El 22 de diciembre, la cuenta de Twitter de Tico86 llevaba dos meses sin publicar contenido. Y lo que había consistía básicamente en retuits de páginas de fans de Mónica Naranjo. Pero el 22 de diciembre otra cuenta, Ani Marrash, compartió un vídeo de Dromy22 bailando ‘Esa diva’ de Melody en la Puerta del Sol con mucho entusiasmo y ninguna técnica. El texto era “No falla”. Dos días después, el día de Nochebuena, Dromy22 intentó hacer que #siguebailandosincomplejos fuera trending topic. El día de Navidad compartió una canción compuesta por él mismo, ‘La zorra de las hadas’, y por fin tuiteó sobre su viralidad: “Mis vídeos bailando #EsaDiva tienen tres millones de visitas. Mis padres me educaron para ser fuerte de la crueldad de las personas, porque soy algo bajito y todo este revuelo me la suda, pero ¿qué pasaría si soy una persona más débil?”. El día 26 ‘Esa diva’ superó por primera vez en escuchas a ‘Hartita de llorar’ y encabezó la lista de las canciones más reproducidas del Benidorm Fest, de donde no se ha bajado desde entonces (ahora mismo acumula 1,5 millones, seguida de ‘Hartita de llorar’ con un millón y ‘La pena’ de DeTeresa con 600.000). Dromy22 lo celebró subiendo otro vídeo de él bailando en un vagón de metro. El texto: “Sirviendo y punto”.
Mientras tanto, otro tuit recopilaba docenas de TikToks de mujeres bailando ‘Esa diva’. El texto venía a decir algo así como: “Tenemos de nuestro lado a las divorciadas. It’s over”. La viralidad de estos vídeos le dio a ‘Esa diva’ una promo por la que los otros 15 concursantes del Benidorm Fest habrían matado. Pero además, le dio lo más valioso que puede tener una canción en un festival en el que no hay ninguna propuesta realmente contundente: le dio una narrativa. Y además, por su parte, la propia Melody iba sobrada de narrativas.
La gala de ayer fue un espectáculo televisivo muy bueno y una selección eurovisiva con más ganas que resultados. Tuvo ritmo, funcionó a nivel visual y sonoro y dio para cháchara en los grupos de WhatsApp. Inés Hernand, como dirían los votantes de ‘Esa diva’, devoró. Ella es ahora mismo la presentadora más divertida, más rápida, más ingeniosa y más macarra de la televisión. Es ácido y alurónico a la vez. Las principales damnificadas fueron sus compañeras, Ruth Lorenzo y Paula Vázquez. Evidentemente no es la intención de Hernand, pero cuando suelta exabruptos como “¿naciste en 2005? En aquel año todos estos ya estaban de cruising en Maspalomas”, “mi Kuve de rubik” “ o “chochilandia.com” y da paso a “mis compañeras, para y lela”, hace que Ruth y Paula parezcan Juncal Rivero y Norma Duval. El contraste es demasiado brusco. Es como ver una escena de Matrix y luego pasar a ‘Salida de los obreros de la fábrica’. Ruth y Paula son solventes y le ponen ganas (y el jueves tenían más y mejor guion que el martes), pero cuando intentan jugar con la pelota que les tira Inés solo consiguen parecer más robóticas.
Detengámonos por un momento en Paula Vázquez. ¿Es ella acaso uno de los mayores misterios de la tele española? Lleva 30 años entrando en nuestras casas. Nos enseñó a contar euros en ‘El juego del euromillón’, le dio su merecido a Verushka en ‘Supervivientes’, llamó Makoke a Macaco en ‘Fama’ e hizo viral involuntariamente la expresión “¿Quieres salami?”. Ha estado siempre ahí. Es una presentadora claramente sólida, inteligente y buena persona. Sentimos que la conocemos. Y, a la vez, nunca deja de resultarnos un poco extraña. Siempre que aparece en la tele hace algo que “no le pega”.
La noche arrancó con Daniela Blasco, que quizá sea, cronómetro en mano, el ser humano que menos frases ha cantado en el Benidorm Fest. ‘Uh Nana’ es una canción muy chula que convierte ‘SloMo’ en ‘Imagine’ de John LenNon: bases calcadas a ‘Crazy In Love’, un rap a la mitad y una aceleración final a 1.5 pensada directamente para TikTok. Lo que faltaba era personalidad. Daniela llevaba un triple conjunto (top, falda y botas) de flecos de plástico que luce a algo que se pondría Gabriela de ‘La isla de las tentaciones’ para una fiesta de temática azteca. Fue la concursante que mejor sabía jugar con las cámaras (aunque por momentos ponía caras similares a las de Chanel), bailó espectacularmente bien y se movió con semejantes espasmos que si llega a haber un cura en Benidorm la habría exorcizado en el acto. Pero la canción terminó y seguíamos sin saber quién era Daniela Blasco. Todo molaba, pero faltaba el factor sorpresa. La actuación resultó demasiado predecible. Y, de entre todas las hijas de Eleni Foureira, Chanel tenía algo que nunca se le valora lo suficiente: una voz excelente.
Kuve también apostó por el plástico altamente inflamable con un body que no se pondría ni Taylor Swift en el «Eras Tour». ‘Loca x ti’ pertenece a ese subgénero tan de moda últimamente de canciones que tienen un preestribillo ascendente y ascendente y ascendente que parece que va a estallar en un himno pero al final resulta que el preestribillo era el estribillo y para cuando te quieres dar cuenta la canción ya se ha acabado. Es un tipo de canción que, por alguna razón, solo le queda bien a Ana Mena. ‘Loca x ti’ suena a dance celestial y la voz de Kuve la elevaba, porque cantaba mucho mejor de lo que la canción necesitaba, pero el conjunto era algo que podría haber llevado Azerbaiyán en 2012 perfectamente. En cualquier caso, fue una actuación estupenda: lo que hizo Kuve fue lo que Soraya creía que estaba haciendo en 2009.
El Benidorm Fest es un lugar en el cualquier cosa puede pasar. Como por ejemplo que aparezca un señor en su vídeo de presentación y diga: “Hola, soy Mawot”. A Mawot, que no daría una nota mala ni aunque quisiera, le perjudicó el “efecto Vicco”: hay gente que debería dedicarse solo a componer y dejar que sean otros quienes interpreten sus canciones. Disfrutar sobre el escenario no es lo mismo que tener presencia escénica, pero está claro que Mawot hizo todo lo que hizo porque a él le gusta y, mira, bien por él. A él le gusta el anime, le gusta ‘Dune’ y le gusta Tino Casal. Y le gusta abrir mucho los ojos y mirar a cámara como si supiera el día y la forma en que vas a morir. ‘Raggio di sole’ es una canción tan clásica que podía haber participado en cualquiera de las 68 ediciones de Eurovisión. Y quizá hasta habría ganado alguna de ellas (las de los años 60). Pero la estética no tenía nada que ver con la canción. Y ese choque distraía de ‘Raggio di sole’, que probablemente fuera la mejor de las 16 seleccionadas. Pero si esto fuese solo un festival de canciones no estaríamos aquí.
Lachispa reivindicó ‘Quién maneja mi barca’ de Remedios Amaya en su vídeo de presentación, lo cual debería considerarse servicio público. Colocó la voz mucho mejor que en la semifinal (ella misma así lo reconoció cuando bajó del escenario gritando: “¡hoy, sí!”) y transmitió el huracán emocional que es ‘Hartita de llorar’: una canción que pasa de quebrarse a ser apocalíptica porque así se siente cuando por fin bajas las persianas y te rindes ante la evidencia de que estás loca y has desarrollado inmunidad al orfidal. Quizá lo que perjudicó la actuación es que el estribillo es tan desatado que eclipsa el resto de la canción. Pero Lachispa es la artista a la que mejor le ha venido participar en este Benidorm Fest y a la que menos trabajo va a faltarle a partir de ahora.
Ruth Lorenzo presentó ‘I’m A Queen’ de Mel Ömana como “todos los géneros musicales en una sola canción”. Realmente no es una forma de hablar. Y no necesariamente es algo bueno. Como la gente se quejaba de que España siempre mandaba canciones planas y sin puesta en escena, ahora se ha puesto de moda que todas sean siete canciones en una y la cámara no esté quieta ni un segundo. Mel Ömana hizo una actuación excelente, probablemente la mejor de la noche. Impactante y memorable. Y demostró que podría doblar a todos los personajes de los pitufos: de repente era urbana, de repente era flamenca, de repente era lírica. Mel Ömana es lo que sería Nathy Peluso si Nathy Peluso dejase los porros. Pero también es una chica que ante cualquier pregunta responde “Vamos a enseñarle a Europa a sabrosear” y realmente no sé si este país necesita tres meses de Mel Ömana diciendo “si la vida te da la espalda, tócale el culo”. Hemos esquivado una buena bala.
En teoría, J Kbello tenía la propuesta con más potencial de todas. La única que sonaba a top 10. Pero la puesta en escena traicionó a la canción. Si él mismo explicaba en su vídeo de presentación que su “danza nace de la calle”, ¿por qué iba vestido como un bailarín de Jorge González? Los vídeos de J Kbello ensayando causaron sensación en las redes sociales: aparecía en un gimnasio con unos pantalones de chándal y una camiseta de tirantes o una sudadera. Esa era la estética que pedía ‘V. I. P.’, no una transparencia digna de Yvonne Reyes y un cinturón de brillantes blancos que sin duda cuesta 80 céntimos en Temu. Tras la semifinal, los eurofans le pidieron que no se pusiera gomina, que no era Mahmood. Y J Kbello hizo caso. Pero no había nada que hacer. La escenografía deslucía: oscura, confusa e innecesariamente efectista. Era una escenografía para una canción floja, de esas en las que pasan muchas cosas y a la vez no pasa nada. Y ‘V. I. P.’ no es una canción floja. Tiene una atmósfera melancólica y tiene urgencia. Hasta sus carencias (que el tono de las estrofas está extremadamente bajo para poder llegar a los altos del estribillo) acababan sentándole bien al conjunto. Pero no basta con tener una buena canción, hay que saber venderla.
Una vez me contaron que durante la grabación de una serie de Telecinco le pidieron al actor protagonista (un hombre canónicamente bellísimo) que sedujera a su partenaire. Él repetía toma tras toma con una actitud inerte. Después de varios intentos, el director entendió que el actor era tan guapo que nunca en su vida había tenido que seducir a nadie. No le había hecho falta. Así que no tenía ni idea de cómo hacerlo. Pues algo parecido le pasó a J Kbello: no se comportaba como un tío bueno, se limitó a ser un tío bueno. Cantó frases como “vente pabajo” como quien canta “cierra la puerta ven y siéntate cerca” (es probable que Mahmood, en su lugar, le hubiera dado un pollazo a la cámara) y, aunque bailó fenomenalmente, la cámara nunca llegaba a capturar la coreografía en todo su esplendor. Tampoco le ayudó la inclinación hacia las divas de la audiencia eurovisiva: de las últimas diez veces que el público ha elegido al representante español en Eurovisión, ocho han sido mujeres.
Lucas Bun tenía una canción que, como casi todas las demás de la noche, era un 6,5. ‘Te escribo en el cielo’ recordaba a Salvador Sobral, pero añadía efectismos que la canción no pedía: unas hombreras rollo Locomía, una puesta en escena muy salvapantallas de Windows 95 y demasiadas ganas de epatar vocalmente con unos agudos que ahogaban el conjunto. Sergio Dalma la habría cantado con más sobriedad. Y, quién sabe, quizá habría quedado bien, porque digan lo que digan Eurovisión es impredecible y no existe eso que llaman “canción eurovisiva”.
Hablando de lo cual, por fin le llegó el turno a Melody. Cantó la última. ¡Qué casualidad! En la semifinal también le tocó la última. Para nada tiene que ver que ‘Esa diva’ fuese, para bien o para mal, la actuación que más expectativa generaba entre la audiencia. Todo lo que ocurrió en esos tres minutos (y ocurrieron muchísimas cosas) es lo que la gente que odia Eurovisión cree que es Eurovisión: una mariconada esperpéntica.
Pero no cualquier mariconada. ‘Esa diva’ captura un momento muy concreto de la cultura gay española, concretamente un momento en el sótano del Delirio en 2005. Es una canción con tantos lugares comunes que Gloria Trevi la rechazaría por resultar demasiado obvia (es broma, Gloria Trevi no rechazaría ninguna canción). Tiene sentido que el vídeo de Dromy22 bailándola en la Puerta del Sol se viralizase, porque ‘Esa diva’ es un himno gay para la gente que va a la Puerta el Sol en diciembre. Una canción pensada para la gente que todavía utiliza la palabra “mariliendres” (como Aitor Albizua, que no tengo la menor duda de que votó por ella), para las chicas que dicen “¡es que me encantan los gays!”, para la gente a la que le encanta “salir a bailar petardeo”, para los gays que en 2025 siguen llevando mochilas de cuerdas. ‘Esa diva’ podría sonar en un Orgullo, en un anuncio de Divacel y en una despedida de soltera. ¿Que suena a 2005? ¿Y desde cuándo eso ha sido un problema para los millennials? Por supuesto que iba a ganar.
La actuación empezó con Melody subida a un columpio como Satine en ‘Moulin Rouge’, como si Satine fuera de Dos hermanas, con una cola de faralaes de varios metros colgando. Ella se tiró al suelo, bailó lo justo (para priorizar las respiraciones), dio una pirueta como si fuera una tortilla de patatas y se agachó con las piernas abiertas para el grito final como si en vez de cantar la nota la estuviera pariendo. Ese grito le salió desastroso en la semifinal y, por eso, se proclamó ganadora en el momento en el que lo volvió a intentar en la final y le salió perfecto. Ella quizá ya lo sabía y por eso lo remató agarrándose la melena y haciendo el pelocóptero. Aquel fue el punto álgido. Aquel fue el instante en el que, de repente, todos fuimos Dromy22.
El año pasado, recuerdo comentar el Benidorm Fest con un amigo de 25 años. Le dije que quién sabe, que igual ‘Caliente’ de Jorge González gustaba en Europa y conseguíamos un top 10. Y él, sin pestañear, como si estuviese explicando un dato científico y no dándome una puñalada, dijo: “’Caliente’ solo os gusta a los maricas de 40 años que bailáis con los brazos en alto”. (Aclaración: yo soy un marica de 40 años que baila con los brazos en alto). El chiste recurrente (y edadista) de que el Benidorm Fest está siendo arruinado por cierto tipo de gay (calvo, con barba, que se levanta la camiseta con ‘Ay mamá’) lleva años extendiéndose por las redes sociales, lo cual ha llevado a muchos de esos gays a defender más vehementemente su gusto musical. Y Melody era perfecta para ellos porque ella también se presenta al mundo como David contra Goliat. En este caso, Goliat es la realidad.
Porque en esa cabeza solo había extensiones, hambre de triunfo y delusión. “Yo lo he prometido que lo voy a dar todo para todos y por todos”, le dijo a Inés Hernand al bajar del escenario. Melody habla un dialecto de folclórica. Habla con grandilocuencia de sí misma, como hacía Lola, y dramatiza dejando pausas entre palabra y palabra, como hace Maria José Cantudo. Inés le dijo: “¡Yo no sé si esa cola de volantes es la cola más larga que ha visto nuestro público!”. Y Melody respondió: “Me alegro, me alegro”. Primero, porque estaba en trance. Y segundo, porque tampoco habría pillado la broma. Melody es la persona más literal de España. Ella tiene una sola misión (poner toda la carne en el asador) y todo lo que no sea el aplauso del público es ruido de fondo.
Si después de ver actuar a Daniela Blasco seguíamos sin conocerla, Melody dejó bien claro quién es. Si Mel Ömana prometió que “esto es solo un aperitivo de lo que podemos hacer en Eurovisión”, Melody actuó como si fueran sus últimos tres minutos de vida. Cantó como lo que es: una mujer que lleva 16 años esperando este momento, desde que fue robada a mano armada en la selección de 2009. Aquella gala se tituló «Eurovisión: el retorno», que sinceramente suena a amenaza, pero en realidad se refería (interpreto yo) a que después de que los heterosexuales se organizasen para hacer la broma y reventar la votación el año anterior enviando a Rodolfo Chikilicuatre (por encima de, recordemos, ‘La revolución sexual’), ahora le tocaba al público natural de Eurovisión (Dromy22) reclamar lo que era suyo. Y vaya si lo hizo. Melody y Soraya quedaron empatadas en el voto del jurado, pero el televoto se decantó por ‘La noche es para mí’ (una canción que habían rechazado dos griegas) en vez de ‘Amante de la luna’. La desilusión de Melody aumentó con la frustración de que su cuerpo de baile flamenco, Los Vivancos, abandonase la competición justo antes de la gala porque “no se cumplían los requisitos para poder presentar su candidatura con profesionalidad”.
Aquella noche juró que volvería. Y aquí la tenemos. Durante estos 16 años se ha dedicado, por encima de todo, a seguir intentándolo muy fuerte. Participó en ‘Tu cara me suena’, donde fue robada de nuevo cuando perdió contra Edurne a pesar de hacer imitaciones alucinantes de Ana Torroja o Gwen Stefani. Cantó ‘Mujer loba’ en Orgullos de pueblos donde ni siquiera había homosexuales. Y, sobre todo, siguió practicando para estar lista cuando le llegase de nuevo la oportunidad: Melody tiene el diafragma más duro de toda España. Ese diafragma se contrajo en algún momento de 2001 y no se ha destensado desde entonces.
Yo coincidí con Melody hace dos años en el programa de TVE ‘Lazos de sangre’. La llevaron porque el tema de la noche era Marisol, otra niña prodigio como ella. Por supuesto, los tertulianos nos dedicamos a hablar de la crueldad que sufrió Marisol de pequeña, de lo que ella simbolizaba en la España franquista y de la polémica que generó cuando se declaró comunista, pero cuando le tocó el turno de hablar a Melody ella se limitó a lamentar que nos centrásemos tanto en lo negativo, “porque tener el cariño del público es lo más bonito y lo más grande que le puede pasar a un artista en esta vida”.
Eso es Melody. Una persona con una necesidad agotadora de gustar a los demás. “Desde que era bien pequeña, antes de saber andar”, empieza ‘Esa diva’, “fui del mundo la rumbera, para mí era tan normal”. Y ahí está la clave: que para ella era normal algo que no lo es en absoluto y se acostumbró. Ella se hizo famosa (pero famosa-famosa) cuando tenía 10 años con ‘El baile del gorila’ y ‘De pata negra’, así que es probable que en su inocencia infantil pensase: “Muy bien, ya lo he conseguido, soy una cantante de éxito, esta será mi vida a partir de ahora”. Y, de algún modo, se ha quedado atrapada en ese momento. No volvió a conseguir un hit (y mira que ‘Dabadabadabá’ es alucinante y la presentó en Música sí jugándose la vida de tantas volteretas que dio), pero no se ha rendido, ha seguido intentándolo una y otra y otra vez. Nunca ha dudado de que lo conseguiría, por mucho que todo indicase que no.
Y esa es la narrativa principal de Melody. La épica de intentarlo muy fuerte. La poesía de autoconvencerte de que vas a conseguirlo. De que el público va a volver a quererte. La delusión de que si nadie te llama diva pues se lo pones de título a una canción y te lo llamas tú misma. “Y que sepáis”, dijo Melody al recibir el micrófono de bronce, “que voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que cuando la gente piense en nuestra tierra, en España, sepan una vez más que aquí hay grandes artistas y grandes voces”. Y sí, se estaba referiendo a sí misma.
La única manera de ganar el Benidorm Fest es tener una candidatura incontestable (algo que solo ocurrió con ‘SloMo’) o emocionando a varios demográficos distintos. Es decir, dándole a la mayor cantidad de gente posible motivos sentimentales para votar. Por eso la de Melody era la única victoria posible. Se juntaron el voto irónico y el voto literal. Se juntaron la nostalgia millennial (la caída de Sonia y Selena en la semifinal le vino genial a ‘Esa diva’) con la ternura que despierta ese hambre ansioso de Melody por recibir reconocimiento. Se juntaron los mariquitas calvos que se indignan cuando un evil twink les llama viejas con las divorciadas a las que descubrir la palabra “empoderada” les salvó la vida. Y, por si necesitaba un último empujón, empezó a extenderse durante las semifinales cierta mentalidad de “viendo lo que hay, para eso mandamos a Melody”. Ni que solo sea por las risas.
El Benidorm Fest, como cada año, le ha puesto delante un espejo a España. Y la única conclusión que puede sacarse es que este país no es serio. El público intenta tomarse el festival en serio hasta que entiende que es imposible y ahí es cuando se empieza a votar “para que por lo menos nosotros nos divirtamos”.
Para ningún concursante ganar significaba tanto como para ella. “Has trabajado toda tu vida como una jabata”, le dijo Ruth Lorenzo. “Te lo mereces”. ‘Esa diva’ no habría ganado en ningún otro país. Y claro que no lo van a entender en Europa. Pero al menos es una victoria con significado. Un Benidorm Fest con moraleja: no te rindas, sigue intentándolo, autoengáñate si hace falta. A veces, esa es la única manera de aguantar. A veces, todos hemos sido un poquito Melody.
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