‘Stop Making Sense’: la cumbre creativa de Talking Heads, 40 años después

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‘Stop Making Sense’: la cumbre creativa de Talking Heads, 40 años después

El relanzamiento de la película ‘Stop Making Sense’ ha conseguido algo casi imposible: reunir a los cuatro Talking Heads en una misma sala por primera vez en 21 años de gélida relación. Ocurrió a finales del año pasado durante el Festival Internacional de Cine de Toronto, en un coloquio conjunto que después se ha repetido en forma de entrevistas vía Zoom en varias ocasiones. Hasta ese punto llega el poder de esta extraordinaria película que este año cumple 40 años, y que recoge al grupo neoyorquino en un momento de absoluta cumbre creativa.

Originarios de la escena vanguardista y post punk de la ciudad de Nueva York, los Talking Heads tenían como figura central a David Byrne, aunque los cuatro miembros del grupo contribuían, componiendo y aportando ideas, lo que creó siempre una tensión muy creativa, pero que a la vez acabaría desequilibrando el grupo ya para finales de los 80, cuando se separaron. Su sonido era bastante experimental, pero a la vez eran muy fans de la música negra, tanto la música funk estadounidense como la música africana más rítmica, al estilo del afrobeat de Fela Kuti. No era su única influencia, pero hay que decir que fueron siempre un grupo muy rítmico: como muchos de los artistas salidos después del punk, no estaban interesados en lucirse haciendo solos de guitarra, sus letras no trataban los típicos temas de rock clásico, no había ni poses ni ropas rockeras. Lo cual no quiere decir que no cuidaran la estética. Al contrario, Byrne y Chris Frantz (batería) venían de una escuela de arte y diseño, y siempre en sus portadas y puestas en escena en directo había un evidente cuidado por la estética, con componentes teatrales, y de performance.

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Para la gira de su quinto disco (‘Speaking in Tongues’, 1983) decidieron echar el resto a nivel escénico, y a Byrne se le ocurrieron cantidad de ideas para montar un espectáculo con una escenografía más cuidada, luces muy estudiadas, mucho movimiento sobre escena y un escenario con plataformas rodantes que se iría montando durante el concierto, con los operarios visibles, todo un alarde de “alienación brechtiana” que no sorprendía nada en un grupo tan “arty”. Contrataron incluso a la iluminadora Beverly Emmons, que había trabajado con el prestigioso director de teatro y artista visual Robert Wilson.

La gira fue por todo esto muy cara, pero gracias al éxito de su single ‘Burning Down the House’ (que fue top 10 en las listas en los EEUU), su manager consiguió financiarla y resultó un éxito de público y sobre todo un éxito artístico, porque conforme sumaban conciertos a sus espaldas todo el show se fue perfeccionando, cogió mucha más fuerza y precisión, y tanto la banda musicalmente como la producción en sí se fueron refinando, descartando lo que no funcionaba y potenciando lo que sí, e incluso incorporando los elementos improvisados que aportaban algo.

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El otro elemento a destacar de la gira era la incorporación de músicos y música negras, que creaba un interesantísimo contraste de estéticas: es una gozada cada uno y una de esos músicos adicionales, con mención especial para las dos cantantes, pero también el teclista Bernie Worrell (de los legendarios Parliament y Funkadelic, de quienes los Talking Heads eran muy fans) y que hace unos solos psicodélicos increíbles con esos sintetizadores Prophet 5 y Moog, por supuesto el guitarrista Alex Weir, que tiene una energía preciosa, y además toca guitarra rítmica como los ángeles.

Así que cuando bien avanzada la gira apareció Jonathan Demme y les propuso filmar un concierto y hacer con eso una película, a los Talking Heads les pareció una gran idea, y acordaron que la pareja de Demme –la también directora Sandy McLeod– seguiría al grupo durante el resto de la gira haciendo minuciosas notas de los movimientos en escena de cada músico, y sobre cómo progresaba el show de canción en canción. En el muy recomendable libro de memorias de Chris Franz éste contaba que nunca se le dio a McLeod el crédito que merecía en la concepción y resultado final de ‘Stop Making Sense’.

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Pero Demme en 1983 no era aún el exitoso director de ‘El Silencio de los Corderos’ o ‘Philadelphia’, sino un cineasta en ciernes que venía de rodar una comedia bastante fallida con Goldie Hawn, titulada ‘Chicas en pie de guerra’. Y digo fallida porque cuando llegaron las tres noches de concierto que se iban a filmar en el teatro Pantages de Hollywood, le obligaron a volver a rodar las escenas con las que Hawn no estaba conforme, y eso le impidió estar presente en bastantes momentos del rodaje. Por suerte Sally cogía las riendas en esos momentos, con un equipo de rodaje excelente que incluía a Jordan Cronenweth, director de fotografía de ‘Blade Runner‘. En su libro, Franz cuenta que les vino muy bien hacer una tercera noche porque la primera la estropearon varios miembros del grupo, varones, acelerándose demasiado al tocar “por nervios y demasiada cocaína”.

El resultado a nivel imagen sigue impactando igual que hace cuatro décadas en esta nueva versión. Los Talking Heads tenían las ideas visuales muy claras, y Tina Weymouth ha contado recientemente que le pidieron a Demme lo opuesto a los clichés de las pelis de conciertos de los 60 y 70, con sus pantallas divididas, luces ostentosas y poses endiosantes. Un lenguaje visual alejado de películas como ‘Woodstock’ o ‘El último vals’, en el que según Tina “la cámara ejerciese de ojo sensible, de testigo de la maravillosa colaboración entre el equipo del tour los Talking Heads y el equipo de rodaje”.

Gracias al remasterizado en 4K de los negativos originales en el visionado de preestreno de esta noche (sala 1 de Golem Pamplona, aforo de casi el 100%) se aprecia con nueva nitidez toda esa batería de recursos que alejan ‘Stop Making Sense’ de lo predecible: ausencia de artificios, planos que se sostienen mucho tiempo, sin necesidad de efectistas ediciones con miles de planos cortos… de hecho la película es prueba clarísima de que ese tipo de trucos para dar más más ritmo no son necesarios cuando lo que está pasando sobre el escenario es de por sí interesante y excitantemente rítmico. Tampoco se presta atención al público: no hay planos con la reacción de los espectadores, porque la atención está puesta en el diálogo musical entre los miembros del grupo, y también el diálogo de comunicación no verbal, que es una de las cosas más fascinantes de la película: cómo se comunican con miradas de complicidad, a veces casi intimidad, o cómo se asimilan a los movimientos o bailes entre unos y otros de forma espontánea y automática.

En esa huida de los clichés del rock y del pop entraría algo que es también fundamental al hablar de ‘Stop Making Sense’: cómo bailan y se mueven los músicos, y muy en especial David Byrne. En su libro ‘Cómo funciona la música’ el propio Byrne decía que “nada da más grima que un nerd blanco intentando bailar música negra en plan cool” y narraba su proceso para deconstrucción en el que aprendió a “dejar que mi cuerpo fuese descubriendo su propia gramática de movimiento” y que deja algunos de los momentos más icónicos de la película. No sólo a nivel de baile sino durante esas escenas casi de comedia física al estilo de Buster Keaton, como cuando baila con una lámpara en ‘This Must Be The Place’, o sus piernas de goma durante ‘Life During Wartime’.

Pero más allá de lo visual, la carga emocional de mayor impacto viene por la música en sí, en aumento desde ese poderoso crescendo de la primera media hora: la brillante idea de iniciar haciendo ‘Psycho Killer’ con caja de ritmos Roland TR-808 y acústica va dando lugar a la progresiva incorporación de músicos y elementos escénicos y lumínicos, que culminan en la absolutamente espectacular versión de ‘Burning Down the House’, con el grupo literalmente en llamas.

A partir de ahí se suceden innumerables momentos memorables, con iluminaciones y escenografías cambiantes, estimulantes cambios de instrumentos (Tina Weymouth al mini Moog tocando bajos de sinte es un verdadero placer para los oídos) y la constante interacción entre los músicos con espacio para partes coreografiadas, pero también para la espontaneidad, con esa fascinante tensión entre música blanca arty y música negra emocional, que realmente es de lo mejor de la película, y que se aprecia de manera ideal esta noche en la sala de cine, a todo volumen, y rodeados de un público que aplaudimos 40 años después con el mismo entusiasmo.

Hay un precioso momento cuando Byrne abandona el escenario para enfundarse su legendario traje grande y el grupo se transforma durante una canción en Tom Tom Club, interpretando la nunca suficientemente reivindicada ‘Genius of Love’, con Tina Weymouth de protagonista. La aparición de Byrne con ese atuendo impacta, pero no menos que la intensidad sintética de la canción a la que acompaña –’Girlfriend is Better’–, con momentos de verdadero trance sónico. Le sigue la preciosa versión del ‘Take Me to the River’ de Al Green, y la fiesta final a modo de bis de ‘Crosseyed and Painless’, donde por fin las cámaras muestran a un público entregadísimo.

Durante una de las recientes entrevistas para promocionar esta nueva versión de ‘Stop Making Sense’, David Byrne comentaba que el arco narrativo de la película es un poco como el arco narrativo de su trayectoria musical y vital: empieza con él con gesto alienado, bailando entre espasmos y cantando sobre un asesino psicópata, pero su estado de ánimo va cambiando gradualmente, su lenguaje corporal se va relajando hasta que le encontramos ya cerca del final para el final rendido a la música, cantando con alegría, en un ambiente festivo. Un momento en el que el protagonista ha encontrado una comunidad en la que se siente feliz. Esa es exactamente la sensación que sentimos al abandonar la sala después de presenciar lo que esta noche desde luego sí parecía “la mejor película sobre un concierto de la historia”, como declaró Spike Lee en octubre durante su estreno en Toronto.

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