Dicen por ahí (qué ingenioso, ¿eh?) que Luis Brea perteneció a bandas del indie madrileño como Los Sitios o Los Hijos de Han Solo, que no pasaron del ámbito maquetero, mientras servía copas a lo más granado de la escena tras la barra del conocido garito Fotomatón. Escaldado de poses y actitudes impostadas, declara que lo suyo es postindie. Ese concepto, que suena tan difuso, quedó muy claro en el EP autoeditado el pasado año, ‘De lo dicho nada‘. Canciones sencillas, que lo mismo contenían guiños a ‘Segundo premio’ (‘Baso es con «v»‘) que a la canción melódica de Julio Iglesias (‘Dicen por ahí‘) o al slowcore (‘Bastante punk‘), sin complejos ni postureos y al servicio de unas letras cargadas de sentido del humor que plasman perfectamente la vida del treintañero (o casi) contemporáneo, con sus contradicciones y sus sinsabores.
Brea tiene un arte difícil, de decir mucho atendiendo a detalles pequeños, ínfimos, en los que muchos podemos vernos reflejados. Y lo hace, además, sin ironía dañina y con el afecto compasivo del que canta sobre sí mismo. Dadas sus virtudes, su debut oficial en el sello Marxophone (Nacho Vegas, Fernando Alfaro, Refree) auguraba nuevos anti-himnos generacionales con los que quedarse pillado al escuchar esos retratos tan cercanos que nos ponen en evidencia pero, a la vez, nos hacen esbozar una sonrisa. El adelanto con ‘Automáticamente‘ ya anticipaba esa línea continuista, aunque la canción en sí no terminaba de enganchar especialmente. Y, por poco que nos guste decir esto, lo cierto es que eso ocurre a menudo en los ocho cortes de ‘Hipotenusa’.
Luis Brea parece saber bien cuál es su fuerte y se esmera en desarrollar nuevas y fidedignas historias, que seguro habrás vivido o te habrán contado, sobre polvos de una noche que acaban en previsibles desastres sentimentales, adolescentes por siempre, fiesteros drogotas, moderneo de postal, juergas, bajonazos y resacas. Algunos lo llaman costumbrismo pero no deja de ser, en realidad, su manera de fotografiar el crapulismo de su generación, como en otros momentos lo hicieran Sabina o Santiago Auserón. Ocurre, sin embargo, que escuchando el álbum uno tiene la sensación de que, salvo buenas excepciones como el homenaje a Nacha Pop en ‘Escabeche’, a Marvin Gaye en ‘La cuenta atrás’ o la rumbita de ‘Vuelve’, las canciones son demasiado enclenques, un simple vehículo para que Brea pueda desarrollar todo su ingenio con los chascarrillos.
‘Soy tu padre’, ‘Imágenes’ o ‘La caída’ superan los cinco minutos de duración pero, musicalmente, su sencillez no se presta a tanto, por más que intenten adornarse con arreglos más bien discretos, y terminan por agotar en su reiteración. Tampoco ayuda una producción que peca de ser demasiado convencional, especialmente en el sonido de guitarras y la voz. Pese a todo, las agridulces imágenes de patética autocomplacencia como la de ‘La caída’ (poniendo de relieve que también sabe ponerse serio), la estampa del fracaso lento y anestesiado de ‘Vuelve’ o el sexo explícito, tan Gainsbourg, de ‘Dos rombos’ son sobrados motivos para confiar en que en algún momento Brea pueda recuperar la chispa que tenían sus primeras canciones, y que aquí se echa de menos, para hacer algo grande.
Calificación: 6/10
Lo mejor: ‘La cuenta atrás’, ‘Escabeche’, ‘Automáticamente’, ‘Dos rombos’
Te gustará si te gustan: el eclecticismo de Klaus & Kinski y cantautores a lo Jonathan Richman.
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