Battles irrumpieron con fuerza a mediados de la pasada década con una canción, ‘Atlas’, en la que una voz como de pitufo cantaba sobre un ritmo machacón pero extrañamente ligero que hacía imposible quedarte parado mientras lo oías. Un disco inmediatamente posterior, ‘Mirrored‘, nos hizo preguntarnos por qué sonaba tan extraño, tan vanguardista y sin embargo resultaba tan fácil de escuchar. Brilló con fuerza una etiqueta en desuso, «math rock», que básicamente se refiere a una evolución del rock progresivo que apareció en los años 80, donde se construye la canción -normalmente, instrumental, y si tiene voz se la considera un instrumento más- partiendo de un ritmo, que va haciéndose más complejo con la incorporación de diversos elementos, en lugar de una línea melódica o una progresión armónica.
Ahora están de estreno con ‘Gloss Drop’. Cuatro años suele ser demasiado tiempo entre disco y disco. Además, el dueño de aquella voz que se te metía en la cabeza en ‘Atlas’, Tyondai Braxton -hijo del músico de jazz Anthony Braxton-, abandonó la banda empezada su grabación, por lo que el resto del segundo álbum ha sido de especial dificultad para Battles. El primer contratiempo, sin embargo, no les ha supuesto problema: el nuevo LP es claramente heredero de ‘Mirrored’, que no ha perdido ni un solo ápice de su frescura, y ‘Gloss Drop’ se muestra tan implacable en sus estructuras rítmicas como su anterior logro, pero no se ha quedado como un remedo de este, sino que ha continuado desarrollando sus hallazgos. Quizá suena más denso y pesado, no tan ligero, como si el (ahora) trío de Brooklyn hubiera atacado una misma temática con una paleta de colores algo diferente.
Para solventar el segundo escollo han recurrido a cuatro vocalistas invitados, a cada cual más particular: desde la cantante de Blonde Redhead, Kazu Makino, al icono de los ochenta Gary Numan. Los otros dos son Matías Aguayo, músico electrónico chileno, y Yamantaka Eye, de la banda de noise japonesa Boredoms. Como resultado, nacen cuatro de las mejores canciones de ‘Gloss Drop’: ‘Ice cream’ (con Aguayo) tiene un riff juguetón que combina perfectamente con una melodía muy a lo Animal Collective y que funciona de lujo para enganchar a un público disperso y hacerles mover el esqueleto, como ya demostraron en el pasado Primavera Sound, donde presentaron el disco; ‘My Machines’ (con Gary Numan) suena como si hubieran acelerado a los Chameleons con un loop de batería irresistible; ‘Sweetie & Shag’ (con Makino) es lo más pop del disco, sin dejar de sonar a Battles; y ‘Sundome’ (con Yamataka Eye) es una locura de raíces dub que cierra el álbum en su punto más álgido. Los sonidos con cierta querencia jamaicana, sobre todo en los teclados, están presentes en buena parte del metraje; eso sí, con toda la limpieza a la que nos tiene acostumbrada la banda, que hace que cada vez que escuchas el disco parezca la primera.
En el resto de temas encontramos algo más de irregularidad: hay canciones como la misteriosa ‘Africastle’, que abre el disco, o ‘Futura’, que rayan el nivel de los mejores Battles. ‘Wall Street’, sin embargo, sin ser una mala canción, ya no sorprende como las anteriores, al igual que ‘White Electric’, que hace que te plantees que quizá le hubiera ido mejor al disco algo menos de duración, que está alrededor de la hora. Y es que la mayoría de temas duran alrededor de cinco minutos, de los que a veces no sobra ni un segundo pero otras te parece que dan vueltas sobre lo mismo.
A pesar de ello, gracias a su poderoso entramado rítmico, a su gusto a la hora de elegir sonidos y a las acertadas colaboraciones, se puede decir que Battles han superado la asignatura del segundo disco con un merecido notable.
Calificación: 7,8/10
Lo mejor: ‘Africastle’, ‘Ice Cream’, ‘Sweetie & Shag’
Te gustará si te gustan: Animal Collective, Ratatat, Holy Ghost
Escucha: el single en Youtube