Era una de las series estrella de Netflix para este año, una cuidadísima adaptación de la célebre novela de Patricia Highsmith a cargo del oscarizado guionista Steven Zaillian (‘La lista de Schindler’, ‘Gangs of New York’), autor de otra serie magnífica: ‘The Night Of’ (2016). Sin embargo, no la está viendo casi nadie. En solo dos semanas ha desaparecido del top 10 que publica la plataforma. ¿Cómo se puede interpretar esto?
Lo fácil sería decir que la mayoría de los espectadores no saben quién es Patricia Highsmith (de Zaillian ni hablamos), la fotografía en blanco y negro les parece algo como del siglo XIX, y son incapaces de mantener la atención en una historia que no tenga diez giros de guion y veinte estímulos audiovisuales cada cinco minutos. Pero quizás habría que matizar y no decir “los espectadores”, sino “los clientes de Netflix”.
Y es que esta plataforma se ha ido poco a poco convirtiendo en el gran fast food del entretenimiento televisivo. La mayor parte de sus productos están enfocados al consumo rápido y todos tienen más o menos el mismo sabor. Por eso, cuando ofrecen en el menú algo distinto, cocinado a fuego lento o con algún ingrediente poco habitual, lo prueban pocos y les gusta a menos. Y no me refiero a películas muy de autor como ‘Blonde’ (2022) o ‘Estoy pensando en dejarlo’ (2020), sino a series tan accesibles como la extraordinaria ‘Mindhunter’ o la muy reivindicable ‘The Get Down’, canceladas antes de tiempo.
Netflix ha acostumbrado a su público a un modelo de ficción tan estandarizado, sobre todo en las series, que todo lo que se salga de ese patrón narrativo y estético resulta extraño, una extravagante anomalía del catálogo. Es lo que ocurre con ‘Ripley’. Lo primero que uno piensa al verla es: no parece una serie de Netflix. De hecho no lo es. La produjo Showtime y la compró Netflix. Esa puede ser la explicación.
La oscuridad de Ripley
Zaillian ha realizado una adaptación brillantísima de ‘El talento de Mr. Ripley’. A diferencia de las anteriores intrigas “a pleno sol” de René Clément y Anthony Minghella, protagonizadas por un Ripley muy guapo y seductor (Alain Delon y Matt Damon), Zaillian ha optado por dibujar un personaje mucho más mayor e inquietante: un tipo siniestro y magnético (fabuloso Andrew Scott) con una formidable capacidad para embaucar a los demás. Una combinación diabólicamente perfecta entre arribista, impostor y psicópata.
Estilísticamente la serie es impresionante. Una mezcla entre la sombría y evocadora estética del cine negro clásico y la sofisticación visual de la trilogía de la incomunicación de Antonioni (la fotografía es de Robert Elswit, habitual del cine de Paul Thomas Anderson). El contrastado blanco y negro sirve también como metáfora de la oscuridad que anida en el interior de Ripley en contraposición a la luminosa Italia de los 60, la de Mina y la dolce vita, donde transcurre la trama.
Todos estos elementos (alguno, como el paralelismo entre Tom y Caravaggio, no funciona tan bien) ilustran una fascinante historia de suspense, un intrincado relato criminal aderezado con ingredientes muy turbios de intriga psicológica. Gracias al punto de vista adoptado por la narración, el de Tom, y a la excelente construcción del personaje, la serie pone al espectador en una situación moralmente incómoda: por muy execrables que sean sus acciones, es imposible no admirar el talento de Mr Ripley.