Slow Club o el antifolk en reversa

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Slow Club o el antifolk en reversa

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(Foto de Mr. Phil Sharp. Many thanks!)

Una vez dije que The Ting Tings eran al pop lo que The White Stripes al blues. Así que ahora tengo que decir que Slow Club son al folk lo que The Ting Tings al pop y The White Stripes al blues. Rebecca Taylor y Charles Watson son un dúo de Sheffield que decidió seguir unido tras la separación en 2006 de la banda The Lonely Hearts. Desde entonces han publicado apenas un EP y varios singles hasta que hace tres semanas se publicó por fin ‘Yeah, So?’, un primer disco largo que ya parecía que nunca iba a llegar. En aquellos singles y el EP ‘Let’s Fall Back In Love’, todos publicados en el sello Moshi Moshi, ya se veía muy claro que a este par lo que les va es el folk. Pero no ese folk intimista y minimalista (carcamusero, que diría la otra) al que tantas bandas norteamericanas nos han acostumbrado en los últimos años. Slow Club son más de hacer torch songs, no necesariamente baladas y sobre todo acústicas, que se pueden (se deben) corear a grito pelao.

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Sobre todo se miran en el rockabilly y el duduá más clásicos, pero poniéndole una intensidad y un nervio desbocados más propios de adolescentes. Tienen también ese descaro y ese punto amateur que les emparenta con los añorados The Moldy Peaches, aunque si bien estos enarbolaban la bandera del anti-folk como reacción a los caducos estándares de ese género y lo que tradicionalmente simbolizaba, Slow Club parecen querer rendir homenaje a aquellas canciones románticas de amor y desamor, desesperado y desenfrenado. Un atropellado homenaje de baja fidelidad, eso sí.

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Otro elemento fundamental que me encanta de este dúo es ese sentido del humor realmente encantador con el que observan las relaciones, que les aleja de la pompa de compatriotas suyos del ramo, como Laura Marling o Noah And The Whale. En ‘Because We’re Dead’ cantan sobre esas parejas que se pasan la vida jugando al gato y al ratón, temerosos de franquear la línea de la amistad, estancados en un «me gustas pero no puede ser». «¿Nunca te paraste a pensar en las cosas que nunca nos dijimos? / Sí, pero cuando éramos niños / ahora es tarde porque ya estamos muertos» dice la última estrofa.

No me digáis que no os apetece sentaros en una silla a ensayar esa tremenda dance routine… Esos diálogos chico/chica, al más puro estilo Sinatra/Hazlewood, son otra de las señas de identidad de Slow Club. Otra perfecta muestra es la preciosa canción que abre su álbum, ‘When I Go’, en la que se dicen que, no importa cuánto tiempo pase, siempre podrán casarse el uno con el otro, porque lo verdaderamente importante es tener al lado a alguien que te sujete la mano cuando te marches. Snif, snif…

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Son grandes amigos, como Tilly And The Wall, de las percusiones hechas con el cuerpo, del tipo palmas o zapateados, aunque sin llegar a ser tan cansinos como los canadienses. Y es que estos chicos pueden presumir, como atestiguan canciones como ‘Come On Youth’ o el tema que cierra el disco, ‘Our Most Brilliant Friends’, de tener una gran versatilidad y de poder ser tan progresivos y pomposos como Arcade Fire si se lo proponen. Con vídeos y canciones tan absolutamente monos como el del primer single de ‘Yeah, So?’, ‘It Doesn’t Have To Be Beautiful’, no debería sorprender a nadie que Franic, el bajista de The Wave Pictures, luciera una camiseta suya el pasado Primavera Club ’08. O que terminen por consolidar una escena anti-antifolk que llenase el planeta de romanticismo y ñoñerío.

yeah-so‘Yeah, So?’: Es curioso cómo, partiendo de una propuesta teórica opuesta, Slow Club pueden sonar tan cercanos al folk de The Moldy Peaches o Jeffrey Lewis o Antsy Pants. Pese a que estos ponen un suspiro donde aquellos hablaban de bajar porno, el sonido a veces deslavazado, a menudo caótico, y el amor profundo por los clásicos norteamericanos son un referente común. Rebecca y Charles prefieren detenerse en el romanticismo de tomar prestado sin permiso un libro del bolso de la persona que te gusta o montar un drama de película para decir adiós. Pero que nadie se equivoque: no hablamos de un folk que de sueño, sino de un pop que hace mover los pies.

Si bien el nervio arrebatado de ‘Giving Up On Love’, ‘It Doesn’t Have To Be Beautiful’, ‘Trophy Room’ o ‘Because We’re Dead’ es el pilar fundamental del disco, es cierto que hay un porcentaje más elevado de baladas (más bien baladones) que en los EPs. Y eso no tiene porque ser necesariamente malo. La universalidad que hay en la tristeza de ‘There’s No Good Way To Say I’m Leaving You’ (nada más que añadir a ese título), la tentación de una relación con alguien que sabes que no te conviene (‘Dance ‘Till The Morning Light’) o la devastación tras una ruptura (la voz de Rebecca suena enorme en ‘Sorry About The Doom’) hacen que estas torch songs te toquen severamente la patata.

Incluyendo tantos temas ya conocidos es inevitable que el efecto sorpresa se evapore un tanto para los que ya seguíamos al dúo, pero eso no hace que la escucha de ‘Yeah, So?’ sea menos excitante, vigorizante y enriquecedora. Que da subidón, vamos…

Calificación: 7,8/10
Temas destacados: ‘It Doesn’t Always Have To Be Beautiful’, ‘When I Go’, ‘Giving Up On Love’, ‘Because We’re Dead’
Te gustará si te gustan: The Moldy Peaches, The Wave Pictures, las torch songs romanticonas
Escúchalo: en Spotify

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