En la segunda jornada de Sónar se confirmaba la solidez de una programación en la que la experimentación y la curiosidad que suscitan las propuestas más desconocidas no iban reñidas con una asistencia masiva de público, tanto para Sónar Día como para Sónar Noche.
No fue fácil abrirse camino para llegar a las primeras filas de la actuación de Austra en el SonarVillage. Había mucho interés por escuchar la voz de su cantante Katie Stelmanis, que no tuvo demasiada suerte con el sonido. Los canadienses tuvieron dificultades que no se resolvieron a medida que avanzaba su set, principalmente sonidos graves extremos que disiparon los matices vocales que los distinguen. La nota de color a estos problemas la pusieron unas coristas-bailarinas que nada tienen que ver con el concepto operístico de las canciones.
Acto seguido vendría una sesión de uno de los capos fundadores del sello Mute Records, Daniel Miller, por el que han desfilado Nick Cave, Depeche Mode, Apparat, Goldfrapp o Moby. Al menos consiguió momentos de buen ritmo de techno crudo plagado de subidas y bajadas, donde el hilo conductor era el minimalismo electrónico.
Sorprendente fue Mouse on Mars en el SonarHall, respaldados por una extensa discografía. El batería llevó la voz cantante de una actuación que no bajó el listón con aires de experimento casi post-rock, donde los visuales no eran necesarios para desarrollar una psicodelia ruidista. Fueron sin duda responsables de uno de los conciertos de la jornada. A continuación y en el mismo escenario cubierto y que alberga la mejor calidad de sonido del festival, el barcelonés John Talabot ofreció uno de los conciertos más importantes de su carrera, pues se sabía que su actuación era determinante para valorar si el impresionante año que lleva cosechado su gran trabajo ‘Fin’ mantenía el tipo ante el público -precisamente- del Sónar, el festival que le ha visto crecer y que ha terminado por coronarlo como el amo de la electrónica en nuestro país. En la tarea le acompañó Pional, y junto a él ofreció su mejor muestra de un house oscuro, casi tenebroso, pero con una melodía a la vez pop y deslumbrante. Talabot pertenece a una generación privilegiada: la de unos artistas que han crecido con un lenguaje ya elaborado, sin complejos y sin sentirse moralmente obligados a elaborar un discurso que justifique su música. La electrónica tiene hoy una presencia indiscutible en la música popular y no está necesariamente ligada con el rupturismo. Habrá que estar muy pendientes de los siguientes pasos de su carrera, pero todo parece indicar que no es fruto de casualidades ni golpes de suerte: es un compositor exquisito en el estudio, pero también capaz de impresionar a los asistentes con una técnica sobresaliente en sus directos.
Llegaba el momento de abandonar Sónar Día para pasar a la Fira de L’Hospitalet. Comenzamos con un espectáculo audiovisual de ésos que solo se pueden ver en el Sónar, al menos en un formato tan multitudinario. Se trataba de Amon Tobin y su ‘ISAM Live’, un impactante espectáculo audiovisual basado en proyecciones sobre una superficie con diferentes volúmenes, lo cual daba una extraordinaria impresión total de 3D. Un show a medio camino entre la instalación y la performance que hacía del descenso a ciertos infiernos del Sónar Noche una actividad más complaciente. A continuación, Nicolas Jaar, otro de los artistas que hacían doblete en esta edición y, lo que es más difícil, triunfando allá por donde va. Para este momento, el joven Jaar preparó un directo contundente e hipnótico. Una música llena de matices profundos, influencias que van desde el house orgánico al dubstep, en un estilo singular que él mismo trata de definir como «blue wave»: un downtempo misteriosamente bailable, arrollador, y con el paso seguro que aporta el haber firmado ‘Space Is Only Noise’, una de las últimas joyas de la música contemporánea. Y lo que le queda.
Mientras tanto, en el escenario SonarPub, tenía lugar la controvertida actuación de Lana del Rey, de tan solo 40 minutos de duración. Mito venerado por algunos, bluff para otros, la norteamericana ha sido protagonista de uno de los lanzamientos más instantáneos de los últimos años, hasta formar parte, quién lo iba a decir, del festival Sónar como cabeza de cartel. Lana, próxima y comunicativa, apareció con ganas de conquistar no solo a las primeras filas. El cuarteto de cuerda que la acompañaba mostró el aire dramático y casi al desnudo de un repertorio melancólico, lento, que subrayaba la belleza de sus composiciones. En algunos momentos, Lana parecía algo más contenida, y otras veces daba rienda suelta a su actitud de agradecimiento con algo de factor cursi. Una tensión que sirvió como hilo conductor de este concierto, dejando un buen recuerdo con canciones como ‘Born to Die’ o ‘Blue Jeans’.
En el mismo escenario cogía el relevo el británico James Blake, en su faceta de dj, en la que también se muestra como pez en el agua, bien planteada y excelentemente ejecutada. Acompañó la maquinaria dupstep que domina con astucia con hip-hop y R&B y gran gusto por el ritmo (fue muy celebrado el momento Destiny´s Child). Pasamos por alto una constante en músicos que hacen de dj’s: pinchar sus propias canciones en ciertos ambientes provoca rechazo y parece forzado, porque es lo que se espera de ellos.
Poco después, en el enorme escenario de SonarClub, Richie Hawtin cumplió con su particular peregrinaje habitual, año tras año. No fue novedoso su modus operandi, tampoco era necesario en un set apabullante en lo sonoro y en lo visual, siempre predominando el techno minimalista e instrumental y acompañando al canadiense en todo momento y con un apoteósico final de confeti. Una argucia que te deja inmerso en el placer más absoluto como guinda del set de uno de los mejores dj’s del mundo. Venía además a presentar en SonarPro una herramienta lanzada por su sello Mnus: Twitter dj, una aplicación algo simplona basada en publicar por esta red de microblogging los temas que forman parte del repertorio de su sesión.
La actuación de Squarepusher fue sin duda uno de los momentos para recordar de la presente edición. Los breakbeats que el británico lanzó indiscriminadamente llegaban de forma sólida y con una contundencia durísima. Bajo una careta luminosa y apoyado en una tremenda pantalla de Leds, mantuvo la tensión cargado de sonidos complejos, sustentados en el bajo y con influencias de techno, jungle y acid house. Los graves eran tan extremos que te ponían literalmente los pelos de punta, dando la impresión de que se pudieran tocar. Un repertorio muy denso pero que supo a poco. Simultáneamente, el espectáculo más machacón de esta edición corrió a cargo de Fatboy Slim. Su actuación dejó pequeño el SonarPub, totalmente abarrotado por un público mayoritariamente joven y entregado a la causa. Su electrónica trompetera y gamberra («put you hands up in the air» repetido ad nauseam) estaba jaleada por los gestos y aspavientos de su excesivo responsable, que animaba al público a dar palmas, gritos y saltos, convirtiendo el SonarPub en una fiesta algo verbenera y más salvaje, entorpecida por problemas de sonido que hicieron que su sesión se quedara en un silencio de varios minutos. Algo que en ese escenario se repitió en más de una ocasión a lo largo de la noche.
Los últimos momentos de la jornada los vivimos buscando una solución algo más armónica. El poderoso productor Jacques Lu Cont (aka Stuart Price) estaba a los platos en una sesión más intensa de lo esperado pero que dejó momentos muy bailables. Esa densidad, en algunos momentos, como ese mix cañero de Fever Ray, nos sirvió, precisamente, para esquivar los rayos del amanecer y refugiarnos en la oscura sesión de dancefloor de la dj rusa Nina Kraviz, que puso el broche final a una jornada que estuvo marcada por la pluralidad de su contenido. Txema, Sr. John.
Fotos: Prensa Sónar.