Una década después de su legendaria aparición junto a Lydia Bosch y una máquina de Pepsi en ‘Médico de Familia’, cinco años después de su última gira, dos después del icónico desastre que supuso la presentación de ‘Gimme More’ en los MTV Awards, y sólo tres meses después de la publicación de su último disco, Britney Spears se lanza a conquistar el mundo con el anunciadísimo ‘Circus Tour’, que como los Pereza con el nombre de su formación, no hay un título mejor elegido para describir lo que pude ver hace unos días en el Air Canada Centre de Toronto. ¿En serio pretenden que consideremos a esto la princesa del pop? Sí, el montaje es bastante impresionante, pero una estrella que parece la artista invitada en su propio concierto resulta que ni es estrella ni es ná.
Rodeado de un público bastante más hetero del que cabría esperar, y 150 dólares más pobre, llegué al estadio que normalmente aplaude a Calderón para disfrutar de lo que pensaba que podría ser el mayor espectáculo del mundo. En el escenario, para hacer más corta la espera, estaban cinco guarrillas cantando mientras se frotaban con cualquier objeto con forma de barra. Sí, lo habéis adivinado, eran las Pussycat Dolls, están tan potentes como parecen en las fotos y resultaron todo un descubrimiento, ya que no sólo con jitazos como ‘Don’t Cha’ o la adaptación del ‘Jai Ho’ de ‘Slumdog Millionaire‘, sino con casi todo su repertorio, consiguieron animar a todo el público allí congregado. Y todos sabemos que el trabajo de telonero es uno de los menos agradecidos del mundo. Lástima que cuando la Spears llegue a Europa el próximo junio no la vayan a acompañar…
Tras ellas comienza el show de Britney, no sin antes proyectar durante media hora los mensajes que los fans, al más puro estilo ‘La Noria’, enviaban a un número de móvil para que salieran en las pantallas y todos pudiéramos leer sus tonterías. Se confirma que el fenómeno de adolescente que no sabe escribir es común también por estos lares…
Para empezar, unos números circenses con equilibristas, ninjas y payasos, que durante un cuarto de hora hacen malabares, no se sabe muy bien si para meternos en el espíritu circense o para sumar minutos a un espectáculo cuyo setlist es de menos de dos horas de duración. Perez Hilton anuncia la llegada de la rubia en un vídeo más o menos divertido y bajando del cielo, en una jaula, aparece por fin la diva cantando en riguroso playback. Porque sí, es cierto, la muchacha no suelta ni un solo gorgorito que no sea grabado, ni siquiera en baladas como ‘Everytime’, en las que está sentada en un paraguas gigante volando por el escenario. Que digo yo que para qué llaman a esto concierto si no lo es. Ni mejor ni peor, sólo no. Y antes de que me salten a la yugular, no está justificado en pro de una coreografía espectacular. Reconozco que la chica se pega un buen tute recorriendo sin parar las tres pistas del escenario, pero Britney marca los pasos de las coreos y poco más, demostrando que la supuesta recuperación que supuso el vídeo de ‘Womanizer’ fue un puro espejismo. Qué penita, hijas.
Durante el concierto, en el que se echaron en falta canciones como ‘Gimme More’ o ‘Kill The Lights’, lo de siempre: plataformas que suben y bajan, sillones que desaparecen, números de magia, chicas colgadas de telas, jaulas doradas, números dignos de un resumen de ‘Fama’, mucho pechamen descubierto, dorados y brillantes, trapecistas, bicicletas, sadomaso soft, un martillo de mentira, confeti, fuegos artificiales, fuego a secas, humo, mucho humo, y estilismos imposibles obra de los D-Squared y William Baker, éste último también conocido por ser responsable de convertir a Kylie en travesti durante sus dos últimas giras.
De entre todos los números destacan la pasión de ‘Piece of Me’, la divertida puesta en escena de ‘If U Seek Amy‘, el subidón de ‘Toxic’ y la remezcla de ‘…Baby One More Time’. No puedo decir lo mismo de la tormenta que precede a ‘Radar’, el rollo Bollywood de ‘Me Against The Music’, la evidente inspiración del ‘Erotica’ de Madonna en toda la sección Peepshow y los numeritos de los bailarines haciendo breakdance al ritmo de Rihanna mientras Spears se cambia de ropa. Venga, sí, mentiría si dijera que la idea de poner el escenario en una pista en el centro del recinto no es genial, aunque gente como Kanye West ya lo había llevado a la práctica antes. Confirmo que con esta colocación no hay asientos malos o faltos de visibilidad, de ahí que no hubiera pantallas gigantes que retransmitieran en directo para aquellos pobres que siempre se quedan atrás en todos los conciertos. Aunque para lo que había que ver, no sé si es mejor confiar en el clásico puntito saltando a lo lejos entre un océano de cabezas, que cuando no se distingue nada no hay lugar a la decepción. Me pregunto qué pensarán ahora esos fans que pagan cerca de 500 euros por sentarse en unas sillas pegadas al escenario.
De repente, casi sin darte cuenta, se acabó lo que se daba. Han pasado una hora y cincuenta minutos, se encienden las luces y recuerdas que Brit sólo ha saludado a la gente durante un par de veces (para que luego digan borde a Madonna) sin soltar ni un solo speech con el que meterse al público local en el bolsillo. Camino a la salida, mientras enumeras todos los éxitos que se han quedado en el tintero -insisto, ¿por qué no ha metido el ‘Gimme More’- descubres que no estás sudado y que algo va mal. No se puede salir seco de un concierto. De un musical en Broadway o un show en Las Vegas sí, pero del recital de una cantante pop debería estar penado. Lo fuerte es que estoy convencido que Britney salió de allí tan seca como yo.
Una vez defendí aquí a la Spears alegando que lo que significa como icono está por encima de cualquier tropezón artístico. Pero ella, como los hombres Brumel, se lo ha jugado todo en una distancia muy corta y me temo que le hemos pillado el truco. Esto no se puede ni deconstruir. Britney, has perdido. 4.