Ha sido un año histórico para la mujer en la cultura pop. Del inesperado taquillazo de ‘Barbie’ en el mainstream a himnos underground como ‘k pesao’ de Aiko el Grupo, pasando por el momento en que Eva Amaral se sacó las tetas en Sonorama. Al grito de ‘Revolución’, Tulsa fue una de las destinatarias expresas de tan extático momento, junto a “Rigoberta, Zahara, Rocío y Bebe”, así que no se me ocurre mejor colofón para 2023 que un álbum del proyecto de Miren Iza. En concreto uno que reflexiona sobre la mujer y el dolor.
Se refiere la artista en primer lugar al dolor físico, plasmado en el tema ‘Cuando venga el león pálido’, con frases como «Me duelen las pestañas, el pelo y el maléolo tibial». Y después también al dolor social, cultural, el que siente una mujer que se ve obligada a ejercer de cuidadora de un hogar, y que en esta obra conceptual de autoficción, recibe el nombre de «Amadora». Pide la protagonista de la minimalista, oscura y sequísima ‘Una parte de mí»: «Si ya no soy Amadora, si ya no tengo amor que ofrecer / Cámbiame el nombre, te pido, llámame por ejemplo Isabel».
La canción inmediatamente posterior ‘SANTAMÁRTIR’ adapta el himno de Santa Águeda, la santa a la que cortaron los pechos, lo que produce esa imagen de «tetas exprimidas» y «latigazos en pantorrillas», en lo que parece otra reflexión sobre la figura maternal: «Si nadie te lo ha pedido, nadie tampoco te lo va a agradecer».
‘Laguna’ es un canto a la sororidad de igual a igual, una agradable canción de folk que ya ha ejercido como single de adelanto, aunque hay que reconocer que el enfoque de ‘Tacones lejanos’, por mucho que la melodía sea menos inmediata, es más interesante. Se trata de una canción sobre la maternidad que no se dedica a una madre de manera tierna, sino que reflexiona sobre la falta de empatía entre madre e hija. El relato es triste: «No heredé la belleza, no heredé la bondad / Solo conseguí transmitir esta herida antigua, como me la transmitiste tú a mí». Explica el distanciamiento: «Después solo he querido, lo siento, separarme del todo de ti / Y no sé si lo conseguí». Y sobrevuela la composición la impotencia de impresionar a una madre: «Eras para mí como un cielo estrellado de verano, al que mirar sabiendo que nunca lo vas a alcanzar / Solo podrás aspirar a vivir bajo su mirada omnipotente».
El álbum empieza con esta sombría referencia al Almodóvar más dramático, pero después va encontrando la luz. Y esto explica que la segunda parte del disco sea mucho más accesible que la primera, menos árida. Hay un sentido narrativo en esta historia y ‘024’ es un punto inflexión. Este tema, que aparece tras el inesperado guiño a Lana del Rey de ‘¿Amor o transferencia?’, se refiere al teléfono contra el suicidio. Está lleno de dudas sobre si seguir adelante o no, con un divertido listado de cosas que nos quedan por hacer en esta vida, por ejemplo ir a Egipto, cultivar marihuana o -mi favorita- vivir el cambio en Madrid.
Es a partir de ese número que el disco se vuelve más optimista sumando ‘Melocotón’, que tanto nos invita a dejar de divagar entre tonterías, para centrarnos; la mencionada ‘Laguna’ y el cierre de ‘La estrella’, tan particular. Este parte de un canturreo de Morente y trata de ahuyentar las penas del día a día fregando cacharros y rodeándose de sobrinos a los coros.
Que Tulsa tenga una buena idea conceptual -hay obra de teatro relacionada, a cargo de María Velasco- no se sostendría sin las que son algunas de las mejores composiciones de su carrera. Especialmente ‘No quiero hacer historia‘ sobresale, como lo hacía ‘Autorretrato‘ en el álbum anterior. De manera coyuntural en algún momento aislado de este disco, Miren Iza habla de su propio devenir en la industria musical, y aquí se regodea en ese doble sentido («No quiero hacer historia, nadie se va a acordar de mí») sin perder el hilo del álbum. Su fraseo en «Dices que ya no soy tan sexy, que mis tetas y mi culo ya no están ahí / Decides marcharte con alguien más turgente, claro que sí, Joaquín» supone otra cumbre para la autora de ‘Espera la pálida‘.