Chucho, la banda que Fernando Alfaro montó en torno a sí tras el cerrojazo a Surfin’ Bichos, desapareció en 2005 tras editar ‘Koniec’ (aquel fin en polaco que despedía los episodios de ‘Lolek y Bolek’). Era un gran álbum, de pop-rock directo al más genuino estilo Alfaro, magnífico. Pero mirando atrás no puede superar el impacto y la huella de una obra desbordante, abrumadora, excesiva, exhibicionista, seductora, ambiciosa, imperfecta: ‘Los Diarios Del Petróleo’.
Contaba Fernando Alfaro en las entrevistas de la época que nunca fue planteado como un disco conceptual. Simplemente, se encontró con un buen montón de canciones en las que expiaba sus fantasmas personales a modo de retrospectiva vital, revisitando esas inspiradoras experiencias desde la estabilidad emocional que en aquellos momentos vivía. Fue así como cayó en la cuenta que las canciones podían asemejarse a los episodios de un diario personal, un diario surgido en los ratos libres que invadían su trabajo en una gasolinera apartada en el corazón de La Mancha, despachando petróleo.
Eran tantas canciones que tenía muy claro que debía ser un disco doble, pero el sello Chewaka (la etiqueta indie de Virgin) se negó por considerarlo un suicidio comercial. La decepción indujo la solución: tratándose de un diario, ¿por qué no dividirlo en fragmentos? ¿Por qué no inventar una historia sobre un diario encontrado por unos exploradores en un lugar remoto que se esforzaran en recomponer los pedazos hasta llegar a completar el enigma de la obra? Así, en un lanzamiento sin precedentes del pop en castellano, dos EPs con el Fragmento I y el Fragmento II precedían la edición del álbum o Fragmento Principal, que sería completado por el Último Fragmento, otro EP acompañado de la caja especial en la que se guardaba, reunido, todo el conjunto vestido por otro genial arte de Javier Aramburu.
Chucho fue una gran banda, que aportó una excelsa variedad de matices a las canciones de Alfaro durante sus 10 años de vida, que plasmó toda su pericia, merced a la espectacular producción de Kaki Arkarazo, en estos diarios. Sin perder el genuino carácter que conocimos en Surfin’ Bichos, armonizaron a la perfección en estas 28 canciones la bossa-nova (‘Un agujero excéntrico’, ‘Calígula en Río’), el noise (‘(San) Juan Autista’), los guiños a la electrónica (‘Vapor de alma’) o la canción infantil (‘Chapoteosis de chiquillos en la bañera’, ‘El que apaga la luz (Eclipse)’). Pero lo que realmente deslumbra de ‘Los Diarios…’ es ese espectacular pop-rock orquestal que vertebra el Fragmento Principal, de una factura pocas veces oída en este país (y diría incluso que en otros), que enardece el alma y llena de sentimientos positivos.
Paradójicamente, a menudo los cortes más pop y con mayor gancho nos cuentan episodios realmente sórdidos y oscuros. Porque no olvidemos que Alfaro se sirvió de estos Diarios para sacudir las sábanas, airear fantasmas. En ‘Abre todas las ventanas’, el tema que abría el Fragmento I y el single más claro del álbum, conocemos una extraña vivencia sobre un músico alejado de su familia, solo en una elevada habitación de hotel, que cree hallar un camino de huida cruzando la ventana abierta.
Recordemos que Alfaro, en el momento en que se enfrascó en su obra más monumental, vivía un dulce momento de estabilidad: tenía dos hijas pequeñas (coristas, por cierto, en ‘Chapoteosis…’) con su mujer y compañera de banda, Isabel León (Is), y su grupo gozaba del éxito necesario para tener el respaldo de una multi. Quizá esa serenidad fue la ayuda necesaria para atreverse a escribir, siempre con sus característicos guiños a la imaginería religiosa, sobre los amigos que quedaron en la cuneta (‘Ricardo Ardiendo’, ‘El que apaga la luz (Eclipse)’, ‘Extrarradio’, ‘A todos los amigos…’), el pánico al abismo de la paternidad y su responsabilidad (‘Chapoteosis…’, ‘El rey del error’), el miedo a quedarse en la carretera de gira (‘Cataratas de sueño’), entresijos de amor y sexo (‘El secreto de la ciencia’, ‘Demasiada poca gente’, ‘Un agujero excéntrico’), el vértigo de una vida que se nos escapa a cada segundo (‘De aire’, ‘Visión rayos X’)…
El tramo final del Fragmento Principal adquiere un tono más grave y la emotividad toma el mando. ‘Y rompe la tormenta’ revela un lado oscuro y hostil que se ceba en los seres amados que deviene en el dolor hermético de ‘El agua del crimen’. En ‘El vientre del firmamento’ (canción que bautizó al sello Limbo Starr) vemos recreado el ascenso y caída en el lado salvaje, abandonándose a esa caída, solo detenida por un emocionante, casi lacrimógeno, recuerdo al padre perdido por el nuevo padre (excelsa, ‘Mi Padre’).
Más de cinco años después, esta avalancha de canciones sigue siendo una mina de hallazgos. Y, quién sabe, es posible que nunca dejemos de hallar claves en estos diarios, claves que nos servirán para aprender de nosotros mismos y de nuestras propias vidas.