Ha sido la gran sorpresa de las nominaciones a los Goya. El western de Mateo Gil pasó sin pena ni gloria por las carteleras y tuvo una recepción crítica más bien fría (salvo la entusiasta reseña de Carlos Boyero). Pero ahí está, con 11 nominaciones, aunque con pocas opciones de llevarse algo.
Lo cierto es que la propuesta del habitual guionista de Amenábar es de lo más sugerente. ¿Y si el legendario bandido Butch Cassidy no hubiera muerto junto a su compañero Sundance Kid en una emboscada del ejército boliviano en 1908? ¿Y si lograron escapar, y Cassidy hubiera vivido oculto en Bolivia? La historia promete. Y si además está protagonizada por un extraordinario Sam Shepard, incluye unas estupendas canciones de David Gwynn y está ambientada en los espectaculares paisajes del altiplano andino, mucho más. ¿Por qué, entonces, ‘Blackthorn’ no funciona tan bien como debería? ¿Por qué, en general, resulta tan poco creíble?
La explicación hay que buscarla en la esforzada pero insuficiente labor como director de Mateo Gil. Tiene oficio, sin duda. Lo suficiente como para hacer una película correcta, un ejemplo apañado de cine de género, de western crepuscular, que bebe de todas las fuentes posibles, desde los clásicos (John Ford, Sam Peckinpah, Clint Eastwood), a los modernos (Sergio Leone y sus zooms) y hasta los posmodernos (de los Coen a Jim Jarmusch). Pero le falta personalidad.
Gil ha hecho solo un western del montón cuando podría haber realizado uno sublime. Da la sensación de que más que logros, que los tiene, lo que hay en ‘Blackthorn’ son fracasos. Se ha desperdiciado a un actor de la talla de Shepard poniéndole al lado a uno tan limitado como Eduardo Noriega. Se han desaprovechado unos paisajes perfectos para la épica, como ese espectacular salar de Uyuni, por falta de una narración de suficiente intensidad dramática. Y se ha malgastado una gran historia, una tan improbable como atractiva continuación de ‘Dos hombres y un destino’ (1969), a causa de la incapacidad del director para dotarla de ritmo, músculo, emoción y credibilidad.
Lo que queda es una película empollona y algo saturada de cinefilia. Una estimable muestra de género, de western “como los de antes”, tan aplicada y eficaz como impersonal. Un filme que te deja peor sabor de boca de lo que realmente debería. Pero cuando las posibilidades malogradas son tantas… 5,5.