La jornada del viernes en Sónar empieza con reclamos como el nuevo show de Merca Bae o el directo conjunto de Santiago Latorre y Colin Self. Yo llego a eso de las 16.30 y los beats machacones de Musa Keys retumban desde el interior del recinto. Mi objetivo es claro: Bendik Giske.
El saxofonista noruego trae un show único, en el sentido de que es imposible que hayas visto nada igual. Él solo en el escenario de SónarHall se basta y se sobra para hipnotizar con su presencia y con el sonido de su saxofón, que malea a su antojo.
Giske aparece en el escenario vestido con una elegante gabardina negra y empieza a proyectar sus invocaciones místicas al saxofón mientras los efectos de humo y lumínicos le envuelven en un aura de misterio “noir”. En el segundo acto, Giske se quita la gabardina y revela su torso desnudo, escultural, mientras continúa soplando su instrumento o incluso percutiendo en él con los dedos. Desgraciadamente, un grupo de personas en las primeras filas habla de manera escandalosa por encima de la música e impide el disfrute del concierto. El público es respetuoso en general, pero no este grupo de personas en concreto, que, si tanto querían hablar, además a gritos, solo tenían que moverse a las filas de atrás.
Este problema no se da en el set de Ryoji Ikeda: sería imposible hablar por encima de semejante bombardeo musical. En el mejor de los sentidos: aquel que va a un concierto de Ikeda lo hace para salir con los tímpanos reventados y el cerebro triturado. El set no decepciona. Ikeda presenta su disco ‘ultrasonics’ y se apoya en su habitual propuesta de beats de tecno glitch ultramecanizados e intensos visuales no aptos para ojos sensibles. La electrónica extrema de Ikeda, sus beats sísmicos y frecuencias imposibles, su utilización del ruido blanco y de los polirritmos, sigue siendo la última música del futuro. Nada más puede haber después que esta reducción absoluta de la música a ceros y unos capaz de hacerte sentir que te está dando una taquicardia en los momentos de mayor intensidad. Así de física y corpórea es la música de Ikeda, de esta manera cala en la piel y hace vibrar cada parte de tu cuerpo. Música avanzada… o, mejor dicho, directamente inalcanzable. Brutal.
Salir del concierto de Ikeda hacia el exterior puede ser parecido a quitarse unas gafas de realidad virtual y volver al mundo real. Ahí está MikeQ sacudiendo a los presentes con sus incesantes beats de voguing y samples de ‘Break My Soul’ de Beyoncé (MikeQ es sampleado en ‘Renaissance’). Llegadas las 19 de la tarde en el SónarVillage, con el calor aún animando el ambiente, el set de MikeQ sirve para calentar motores y darse un meneo con sus divertidos ritmos de ballroom y percusiones carnavalescas.
Igual de divertida, a su manera, es la propuesta de Lorenzo Senni. No veo venir tremendo set de ruidismo al sintetizador. Senni mete ruido crudo y lo retuerce, sus arpegios rítmicos en continua auto-interrupción sacuden toda noción de lo que es un concierto de electrónica: no es IDM, no es tecno, pero es todo a la vez y nada al mismo tiempo. Hay sonidos de videojuegos y muchísima deconstrucción. El baile emerge de vez en cuando, anecdóticamente. A Senni su anti-electrónica no le impide pegarse unos buenos saltos sobre el escenario, como un niño en una tienda de chucherías. No sabes por qué está saltando, pero da igual, verle en acción es divertidísimo. Y, su música, un descubrimiento.
El set de Max Cooper es un curioso repaso por multitud de facetas de la electrónica: los crescendos recuerdan a Moderat, pero luego la música gira hacia la IDM, mere ritmos de breakbeat de los 90 o hasta motivos típicos del brostep. Cuando la música despega, lo hace con el tecno-house más elegante, haciéndolos levitar. El set de Cooper es uno de los últimos de Sónar de Día (son las 21.00 de la noche) pero, en otro festival, sería un cierre espectacular. Toca abandonar barco, sin embargo, pues el día se transforma en noche y llega el plato fuerte de la edición.
La rave inversa de Aphex Twin
A 40 minutos de que den las 22.00 de la noche, aún en el recinto de Fira Montjuïc, se palpa en el ambiente un inicio de histeria colectiva. La cola para las lanzaderas es quilométrica y empezamos a arrepentirnos de no haber salido antes del lugar. Algunos, desesperados, corren a por taxis o incluso echan mano del Bicing para asegurarse la llegada a tiempo. Aphex Twin está a punto de empezar y nadie quiere perderse su aparición en el escenario. Mala suerte: llegamos 15 minutos tarde, pero Richard D. James estará actuando dos horas, así que el drama no es tan grande como parece.
Llegar a la nave industrial de Fira Gran Via L’Hospitalet, en medio de un concierto de Aphex Twin, puede ser parecido a descender en el mismísimo averno. En el mejor de los sentidos, que conste, pero es que el show de Richard D. James es diabólico en el modo en que retuerce toda noción de lo que es una rave y transforma la electrónica de baile en algo completamente imposible de bailar, pero que te deja los ojos como platos o directamente volado.
Curiosamente, a James es imposible verle a menos que te encuentres en las primeras filas: yo no le veo en ningún momento. Si me dicen que no ha aparecido ningún humano sobre el escenario, me lo creo. Porque lo que importa -aparte de la bacanal tecno que se ha montado- son unos visuales absolutamente impresionantes que te hacen sentir llegado al futuro. James toca medio escondido detrás de una suerte de jaula. Encima de su cabeza, un cubo lumínico preside el escenario proyectando diferentes imágenes geométricas, psicodélicas o del careto endemoniado de Aphex Twin. Y, desde el escenario, un océano de rayos láser baña a la audiencia. El show de Aphex Twin nos abduce en su propia fantasía sci-fi mientras sus frenéticos e incesantes ritmos de acid house crean un ambiente demencial, de locura total, idóneo para inaugurar el Sónar de Noche por todo lo alto.
Hablando de alienígenas, Fever Ray. Curiosa la propuesta escénica de Karen Dreijer, que le da la vuelta a lo clásico. Fever Ray actúa en traje, acompañade de su banda de cuatro músicos, alumbrada esta por la luz de una farola… Parecerían Frank Sinatra y su banda si no fuera porque los músicos llevan gorros con forma de nube y porque Karen Dreijer parece salide de otro planeta directamente. Las canciones de ‘Radical Romantics‘ se van sucediendo mientras el show se transforma poco a poco en un aquelarre de electropop que no renuncia a la rítmica tribal ni a las luces de neón.
En medio del torbellino de tecno duro que puede ser Sónar de Noche, el concierto de Shygirl es un oasis pop, una chuchería. El público recibe a Blane Muise con fervor y ella interpreta sus canciones con gracia sobre el escenario. Las pantallas, por su lado, proyectan diferentes logos de Shygirl. Ella, sus gemidos y su club-pop de beats cortantes y melodías dulces sirven para aligerar la intensidad de los sets vistos previamente.
Funcionales, pero dándonos exactamente lo que queremos, Bicep abarrotan el SónarClub ofreciendo una sesión clásica de tecno y house en la que cualquier parecido a sus dos discos es pura coincidencia. Solo los coloridos visuales nos llevan a ese mundo imaginado por Andy Ferguson y Matthew McBriar, mientras la música, en realidad, continúa sumergida en la oscuridad de la noche.