosa’ con Paco de Lucía tocando desde el más allá es simpática. ¿Y no es «precioso» el arreglo orquestal de ‘Y ya te quería’? ‘Sanz’, en definitiva, vuelve a ser un trabajo de desequilibrios.