1. La escenografía. Viendo los shows de Madonna o Kylie Minogue, aquí el espectáculo parecía de colegio. La plataforma móvil en plan shushibar como la que sacaba la Ciccone en los ochenta era lo más novedoso,porque de los fuegos artificiales y del ventilador pontentérrimo mejor ni hablar.
2. El ritmo. ¿De verdad duró dos horas el concierto? A mí se me antojaron cuatro, porque fue todo escandalosamente lento. Los interludios entre canción y canción se hacían eternos, aburridos y fuera de lugar: saxofonistas, bailarines de clásico, raperos haciendo chascarrillos en plan Pepe Viyuela, un vídeo con la vida de Beyoncé… Un arte.
3. El repertorio. Uno de los mayores errores fue empezar directamente con ‘Crazy In Love’; a mí me daban ganas de irme a casa, porque era todo lo que quería ver. Es como si Madonna abre con el ‘Hung Up’, ¿qué emoción te queda ya para todo el show? Ninguna. Terminó sin un verdadero hit y dejó para la mitad las canciones de las Destiny’s. Un poco desastre.
4. El «homenaje» a las Destiny’s. Va Beyoncé y en un bloque sale con una bailarina a cada lado, como en su antiguo grupo, y se pone a cantar las canciones, pero ella sola. De repente, te imaginabas a las otras dos (bueno tres, que nadie se acuerda de aquella que echaron) buscando trabajo en Infojobs mientras ésta se forra. Termina esta parte desplegando una lona con la cara de sus dos ex compañeras. Hasta de mal gusto, vamos, ni que se hubieran muerto. ¡Pero si les robaste hasta el manager, tu padre!
5. La voz. En las canciones más bailables Beyoncé sólo cantaba cosas como «ah», «oh» y algún «uuuh», y el resto lo hacían tres coristas que tenía detrás. Eso sí, cuando le daba por lucirse, se soltaba un insoportable baladón, la mitad de él a capella, gritando a todo pulmón y desgañitándose viva. Esto no hacía sus baladas más interesantes, sino más aburridas ya que al tercer berrido te querías ir.
6. La cursilería. Yo pensaba que Beyoncé destacaba por ser sexy, principalmente. Bien, pues bajo su apariencia de jamona sensual, se esconde una redomada cursi que hace gala de su empalague en cualquier momento de sus conciertos. Lo más destacado, cuando se despedía y nos decía al público lo mucho que nos quería formando un corazón con las manos. Repitió el gesto unas dos mil veces. Subidas de azúcar por doquier.
7. Los bailes. Beyoncé llevaba un pequeño cuerpo de baile en el que destacaban sus raperos, que estaban muy buenos y lo hacían muy bien; las chicas eran más bien mediocres. Pero lo peor eran las coreografías de la propia cantante, que parecía que se las había hecho ella misma, con unos contoneos exageradísimos, llegando al paroxismo en ciertos momentos álgidos de balada, acompañados de una cara de animal de bellota que contrastaba con el gesto del corazón.
8. El estilismo. Sorprendió que no cambiara ni una vez de peinado (todo el rato melenón rubio al viento) y de traje. Ah sí, de vestido cambió como cinco veces, pero todos eran casi iguales: plateados, con bien de lentejuela, bien de piernas al aire y ceñidos hasta la asfixia. Poca variedad y mucha ostentación.
9. Shakira. Esta nueva relación de amistad se ha materializado en que Shaki le ha enseñado a Beyoncé a mover la cadera como todos sabemos y a disfrazarse de ella para que todos nos pensemos, si nos tapamos los oídos, que es la colombiana la que está sobre el escenario. Sí, la Knowles imita a Shakira, quién lo iba a decir.
10. El ‘say my name’. Como su propia canción indica, el nombre de Beyoncé se pronunciaba aproximadamente cada dos segundos; no sólo ella se llama así, su gira también, su disco se titula como otro homenaje a ella misma, las coristas también la citaban cada dos por tres, nos pedía al público que coreásemos su nombre, el despliegue de fotos de toda su vida en plan «Aquellos maravillosos años»… ¡Qué pesadez de ego! Y qué empacho.