El verano del 69 “la familia” de Charles Manson terminaba a puñaladas con la utopía hippie perpetrando los asesinatos de Tate-Labianca. Unos sucesos que se grabaron con sangre en el inconsciente colectivo americano y que ahora, al calor de la actual crisis del sistema capitalista y el planteamiento de nuevos modelos económicos y sociales, resuenan con fuerza en el brillante y premiado debut en la dirección de Sean Durkin.
En ‘Martha Marcy May Marlene’ conviven dos líneas narrativas que se solapan para modelar dos discursos, dos reflexiones. La primera, en tiempo presente, profundiza sobre las tensiones derivadas del choque de intereses vitales, de dos formas de entender la vida: el modo de vida burgués de clase media, representado por la hermana y el cuñado de Martha, y la alternativa (contracultural) que simboliza la frágil y asustada Martha (una fascinante Elizabeth Olsen, hermana pequeña de las célebres gemelas).
La segunda línea, expuesta en forma de turbadores flashbacks, describe el proceso de inmersión de la protagonista en una secta de ecos mansonianos, el proceso de pérdida de la individualidad en favor de una comunidad y su líder, la búsqueda de un paraíso utópico y el encontronazo con un infierno distópico.
Al final, las dos líneas se encuentran, colisionan y estallan. De los restos de la explosión solo queda un camino, el que recorre Martha al final de la película y refleja en su mirada: el desamparo absoluto. Bajo su apariencia de evocador drama rural e hipnótico thriller psicológico, y con los acordes de la ‘Marcy’s Song’ de Jackson C. Frank como acompañamiento y metáfora sonora, ‘Martha Marcy May Marlene’ es la crónica de un doloroso fracaso, de una desoladora evidencia: no hay alternativas. 8,5.