¿Qué les pasa a los directores maduros? ¿Por qué de repente se han puesto todos tan nostálgicos? No puede ser casualidad la cantidad de autores consagrados que han hecho películas autobiográficas en los últimos años, sobre su infancia o adolescencia. Hay un zeitgeist ahí que se nos escapa. Por citar solo las más recientes: ‘Fue la mano de Dios’ (Paolo Sorrentino), ‘Belfast’ (Kenneth Branagh), ‘Apolo 10½: Una infancia espacial’ (Richard Linklater), ‘Licorice Pizza’ (Paul Thomas Anderson), ‘Bardo. Falsa crónica de unas cuantas verdades’ (Alejandro G. Iñárritu), ‘Armageddon Time’ (James Gray), ‘El imperio de la luz’ (Sam Mendes)… ¿Será por la pandemia, que les ha enfrentado a su vulnerabilidad y ha disparado su melancolía? ¿Será por la repercusión que tuvo ‘Roma’, todos quieren hacer “su ‘Roma’”)?
Con ‘Los Fabelman’, Steven Spielberg se ha sumado a esta tendencia. La diferencia es que el “rey Midas” de Hollywood es el mayor de todos estos cineastas (76 años) y sus recuerdos se remontan muy atrás, hasta la década de los 50 (coincide temporalmente con su remake de ‘West Side Story’, que ya era una muestra de nostalgia cinéfila). La autobiográfica ‘Los Fabelman’ comienza con una epifanía: el descubrimiento del cine por parte del pequeño Fabelman/Spielberg viendo ‘El mayor espectáculo del mundo’ (1952), uno de los títulos más taquilleros de la época y una de las cumbres del cine espectáculo del Hollywood clásico, precisamente el tipo de películas que luego encumbraría al director de ‘Tiburón’.
A partir de ese descubrimiento, de esa revelación, Spielberg narra su infancia y juventud. Una época marcada por los problemas matrimoniales de sus padres (excelentes Michelle Williams y Paul Dano), el acoso escolar que sufrió en la escuela por su origen judío y su fascinación por el cine, por ver y hacer películas caseras como forma de evadirse de las dificultades cotidianas, expresar sus sentimientos y conseguir reconocimiento social. Drama familiar, “coming of age” y homenaje al cine. Esas son las tres líneas temáticas que articulan la película. Y las tres funcionan de maravilla.
El mejor ejemplo de esta combinación de ejes dramáticos es la fabulosa secuencia -una de las mejores de toda la filmografía del director- donde el chico protagonista descubre que el matrimonio de sus padres no es tan idílico como creía. Sin desvelar mucho más, Spielberg demuestra en esa escena toda su sabiduría narrativa. Condensa en un momento clave de la vida de su álter ego todo el peso dramático y expresivo de la película: el conflicto familiar, el paso a la madurez y el cine como extraordinario dispositivo para transmitir y revelar emociones.
‘Los Fabelman’, una de las favoritas para los Oscar (ganó el Globo de Oro), es una película nostálgica pero no ñoña ni complaciente; un filme íntimo y personal pero no narcisista ni autoindulgente. Es una conmovedora crónica familiar y retrato de una época que le sirve a Spielberg para contar a cara descubierta lo que ya había insinuado de forma metafórica en buena parte de su filmografía, apuntes biográficos que se habían filtrado por las rendijas de títulos como ‘Encuentros en la tercera fase’ (1977), ‘E.T. el extraterrestre’ (1982), ‘Hook’ (1991)… Una hermosa, reflexiva y cinéfila mirada al pasado (atención al cameo de David Lynch) que nos sirve para entender mejor al gran cineasta del presente.