«¿Película o gira mundial?», preguntaba Madonna hace unos meses en sus redes sociales. La artista trabajó durante 2 años en un guión para un film sobre su vida, que finalmente no va a ver la luz, parece que por una falta de acuerdo con Universal Pictures en la duración del mismo. El proyecto, dirigido por ella, pintaba endogámico, y sus fans votaban claramente por la gira.
Y eso que el tour podía ser un problema, también. Madonna sufrió una lesión de cadera y otra de rodilla durante la gira pre-pandemia por teatros de ‘Madame X’, que nunca ha explicado más allá de una radiografía en su segunda casa, Instagram. Cierta actitud errática en esta red o en TikTok, y sobre todo una presentación totalmente desnortada junto a Maluma en un concierto especial en Medellín, nos hacían preguntarnos si Madonna estaba en condiciones de llenar estadios. El comienzo de ‘Celebration Tour’ certifica que sí: técnicamente el show es un bombardeo muy bien armado de vídeos icónicos, vestuarios más icónicos todavía, y hits de todas las épocas. A veces, el exceso de coreografía y autoexigencia evidencia más lo que ya no es capaz de hacer sobre un escenario, que lo que aún sí es capaz de hacer, pero en general y a pesar del miedo que dan esa rodillera y algunos riesgos innecesarios, luce estupenda.
También estamos ante una de las mejores direcciones artísticas que ha ideado en su vida esta gran maestra sobre cómo montar una gira. ‘Blonde Ambition’ fue la pionera, con su división en bloques narrativos. ‘Confessions’, la perfección. Pero ‘Celebration’ es la primera que reivindica totalmente su legado, que ya asciende a los 40 años, en una persona en general alérgica a revisitar su pasado. De hecho, Madonna ha rizado el rizo: ni después de haber sido hospitalizada este verano, esto es un tour de «greatest hits» como el que podrían haber hecho U2, con quienes comparte mánager. La mitad de sus temas más populares en Spotify ni aparece en el setlist. De las 10 canciones que me parecían seguras para el set, solo acerté 5.
Más bien asistimos a una narración muy personal sobre sus 40 años de carrera, en la que la selección de cada una de las canciones esconde un sentido muy concreto. La proporción entre canciones que conoce todo el mundo y canciones que no son tan populares pero sí son especiales para ella por un motivo u otro ronda el 50%. Es trabajo del público adivinar qué significa cada una… y también aquellas que suenan tan sólo durante unos segundos, que son muchas.
La sucesión de los temas no es cronológica, pero lo parece. Si casi todas las giras de Madonna han tenido una presentación, un nudo y un desenlace ligeramente definidos, en esta, por fin, el sentido es más evidente. No podemos adivinar si el show ha cambiado muchísimo después de que la artista pensara que podía morir este verano, pero el modo en que se dirige a la audiencia, la versión que escoge, ese momento en que en Amberes -esta crónica corresponde al show del 21 de octubre- rompió a llorar guitarra en mano, agradeciendo haber tenido una segunda oportunidad, lo ha resignificado todo. Porque el concierto celebra sus momentos más festivos, populares y de comunión con el público, pero también aparecen los más polémicos, los menos agradecidos, los más sufridos, aquellos que la deprimieron. Y es esta parte la que quizá no va a comprender el público generalista, pero la que nunca olvidarán sus fieles seguidores. Pasemos a los spoilers.
Lo primero que escucha el público en este tour es cristalino: «Cuando era muy joven, nada me importaba realmente, excepto hacerme feliz a mí misma. Yo era lo único que había. Ahora que he madurado, todo ha cambiado. Y nunca volveré a ser la misma, gracias a vosotros». Ese vosotros se refiere claramente a sus hijos y a sus fans. Las primeras personas en que pensó -en ese orden- cuando despertó hace unos meses de un coma inducido. En cuanto a sus hijos, tocan y actúan en el show. En cuanto a lo segundo, sus fans habían lloriqueado desde siempre porque ciertas canciones relevantes de Madonna nunca habían sonado durante una gira de la artista. Este tour recupera muchas de ellas, y sabe hacerlo generando una narrativa tan imponente que de repente ‘Nothing Really Matters’ parece la canción más importante que jamás haya escrito Madonna, por mucho que a duras penas la recordaras.
Tras lo que podemos considerar esta introducción, y según la narración de Bob The Drag Queen, el concierto continúa recordando los inicios de la artista: suenan cosas como ‘Everybody’, ‘Into the Groove’ o ‘Burning Up’, esta última con algún problema de sonido pero sobre unas proyecciones alucinantes tipo collage inspiradas en el CBGB de Nueva York y el arte pop de Andy Warhol. ‘Open Your Heart’, con la recreación del vídeo de Mondino, y ‘Holiday’ continúan la fiesta… que se rompe literalmente para retratar el drama que supuso el sida en los 80 para artistas y amigos. Fotos de fallecidos se despliegan durante ‘Live to Tell’ mientras la cantante vuela sobre el público mirando instantáneas de seres queridos y personas anónimas, tras un arduo trabajo de documentación fotográfica realizado por The Aids Memorial
. Probablemente es lo más bonito que jamás haya hecho Madonna sobre un escenario, desde el recuerdo de su mejor amigo, Martin Burgoyne, con quien compartió piso, fallecido a los 23 años, hasta el reconocimiento de Freddie Mercury.Madonna reza a continuación una “oración” por todos ellos, ya podéis imaginar con qué canción, y si digo que hasta los 20 segundos de cada tema recuperado tienen su sentido, es porque la artista solo sabe levantarse de ahí mientras suenan unos acordes de ‘Living for Love’, la canción de su «caída» oficial. Pero es mucho mejor aún el recuerdo somero de ‘Papa Don’t Preach’ a continuación. En otro de los momentos impactantes del show, Madonna revisita el icónico número de la masturbación femenina de ‘Blonde Ambition Tour’ tocando ‘Erotica’ y ‘Justify My Love’ -entre los pocos playbacks, en general luce bastante bien de voz-, y ‘Hung Up’ con y sin Tokisha. Con esos segundos de “Papa”, Madonna está recordando que nunca se dejará intimidar por una figura masculina.
Es llamativa la ausencia casi absoluta de canciones de amor. No esperes ‘True Blue’ para Sean Penn, ni siquiera ‘Love Spent’ para Guy Ritchie. La «película» de Madonna es la historia de la muerte de su madre, de su lucha feminista, de sus éxitos y fracasos, jamás la de los hombres con que se ha casado o que la han dejado. Cuando recupera, por ejemplo, ‘Crazy for You’, es para dedicársela a su yo treintañero, aquella mujer que arriesgó con canciones tan adelantadas como ‘Human Nature’. «No soy tu puta, así que no me tires tu mierda», decía esta letra antes de que supiéramos mencionar siquiera a una rapera o hablar de maltrato psicológico.
En muchos de los momentos más teatrales y vistosos del show, Madonna habla, abraza, agradece a una bailarina disfrazada de ella misma, dirigiéndose a ella con cariño y reconocimiento. El que muchas veces no tuvo por parte de nadie: por algo ‘Erotica’ y ‘Bedtime Stories’, sus primeros grandes baches comerciales, son dos de los discos más revisitados. No hay que echarle mucha imaginación para tratar de averiguar por qué recupera uno de sus temas menos exitosos, ‘Bad Girl’. Madonna sigue siendo esa “chica mala” que conoció la muerte en el vídeo de David Fincher, debido a sus pecados, y encima, ahora, bebe alcohol sobre el escenario. La culpa, la religión, siguen siendo temas favoritos en su set.
Otro tramo del concierto se dedica claramente a su cuasi muerte y renacimiento, y a cuáles han sido sus pensamientos al respecto, desde la broma de ‘Die Another Day’ al recuerdo de su madre en ‘Mother and Father’, pasando por la advertencia de que nunca parará por mucho que tú le supliques que no se suba a una silla (‘Don’t Tell Me’) y de que hay que aprovechar el momento (versión de ‘I Will Survive’). Finalmente el show habla de espiritualidad y maternidad, con el remix ‘Ray of Light’ o el número de ‘Bedtime Story’ que recuerda a su reciente trabajo sobre nuevas tecnologías, ‘Mother of Creation‘.
Que Madonna haya recuperado esta faceta espiritual, que sus hijos sean tan importantes para ella, es un alivio para los que siempre quisieron que volviera la artista madura, reflexiva, que «se-comporta-acorde-a-su-edad». A menudo sus propios fans gays lucen como sus nuevos verdugos masculinos. Por suerte para quienes nunca quisimos una sucesión de “rays of light” y contenemos en nuestro interior insoportables contradicciones, diferentes etapas, cambios de opinión y realidades más poliédricas, la artista cierra el show con ‘Bitch I’m Madonna’ y de fiesta, como siempre recordaremos a la intérprete que se lo montó ella sola en un escenario de MTV cantando ‘Like a Virgin’.
Muy poco antes se ha proyectado un dúo imaginario con Michael Jackson usando dicha canción, en uno de los momentos más cuestionables del set. También lo es el final definitivo con ‘Celebration’ y ‘Music’, que debería durar 10 minutos en vez de 1, o el modo en que se recupera ‘Don’t Cry for Me Argentina’, con la de cosas que quedan fuera. Pero es la reivindicación de Michael el movimiento más incómodo ahora mismo, teniendo en cuenta que él está cancelado en ciertos sectores. La idea parece querer poner en relieve la unicidad, la singularidad, lo irrepetible de los dos. A Madonna aún le interesa equipararse a Michael Jackson solo para recordarnos qué tipo de artistas no se ven todos los días. Ella ya solo saca discos cada 4 o 5 años… y cada 5 años, comprobamos que los nuevos reyes del pop son cada vez personas completamente diferentes.