Lejos de un fascinante mundo de ilusión y fantasía, Sylvain Chomet, responsable del surrealismo emocional de ‘Bienvenidos a Belleville’, propone este viaje de animación con guión de Jacques Tati. Escrita y ambientada a finales de los años cincuenta, ‘El ilusionista’ hace un recorrido que arranca en el París del Lido y el Olympia, para luego mostrarnos los teatros nocturnos de un Londres en el que empiezan a tocar los primeros grupos de pop o pasearse por las tabernas escocesas de Edimburgo.
Bajo un cielo gris lluvioso que empapa toda la historia, nuestro protagonista -con un gran parecido físico a Jacques Tati- no puede ahogar la desazón al ver cómo en los nuevos tiempos y ante nuevas formas de diversión, la profesión de mago está en vías de extinción. Tati escribió este relato sobre la relación del mago con una niña escocesa que cree en la magia, como homenaje a su hija Sophie Tatischeff, culpabilizándose por no haber atendido lo suficiente sus compromisos familiares dando preferencia a su trabajo.
La adaptación del viejo guión por parte de Sylvain Chomet vuelve a remitirnos a la relación entre niños y adultos, tan habitual en el cine de animación. La más reciente la vimos entre un boyscout y un viudo en ‘Up’ y la más imaginativa en ‘Mary and Max’, una relación epistolar entre una niña australiana y un judío de Nueva York. La perspectiva que distingue a ‘El Ilusionista’ de otros títulos es un final que solo puede ser entendido por adultos. Y es que Chomet consigue un drama en el que destaca también un constante sentido del humor propio del cine mudo, género del que Tati fue heredero en el cine francés.
Siguiendo la línea de ‘Bienvenidos a Belleville‘, en la que los personajes no debían hacer esfuerzos en la interpretación de textos, se logra un resultado por encima de las expectativas gracias a una banda sonora que cumple su función y a una estética colorista que muestra una descripción ingeniosa de Monsieur Hulot -alter ego de Jacques Tati- recreando en esta ocasión con muy buen tino a un mago en sus horas más bajas. Este cuento que a Chomet le ha llevado más de cuatro años de trabajo y 12 millones de euros de presupuesto, logra perdurar en la memoria del espectador, yendo más allá de cualquier frontera geográfica o cultural. 9.