Venecia

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Venecia

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Antes de viajar a Venecia, y después de la nefasta experiencia que sufrimos varios miembros de Je Ne Sais Pop en Roma, iba con muy pocas expectativas de que me gustara algo y totalmente convencida de que iba a ser una birria de ciudad. No podía estar más equivocada. Venecia resultó ser un lugar lleno de encanto y que merece toda la fama (y más) que pueda tener. Se me ha ocurrido plantear esta especie de guía de Venecia a través de todas las ideas preconcebidas que se pueden tener de ella antes de conocerla, intentando desmontar los clichés que tiran para atrás a todos aquellos que no se deciden a ir. Con esto y una guía normal con todos los típicos must go, garantizo una estancia suntuosa.

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Venecia es carísima. No podemos decir que Venecia sea barata, pero si has estado en París o Londres sus precios no sorprenden tanto. Hay que tener ojo y no tomarse un café justo enfrente del Gran Canal (te pueden pegar una sorpresa de seis euros por uno con leche) al igual que nosotros no lo hacemos en la misma Plaza Mayor de Madrid, sino en calles adyacentes. Es un consejo que supuestamente conocemos todos, pero al final nunca nos los aplicamos. Al fondo de la Plaza de San Marcos hay una Oficina de Turismo donde se pueden comprar tarjetas que incluyen entradas a todos los museos e iglesias por un precio bastante módico, y así no palmas cuatro euros (o 14, como en el Palazzo Ducale) cada vez que quieres ver algo. Con la comida tampoco hay que tener muchísimo cuidado porque en todos los restaurantes están perfectamente indicados los precios y suplementos (en muchos te cobran dos euros más por cubierto); además de las típicas trattorias, toda la isla está llena de unos bares de comida rápida regentados por chinos, pero con menú italiano; son todos exactamente iguales y ofrecen pizzas, bocadillos, ensaladas y platos combinados a muy buen precio, con servicio en la mesa y todo recientito. El palo te lo llevas cuando te metes a un restaurante con terraza al Gran Canal.

Venecia es una Disneylandia del barroquismo. Al contrario que ciudades-museo como Carcasonne, Venecia no es tan de cartón piedra ni un nido de turistas. De hecho, es mucho más auténtica de lo que parece ya que hay zonas como el barrio judío o la zona de XXX y sus mercados diarios al aire libre donde los habitantes autóctonos van a la compra, colegios, bibliotecas… Sí, hay zonas sembradas de turistas como la Plaza de San Marcos, pero también hay mucho veneciano que va a trabajar y que vive en la misma isla, con lo que la sensación de estar en Disneylandia desaparece bastante.

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Para ahorrar, hay que alojarse en hoteles fuera de Venecia. Éste es, con diferencia, el mayor error que se puede cometer en la visita. Los hoteles en la isla son bastante caros, aunque sea un simple albergue de mochileros, pero merece la pena gastarse el dinero ahí y no en los carísimos y lentos transportes venecianos. Fuera de Venecia, está la zona del Mestre, ya en tierra firme, desde donde se tarda casi tres cuartos de hora en llegar a la ciudad entre autobuses y vaporettos. También en las agencias ofrecen muchos hoteles en el Lido -donde se celebra el Festival de Venecia, otra isla al lado- más baratos, pero sólo es recomendable si se va en verano porque si no todos los alojamientos están orientados a la playa, desierta en temporada baja. Siempre hay que alojarse en los alrededores de San Marcos, el puente Rialto y del Gran Canal porque, total, uno va a Venecia a no estar en el hotel.

En Venecia hay mucho que comprar. Salvo que te encanten los brocados y el barroquismo, una persona joven no tiene prácticamente nada que comprar en Venecia. Todo está plagado de tiendas de turistas donde se venden las famosas máscaras, todo tipo de objetos decorativos horteras y botellas de limonccello. Otro must son los cristales de Murano, carísimos y que luego terminas olvidando en un cajón. Luego están las típicas tiendas de lujo (Gucci, Chanel, Vuitton…) que encuentras en cualquier otra ciudad y en las que, salvo que te lo puedas permitir, ni te paras. La verdad es que gracias al escaso shopping que ofrece, Venecia sale baratísima en compras. La única tienda que recomiendo encarecidamente es una de ropa de segunda mano de decoración minimalista y unas prendas extremadamente cuidadas y de calidad, en el Campo Riccardo Campiello, detrás de San Marcos. A precios venecianos, pero es para verla.

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A Venecia hay que ir una semana entera. ¡Ni locos! Con cuatro días ya puedes hacer una visita tranquilamente y sin agobios; con un fin de semana lo puedes ver todo bastante corriendo; con una semana te quieres morir. Venecia es pequeña, aunque está llena de rincones y recovecos y una de las mejores cosas que se pueden hacer en ella es simplemente perderse y volver a encontrar el camino. Pero con cuatro días te da tiempo a eso y a más.

Es imprescindible montar en góndola. Si te sobran ochenta euros, avanti, pero si no, yo no lo recomiendo para nada, y más si no vas con tu pareja. Es un capricho tan caro para media hora (sí sí, y encima hay que regatear con el gondolero, y más caro si quieres cantante) que no hay manera de justificarlo. Sí que es imprescindible ver Venecia desde los canales, pero entre la cantidad de vaporettos (autobuses acuáticos) que hay que coger y los paseos que te das por todas las callejuelas, terminas por tener una visión bastante completa. La góndola, para los gondoleros.

Venecia es sólo el guirerío de San Marcos y ya está. Para nada porque, como decía antes, sólo caminar por las calles ya es inolvidable. Está todo lleno de casitas unidas por puentes -recordemos que apenas hay calles, que hay canales- que conservan su arquitectura del siglo XVI, todo ello alternado con enormes palacios que aún conservan el lujo que hizo famosa a la ciudad. Esto y docenas y docenas de iglesias enormes que aparecen por cualquier esquina, construidas a imagen y semejanza del poderío que Venecia destila de por sí. También están las islas de alrededor, San Giorgio (con otra majestuosa iglesia), Giudecca y las famosas Burano y Murano. La primera es mi preferida, conocida por sus casitas de pescadores cada una pintada de un color chillón y con un ambiente que nada tiene que ver con lujos ni dorados. Murano, por el contrario, me pareció bastante pestiño ya que ver a un señor soplando el vidrio en una fábrica se me antoja de lo menos deseable. Y encima los famosos cristalitos son más caros que en la propia Venecia. Pero, insisto, lo mejor es perderse y disfrutar.

A Venecia hay que ir en Carnaval. Eso será si reservas con años de anticipación y te quieres gastar un dineral en alquilarte unos trajes ad hoc para poder disfrutar de él. Después de preguntar, todos los venecianos con los que hablé coincidían que la mejor época para ir allí es a partir de marzo, cuando hace menos frío (está muy al norte y en invierno nieva y todo) y hasta junio, y luego de septiembre a diciembre. En verano huele fatal por el agua de los canales y hace un calor pegajoso y ¡ojo! hay unos mosquitos criminales que ni con insecticidas tropicales.

Venecia está bien para salir por la noche. Teniendo en cuenta que sólo hay una discoteca, Piccolo Mondo, y que la mayor parte de los restaurantes cierra a las diez, probablemente salgas más en Villarejo de Salvanés que en Venecia. Y es que no es un lugar para salir de noche sino para disfrutar de día, acostarte prontito y seguir por la mañana. En los alrededores del Rialto hay algunos bares donde los venecianos jóvenes (y algunas excursiones de guiris) quedan al salir de trabajar, y se sacan a la calle las copas de vino y las tapas -sí, algo parecido, en platitos pequeños- para luego recoger a las diez y media como muy tarde. Es una suerte de botellón refinado o de terraza improvisada, pero no está mal.

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