Gustavo Cerati y Soda Stereo: Cuando pasó el temblor

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Gustavo Cerati y Soda Stereo: Cuando pasó el temblor

Mi contacto inicial con Soda Stereo fue en el primero de mis viajes a Argentina. Eso fue en el año 1992. En plena efervescencia olímpica llegué en el día de la fiesta nacional, el 9 de julio, ya con una oscura, fría y lluviosa noche invernal. Con la voracidad musical que caracterizaba mi adolescencia, además de las cintas que llevaba (‘Nevermind’, ‘Out of Time’, ‘Ten’, ‘Pump’…) escuchaba mucha radio musical y comencé a quedarme con algunos de los nombres importantes de la música del país, a grabar canciones de la radio o a comprar cassettes de gente como Charly García, Los Fabulosos Cadillacs, Ataque 77 o Los Pericos. En esas cintas grabadas de la radio había algunas canciones de Soda Stereo como ‘Te hacen falta vitaminas’, ‘Nada personal’ o ‘Persiana americana’. La voz de Cerati era un poderoso imán paraa canciones que podían pasar de la despreocupación new wave a la cavernosidad post-punk, pero siempre con la mirada puesta en el pop. A ello contribuían otros dos músicos extraordinarios, muy imaginativos con sus instrumentos, como eran el bajista Zeta Bossio y el batería Charly Alberti.



Escuchando su carrera de adelante hacia atrás, el primer disco que viví esperando su lanzamiento y todo lo que rodeaba a una novedad fue su último de estudio, ‘Sueño Stereo’, de 1995. Depuración elegante de todo el trabajo anterior, permanece como una de sus cumbres por lo sólido y conjuntado del sonido, la mezcla entre clasicismo y gotas de experimentación, las melodías perfectas, las imágenes de las letras más oscuras y explícitas a la vez. El extraño videoclip que acompañaba al primer sencillo, ‘Ella usó mi cabeza como un revólver‘, me reafirmó en mi condición de fan. 
 
El llegar primero a las obras de madurez de Soda Stereo hizo que, en una época en la que me excitaba escuchando a My Bloody Valentine o a Disco Inferno, sus primeros trabajos me los tomase con una displicencia que sólo puede achacarse a la estupidez de esa enfermedad que es la adolescencia. Por eso yo amaba a Soda Stereo, sí, pero a los Soda que jugando al mismo tiempo y con las mismas armas habían hecho un disco mejor que ‘Achtung Baby’ de U2 como era ‘Dynamo’. O los orfebres del pop de ‘Canción animal’, culminación perfecta de todo lo ensayado durante los 80 por el trío. 



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Nombrar a U2 no es baladí. Como ellos a nivel mundial, Soda eran el grupo más poderoso no ya de Argentina, sino de toda Hispanoamérica (sólo Mecano es comparable en éxito multitudinario en el pop en español), y usaban ese poder para dar a la masa la música que sonaba en el subsuelo. Que el grupo más vendedor de todo el subcontinente, un grupo que llenaba estadios de 50.000 espectadores en varios países, entregase en 1992 un disco como ‘Dynamo’, en el que la mayor influencia era por un lado el sonido shoegaze del ‘Loveless’ o Ride, y por otro una reinterpretación rioplatense del sonido Madchester, era, como poco, sorprendente y como mucho osado. 


O no tanto. No para ellos. El grupo había jugado desde años antes con expandir las estructuras de la canción pop entregada a la radiofórmula con un lenguaje personal e intransferible, y ya en 1991 había editado ‘Rex-Mix’, un disco que incluía electrónica y remezclas muy groovies pensadas para bailar. Algo nada frecuente en el mundo del rock en español.

Podría decir que a Soda llegué tarde (en la parte final de su carrera creativa), pero a la vez en el instante adecuado porque en ese momento ellos estaban haciendo la música que a mí me interesaba y que me impidió desecharlos por mainstream por mucho que fuese el grupo en español más vendedor y famoso del mundo. El grupo decía que ‘Dynamo’ era tomar su disco anterior, ‘Canción animal’, el que los encumbró definitivamente como mitos y aclamado como un clásico desde el minuto después de ser publicado, destruirlo y sumergirlo bajo agua. Es el único de sus discos que se puede considerar un fracaso comercial. Y más viniendo de su mayor éxito.



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‘Canción animal’, de 1990, es un disco obsceno, ridículo, que da la risa porque todas las canciones sin excepción son magistrales. Como un grandes éxitos sin desperdicio pero confeccionado de temas originales. Aquí, como en tantos discos míticos a lo largo de la historia del rock, se esconde su canción más conocida, ‘De música ligera’, un inapelable trallazo rebosante de electricidad, imposible que envejezca; pero también están ‘(En) el séptimo día’, ‘Hombre al agua’, ‘Entre caníbales’… nombrar alguna es difícil porque todas se lo merecerían. Lo que no está de más es darle cierto crédito al trabajo de Daniel Melero, en parte responsable del crecimiento sónico en este trabajo. Sólo un pero: la portada es horrible hasta superar los límites del mal gusto. Siempre que se hace un listado de los mejores discos hispanoamericanos desde una visión no “españocéntrica” este disco aparece por méritos propios entre los 10 primeros lugares. No es de extrañar.

Hay que tener en cuenta que un año antes ya habían probado texturas y nuevas formas de afrontar sus canciones en el EP de remezclas ‘Languis’, que sirvieron para abrir nuevas vías. En 1988 su disco ‘Doble vida’ había dejado de lado de manera definitiva los ecos iniciales a los The Cure, Blondie o Police más desenfrenadamente pop, para encarar composiciones mucho más adultas, con pequeños toque psicodélicos en temas como ‘Corazón delator’, aunque aún con rastros de los 80 más característicos como es el uso del saxo. Sin ser tan distintivo como su disco anterior, significaba otro paso adelante tras culminar una primera etapa con ‘Signos’.

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En 1986, con su tercer trabajo, ‘Signos’, ya no tenía sentido perfeccionar un modelo de pop desenfrenado, divertido, pero lleno de intensidad. Aquí la cosa se pone seria y el paso es de gigante. Canciones dominadas por sonidos de guitarras poderosas mezcladas con sintes muy de la época y un marcado sentido de lo rítmico, conforman varios de los clásicos más grandes de su discografía, como ‘Prófugos’, ‘Persiana americana’ o una canción tan emocionante como ‘Signos’. Mucho más oscuro, introspectivo en las letras, y mirando a bandas como Echo and The Bunnymen o los primeros New Order como modelo, su cierre ‘Final caja negra’ puede batirse con cualquiera de los clásicos de estos y no perder. Un disco con capacidad para oscurecer el día más soleado si te dejas sumergir en él. Por emparentarlo con algo reconocible podría decirse que sería su propia ‘De un país en llamas’ de Radio Futura, significando algo similar en la carrera de ambos grupos. Y culminaba el trabajo emprendido a disco por temporada de los dos años anteriores.

En 1985 ‘Nada personal’ limaba muchos de los defectos del debut y se quedaba con todos los aciertos. Aun con un sonido muy en la línea de las producciones de la época tipo Thomas Dolby, Soda Stereo son capaces de dar un zarpazo de originalidad e introducir arreglos andinos en una canción abocada a no pasar la prueba del tiempo por su producción tan del momento pero que, de manera sorprendente, sigue vigente como una de las cápsulas emocionales más profundas de la música hecha en nuestro idioma. Me refiero a la irrepetible ‘Cuando pase el temblor’, canción asimilable en su mensaje tanto al temblor del deseo como a una metáfora política sobre las dictaduras que asolaban en esos momentos el continente. Lo críptico de la letra (una constante en la carrera de Cerati) la convierten en un joker emocional para lo que se necesite en cada momento. 


Y no era fácil adivinar que cada disco iba a significar un gran paso respecto al anterior y que ninguno sería continuista cuando en 1984 habían publicado su debut homónimo, que a día de hoy se hace muy coyuntural: pop desenfadado, comercial, colorido, con la sombra de los Police más ska, y con divertimentos críticos sobre la vida contemporánea y al hedonismo despreocupado en canciones como ‘Sobredosis de TV’ o ‘Te hacen falta vitaminas’. Ases en la manga de carga sensitiva retardada como ‘Trátame suavemente’ avisaban de que no eran unos meros fantoches de peinados extravagantes, como fueron tratados por parte de una sociedad incapaz aún de sobreponerse al shock de las Malvinas (1982), aún reciente.


Pero volvamos al principio. Al particular. Tras ‘Sueño Stereo’, se publica en 1996, con sólo un año de diferencia, un artefacto extraño pero fascinante. La MTV los llama para protagonizar uno de sus tan de moda en aquel momento «Unpluggeds». Ellos aceptan con una sola condición. Su ‘Unplugged’ sería… eléctrico. ‘Comfort y música para volar’, que así denominan el resultado, es un resumen y epílogo perfecto a la carrera de la banda. Música planeadora, efectos de distorsión, detalles electrónicos, texturas y sonidos sin constreñirse al formato canción pero respetándolo como el lenguaje supremo. El disco era además de las pistas de sonido un CD-ROM, formato ahora en desuso pero con extras jugosos tanto visuales como sonoros muy sorprendentes en el momento. No en vano el grupo es pionero en cuestiones tecnológicas y, desde mediados de los 90, usa Internet para asuntos relacionados con la banda, como dar un concierto a través de la red en ese mismo año 96.

La personalidad del grupo queda demostrada cuando elige como sencillo de difusión la versión de ‘En la ciudad de la furia’, su brillantísimo homenaje a una Buenos Aires poblada de un bestiario de seres mitológicos, referencias a Icaro y criaturas nocturnas que caen sobre las calles para tomar la ciudad al anochecer. Acompañados para la ocasión por Andrea Etcheverry de Aterciopelados, publican una pequeña opereta de Space-rock psicodélico con ecos a Spacemen 3 y largos desarrollos instrumentales. Si siempre se ha comentado la osadía de Radiohead de presentar “OK Computer’ con un tema de más de seis minutos, qué podemos decir de estos argentinos un año antes proponiendo como single una canción que se va casi a los 9 minutos llena de efectos, reverb y riffs de guitarra interminables. En el cielo debe sonar algo parecido a esa canción. El disco es la perfecta entrada a la banda porque es a la vez accesible pero complejo y un atípico grandes éxitos sin relleno o más inéditos a la altura, pero con la energía de un trabajo nuevo (la postproducción a pesar de ser un directo fue compleja y minuciosa).

Por sorpresa la banda se disuelve en el año 1997 para emprender cada uno carreras en solitario. Ya en 1993 Cerati había editado su debut autónomo en el disco de bajo perfil ‘Amor amarillo’. A pesar de no poder compararse a las grandes obras de la banda es verdad que contenía algunas de las canciones más brillantes de toda su carrera, como ‘Te llevo para que me lleves’, ‘Lisa’ (en honor a su hija recién nacida en ese momento, a día de hoy una “it girl” aspirante a celebrity local vía Twitter) o ‘Pulsar’, en la que experimentaba en su amor por la mezcla entre el rock y el uso de elementos como el sampler, con el que ya había trabajado poco antes tanto en ‘Dynamo’ como en su disco compartido con el pionero de la electrónica hispana que es Daniel Melero en el disco ‘Colores Santos’, a nombre de ambos.

Este interés en la electrónica le lleva a formar desde mediados de los 90 junto a músicos chilenos el proyecto Plan V, que edita varios discos, uno de ellos junto al mito de la IDM y del sello Warp, Black Dog. Más tarde tendrá otro efímero proyecto de electrónica llamado Ocio.


La vuelta al redil pop viene con ‘Bocanada’ en el año 1999, un disco robusto, que fue saludado de manera entusiasta por la crítica, pero que no pasa de ser un buen disco, con momentos de belleza refulgente como el sencillo ‘Puente’, pero que se queda en mucho menos de lo exigible para el talento de Cerati. Parece que los estragos de la madurez le pasan factura y tiene un tropezón en el indigesto ‘Once episodios sinfónicos’, reinterpretación en clave orquestal de los éxitos de Soda Stereo junto a una orquesta de 65 músicos de la que apenas se salva ‘Corazón delator’, que casa bien con el aliento romántico de la letra (inspirada en el cuento de Poe de igual título). El enérgico ‘Siempre es hoy’ de 2002 y el más rockero y exitoso ‘Ahí vamos’ de 2006 lo convierten en esa clase de músicos que se pueden permitir el lujo de hacer buenos discos sin ya tratar de sorprender en cada uno de sus pasos. Siempre serán disfrutables, objetivamente “buenos” pero no sirven para explorar nuevos territorios como hizo durante 20 años. 

Un regreso crematístico tan a la moda con los grandes mitos de la música en 2007 en una gira a diez años de la separación en la que actúan por todo el continente americano arrasando ante varios millones de personas y de los que se editan unos discos en vivo, aporta poco más que la constatación de que el directo de Soda Stereo era tan arrollador como su trabajo en estudio.

Un nuevo trabajo en solitario en 2009, ‘Fuerza natural’, es un nuevo éxito de público y crítico y en medio de la gira de presentación de este trabajo, en mayo de 2010 en Venezuela, Cerati sufre un desvanecimiento tras salir del escenario. Es trasladado de urgencia a una clínica por un accidente cerebrovascular. Tras estabilizarlo se lo llevan un mes después a Buenos Aires, donde permanece sin evoluciones significativas sin saber si algún día despertará del coma aunque con la seguridad de los médicos de que, de hacerlo, el deterioro sería extremo. Un tristísimo punto final para una de las personalidades más fascinantes, inquietas, creativas, visionarias y necesarias en la historia del pop y el rock en español.

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