Por qué los escenarios pequeños tienen más magia que los principales, en WARM UP

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Por qué los escenarios pequeños tienen más magia que los principales, en WARM UP

Quien asiste a un festival, siempre tiene la oportunidad de vivir dos experiencias diferentes. Uno puede quedarse solo con la programación principal, normalmente dividida entre dos escenarios. Esta es la opción fácil y más común. También cabe la posibilidad de ir a la aventura y descubrir nuevos sonidos en los escenarios más pequeños. Si no te esperas nada, no existe la decepción. Es casi como un hack de los festivales. No ocurre lo mismo con los escenarios más grandes, que son los que suelen vender entradas y en los que está puesta la máxima expectación. En la segunda jornada de WARM UP, la más variada de esta sexta edición, la regla se confirma.

A las 20:25, más de una hora antes de la actuación, ya había una gran masa de gente esperando frente al escenario Estrella de Levante para ver a Viva Suecia. Celebrando su décimo aniversario como banda, los murcianos eran el plato fuerte junto a Editors y The Blaze. Qué decir de Viva Suecia. Los hemos reseñado tanto que en nada nos vamos a quedar sin cosas interesantes que contar. El concierto por su décimo cumpleaños fue casi como cualquier show de Viva Suecia: el público se dejó la voz, hubo fuegos artificiales y amasaron el público más inmenso del festival. Es difícil medir con la mirada si congregaron a más gente que Arde Bogotá o no. No me quiero imaginar lo que pasará en Murcia cuando estos dos grupos saquen una canción juntos.

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Digo que fue como casi cualquier concierto suyo porque sí que trajeron algo nuevo al ruedo, en forma de grandes invitados y músicos. En un momento dado, en el stage no cabía ni un alfiler. Los murcianos se trajeron un coro, un trío de viento-metal (para la reciente ‘La Orilla’) e invitados de alto calibre como Rozalén, presentada por Rafa Val como “la hija pródiga”, Ginebras y Gabriel de Shinova. En cuanto a todo lo demás, fue un concierto de Viva Suecia como cualquier otro. Al terminar, muchos dejaron el recinto.

Editors fueron los siguientes en la programación del escenario grande. Pocas veces he visto un público más muerto que con la actuación de los de Birmingham, pero no les culpo. Después de la energía colectiva liberada con Cupido, que se resarcieron de su decepcionante estreno en el Wizink ofreciendo un directo a la altura de lo mejor del panorama nacional, lo que no apetecía era ver a unos señores tocar la música menos memorable del festival. Sí, suenan muy “épicos” y manejan buenas luces, pero no tienen alma ni buenas canciones. Sí, son muy “serios”, pero nunca serán capaces de hacer un freestyle como los de Pimp Flaco durante la kiss cam: “En Murcia un beso, el batería to’ tieso y yo sin la ESO, por eso beso”, aludiendo a la reciente rotura de pierna de Dannel, que tocó el bombo a pata cambiada.

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Rafa Galán

Por otro lado, The Blaze hicieron realidad eso de lo que hablaban en el vídeo de ‘MADLY’: un lugar donde nadie pare de bailar. El dúo francés se encargó de construir un trance electrónico que terminó a la vez que el set. No hubo descanso, pero sí continuas subidas y bajadas. Montañas y valles sonoros. Especialmente estimulante fue ‘CLASH’, que suena infinitamente más redonda en directo que en la versión de estudio. Dado que tocaron sobre las 3 de la mañana, fue la perfecta banda sonora de despedida.

Al igual que Cupido, Black Lips tocaron en el escenario ElPozo King Upp, el segundo más grande. Estos fueron todo lo contrario a Editors. Solo tenían alma, y les faltaba todo lo demás. El garage rock guarrísimo de los de Atlanta fue recibido a mitad de tarde por un público modesto, pero fiel. En cambio, yo lo que más sentí durante su actuación fue confusión. Confusión cada vez que el cantante Cole Alexander hablaba, y también cada vez que cantaba, porque era imposible entender nada. Confusión porque en ese torbellino de guitarras ahogadas y riffs de blues había un saxofón. Lo veía, lo estaban tocando, y no se oía nada. Por último, confusión por los visuales, que mostraban lo que parecía un trozo de un documental de motos de nieve. En la nota de prensa del festival lo describen como un “refrescante paisaje invernal”. A mí simplemente me pareció random. Les daba igual ser malísimos, y por eso no me disgustaron tanto. De hecho, en una sala pequeña seguro que son un espectáculo muy superior.

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Rafa Galán

Luces y sombras en los dos escenarios principales. Si me hubiera limitado a esa programación, la experiencia habría sido algo decepcionante. La verdadera magia estuvo tanto en el escenario ENAE, con Tommy Cash, como en el enanísimo Thunder Bitch, con vatocholo. Con Cash, directo desde Estonia hasta Murcia, ocurrió algo precioso. Nadie le conocía y todo el mundo flipó. Mientras Shinova hacían lo suyo en el recinto principal cantando sobre el “tono rojizo” de Lavapiés o sobre Berlín, Tommy Cash estaba dando una lección de control de masas, de hype colectivo y de performance que pocas veces he visto. Todo mientras cantaba sobre “dinero, coños y marihuana” o sobre “el único lugar de la Tierra donde Siri no puede ayudarte”.

En su set sonó desde glitch y trap hardcore hasta tecno y rave experimental. Era totalmente impredecible. Por si fuera poco, Cash no se saltaba ni una línea, pese a estar corriendo, saltando y tirándose al suelo todo el tiempo. En cuanto a control del público, Cash es un maestro. Es posible que me lo haya perdido en algún momento, pero no hubo muchos más pogos que los de Tommy en estos dos días de festival. El de Tallin consiguió que el público, pese a no conocerle, se abriese de par en par para una ristra final de tres brutales pogos en los que los más valientes debían recorrer el borde del círculo hasta romper todos juntos en el medio. Después, locura. La cara de satisfacción de Cash al ver el pogo final no tuvo precio.

Aunque haya nacido en Dinamarca, vatocholo es marca México. Fue recibido en el escenario Thunder Bitch, usado principalmente para sesiones de DJ de lo pequeño que es, por un público muy reducido que fue creciendo poco a poco. Vestido con unas gafas de esquí y una chaqueta de Lacoste fluorescente, lo último que te imaginarías de vatocholo es la belleza de sus canciones. En esencia, corridos tumbados. El resultado final, otra cosa. Lo primero que me llamó la atención fue su particular versión de ‘Creep’, ‘la del cretino’. “¿Qué chingadas hago aquí?”, cantaba el compositor y productor de 23 años.

Después de dos canciones y una cover de Peso Pluma, estaba totalmente atrapado en la música y no me había dado ni cuenta. Era desnuda, compuesta por dos guitarras acústicas y un bajo que también hacía el papel de percusión, pero no necesitaba absolutamente nada más. De vez en cuando, el DJ metía unos sonidos de águilas, serpientes o disparos. Puro México. Conquistó totalmente con la última canción, ‘un loquerón’, en la que se descolgó la guitarra y la cambió por una copa. En la otra mano, el micro. Fue el único tema en el que se apreció la mezcla de música popular mexicana y sonidos urbanos que hace el Vato normalmente, al ser cantada sobre una instrumental. “¡Que viva México hijo de tu puta madre!”, soltó al terminar. Con tan poco escenario, y lo tanto que hizo.

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