«Esto no es El Mal Querer, es El Mal Desear» es una de las frases con que se ha promocionado el nuevo disco de Rosalía en el metro, y es una de las frases que aparece en uno de sus nuevos temas, en concreto ‘G3 N15’, al final del cual se oye una locución de su abuela. Incluso en uno de los momentos menos radicales de este nuevo álbum, la cantante ha querido mantener la distancia con la que siempre será su gran obra maestra. ¿O en verdad será esta que ahora tenemos entre manos, solo que es demasiado pronto para darnos cuenta?
El camino al tradicionalmente difícil tercer disco de un artista ha estado lleno de polémica desde casi el principio en el caso de Rosalía. Desde que publicó ‘Con altura’, algo parecido a un reggaetón -también a un hip hop-, hay quien se llevó las manos a la cabeza y se bajó del carro. Eran los tiempos de los últimos supervivientes de aquella soflama “yo escucho de todo menos reggaetón”, no sé si cerca del clasismo o de la pedantería, lo seguro es que muy próxima al siglo XX.
Muchos esperaban que Rosalía dejara de lado esa vía más comercial para ese tercer disco. “Que haga lo que quiera por el éxito, pero que cuando grabe un álbum, se centre”. Y lo cierto es que nadie ha acertado: ni ‘MOTOMAMI’ es continuista respecto a ‘El mal querer’, ni se entrega al reggaetón, ni es un disco más comercial que ‘El mal querer’. Más bien todo a la vez, o todo lo contrario.
Muy influida por la compañía de su amiga Arca, pues por muchos créditos que el disco pueda sumar, de Tainy a El Guincho pasando por Noah Goldstein o David Rodríguez, Arca parece la referencia principal; Rosalía ha desarrollado todo esto durante 2 largos años en Estados Unidos bajo un concepto más libre que su anterior disco. Un álbum en el que “MOTO” simboliza la parte más «experimental, divina y fuerte»; y una parte “MAMI” más «cercana, personal, real, confesional y vulnerable». Algo similar a la dicotomía que planteaba su admirada Beyoncé en “Sasha Fierce” solo que con el riesgo de los discos de Knowles que vinieron después de aquel. Y mucho más allá.
Rosalía comienza el álbum hablando de su metamorfosis en ‘SAOKO’, entre referencias inabarcables a Daddy Yankee o a la cultura voguing («sex siren» es una categoría, en concreto aquella en que se compite casi en cueros), mientras el sonido devanea entre lo latino y el punk. Lo mismo parece inspirarse en Wisin que en Suicide, y de su posición de apertura podemos deducir que ‘SAOKO’ es la verdadera canción señera de esta era. ‘La Fama’ junto a The Weeknd palidece en su conservadurismo a su lado, como bachata muy tibiamente aderezada con un par de efectos por aquí y por allá.
Sí nos introducía ‘La Fama’ a uno de los temas principales del disco: la popularidad y el declive de toda popstar tan pronto como ya, meses antes de que Vila cumpla 30 años. Como si al adentrarse en esta inabarcable amalgama de producciones y estilos, con espacio para flamenco, bolero, un sample de Burial en ‘Candy’, un featuring de Tokischa, mil referencias a Dios, recitados que te harán echar de menos a Rossy de Palma, y pitufos de todos los colores, Rosalía supiera que esta puede ser su última vez en algunos mercados. El álbum se cierra con una balada como en vivo llamada ‘Sakura’, cuya letra dice así: “Flor de sakura / ser una popstar nunca te dura / No me da pena, me da ternura”, antes de afirmar que “no para siempre puedes ser una estrella”. “Cuando tenga 80 y mire pa’trás”, dice Rosalía que se reirá.
Otra cosa es lo que haya conseguido reírse y hacer reír durante ‘MOTOMAMI’, un disco de rimas a veces tan feístas como las de ‘Chicken Teriyaki’. Todos aquellos escandalizados por makis, gatas, Kawasaki, serenatas y las frases en Spanglish de ‘HENTAÏ’, esperad a oír el abecedario que aparece al final del disco -con unas letras sí y otras no-. No en pocas ocasiones ‘MOTOMAMI’ se revuelca en la tontería feliz cual gorrino en el barro en un día de lluvia, presentando una incómoda mezcla de exceso de filtros y ausencia de los mismos que ni el Instagram de Madonna, dejando la impresión de ser un disco que recordar mucho, pero escuchar poco.
Nada más lejos de la realidad: su gracia está ahí y se va revelando con el paso de los días, también para los puretas de ‘El mal querer’ o incluso ‘Los Ángeles’. ‘Diablo’ y ‘Como un G’ no están tan lejos de ‘Bagdad’ y su referencia a Justin Timberlake y Annie Lennox, y ‘Bulerías’, otro de los temas que hablan de la popularidad, con referencia a Manolo Caracol, es el nuevo ‘La boda’, con Rosalía recordando que ella es la misma cantaora en todos sus álbumes, bien vaya con chándal de Versace o bien de bailaora. O desnuda, como es el caso.
‘Delirio de grandeza’ es otra de las grabaciones clásicas, como un bolero de Antonio Machín (en realidad adapta a Justo Betancourt), al que se suma un sample de voces aceleradas de Vistoso Bosses y Soulja Boy. Y ‘Diablo’ presenta también un carácter cortorsionista, entre el reggaetón, la cadencia jazz de James Blake -que aparece- y la total lócur de Alejandra Ghersi.
Hablando de lo cual, y mal que nos pese, es tan difícil mantenerse quieto con ‘Bizcochito’ como con ‘SAOKO’, y lo mismo sucede con ‘Cuuuuuuuuuute’, entre el piano jazz y la mejor M.I.A. Así da gusto que el twerking siga vivo.
Es ese nivel de atrevimiento el que hace de ‘MOTOMAMI’ un disco tan adictivo en toda su polémica y con todos sus defectos. Más comprensible fuera de España o allá donde no entiendan castellano, este es el álbum más 2022 de lo que llevamos de 2022. Un disco en el que un momento estás al borde de una depresión sufriendo una pandemia, y al siguiente muriéndote de risa con un filtro de TikTok. Un instante riéndote porque suenan metralletas en un tema porno que igual habla de «la pistola» de Rauw Alejandro, otro llorando porque las metralletas son de verdad.