Bill Callahan / Apocalypse

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Bill Callahan / Apocalypse

«La gente real se marchó, encontraré una palabra mejor algún día, quedando solo mis sueños y yo, mi rebaño y una caja de resonancia». Así de peregrino comienza ‘Drover’, primer corte de ‘Apocalypse’, donde Callahan se erige en pastor de ese rebaño (sus ideas y sentimientos) al que lucha por dominar inútilmente. Según sus propias palabras, la continuación de su obra capital (‘Sometimes I Wish We Were An Eagle‘, uno de los discos de la pasada década a juicio de JNSP) es una profunda mirada a sí mismo en un espejo, que después orienta hacia el resto del mundo. Este autor imprevisible y exigente pone aquí todo su talento para retratar su visión sobre altas cuestiones tradicionalmente perseguidas por la filosofía como qué es el hombre, cuál es su papel en el mundo y en qué medida es libre.


Esta vez Callahan sacrifica aquellos poderosos arreglos de cuerda y viento que gobernaban su anterior álbum en aras de una mayor crudeza y naturalidad, merced a una grabación en la que las bases eran habitualmente registradas en una sola toma con toda la banda tocando simultáneamente en el estudio (en ella repiten el gran Neal Morgan a la batería y Brian Beattie al bajo). Toda aquella belleza ampulosa parece subyacer en ‘Apocalypse’ de una forma contenida, aflorando solo en medidas pinceladas, una traviesa flauta travesera allí, un certero acorde de Wurlitzer aquí, un amargo fiddle acullá. Pero, sobre todo, en ‘Apocalypse’ mandan las guitarras, ya sea con un sonido rotundo y acústico como en ‘Drover’ o con delicados arpeggios y solos (como en ‘Baby’s Breath’ o la maravillosa ‘Riding For The Feeling’). Guitarras que, con etéreos toques de country, jazz o blues (raíz en definitiva), configuran un nuevo y bello retrato del mundo único, inimitable, del autor de Maryland.

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Callahan parece buscar esa misma distinción en lo lírico situándose, siempre en primera persona, como un ser en una circunstancia aparentemente apacible pero bajo una tensión interna que le empuja a abandonar la estabilidad para perseguir algo inasible. Así ocurre que el pastor que lucha por gobernarse en ‘Drover’ se torna en ‘Baby’s Breath’ en un colono que labra un terreno para su familia, que se resquebraja ante su impasible mirada.

Tras el interludio funky que es ‘America!’ (amén de un himno en el que ridiculiza el orgullo imperialista de su país, listando la gradación militar de patriotas como Kris Kristofferson, Johnny Cash o Mickey Newbury), comienza la segunda parte del álbum, la más grave y delicada. Esquivo como nunca, Bill se afana en metáforas imposibles y situaciones aparentemente absurdas y extremas, que alcanzan su cota máxima en la tensa ‘Universal Applicant’, en la que describe onomatopéyicamente cómo lanza una bengala al universo desde su balsa sin gobierno, que cae sobre él y hace arder la nave, hundiendo al punk, al falto, al borracho, a la mofeta, al monje, a todos los que en ella se contienen.

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En su recta final, ‘Apocalypse’ acrecenta su potencial emotivo gracias, en buena medida, a su canción más bella y evocadora, a la vez que compleja y desoladora: ‘Riding For The Feeling’ crece sobre un quedo rasgueo acústico y un teclado leve pero profundo, que expone el doloroso dilema que provoca el incontenible deseo de marchar. La letra de la breve y jazzy ‘Free’s’ aleja la apariencia ligera de la canción con una reflexión sobre la libertad, retratada como «un campo lleno de preguntas hasta donde alcanza la vista». Si ser libre es «ser ridiculizado por cosas en las que no creo, y alabado por cosas que no he hecho (…), pertenezco a los libres y los libres me pertenecen a mí», canta. Y al final, el piano blues de ‘One Fine Morning’, con referencias a otras canciones del álbum, invita a acompañar a Callahan en su marcha hacia su apocalipsis, a convertirse en parte de su «banda del esqueleto», la que le acompañará cuando la tierra se vuelva fría y oscura para convertirse en parte del camino, «la más difícil».

A menudo uno se pregunta: ¿qué define a una leyenda del pop, de la música, de la cultura? ¿Cómo se reconoce a un artista que será recordado y venerado durante décadas por generaciones presentes y futuras? ¿Cómo sabremos quién será el próximo Dylan, Young o Cohen? Aún carecemos de la perspectiva que ofrece el paso del tiempo, la contemplación ensimismada de una obra una y otra y otra vez o del poso que pueda dejar en otros artistas. Pero yo apuesto a que Bill Callahan será, si no lo es ya, leyenda.

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Calificación: 8/10

Lo mejor: ‘Riding For The Feeling’, ‘Baby’s Breath’, ‘One Fine Morning’, ‘Drover’.

Te gustará si te gustan: Will Oldham, Joanna Newsom, Songs:Ohia.
Escúchalo: en Grooveshark.

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