Excesiva, desmesurada, grotesca, extravagante, irregular, ruidosa, exagerada, caótica, delirante, desconcertante… Estos son, grosso modo, los adjetivos utilizados por muchos cronistas desde el festival de Venecia para (des)calificar la última película de Alex de la Iglesia. Y todos son ciertos. Pero faltan otros: imaginativa, divertida, fascinante, desgarradora, evocadora, deslumbrante, aterradora, amarga, conmovedora, brillante…
Y es que ‘Balada triste de trompeta’, título que hace referencia a la canción que interpreta Raphael en ‘Sin un adiós’ (1970), es una película realizada con las tripas al aire, un harakiri emocional por cuya herida se desparrama un torrente sangriento de obsesiones y referencias iconográficas pertenecientes a la memoria histórica y personal del realizador. Como ejemplo, ninguno mejor que unos elocuentes títulos de crédito donde, en un crescendo semanasantero, desfilan y se mezclan como en una pesadilla los monstruos de la España más negra con los de la ficción más pop, de Francisco Franco a la gallina Turuleta.
A partir de ahí, la película no da tregua. Como si fuera una versión aumentada, felliniana y enloquecida de ‘Muertos de risa’ (1999), la historia, desde el enfrentamiento físico entre los dos protagonistas, se convierte en una pesadillesca metáfora del tardofranquismo que avanza con la febril (in)coherencia de los malos sueños. Una alucinada historia de venganza y amour fou pasada por una oxidada minipimer donde se desmenuza la historia de un país desde la Guerra Civil hasta el asesinato de Carrero Blanco. 8.