Abandonen ahora la lectura los esclavos de la tendencia, fashionistas y demás fauna mongola, porque vamos a hablar de un autor e intérprete que no está ni va a estar de moda. Rafael Berrio y su malditismo, su crapulismo y su bohemia han pasado del más absoluto (e injusto: los discos con Amor a traición, a lo Warren Zevon, y Deriva, merecen mucho la pena) vacío a emerger como los de un autor e intérprete único al que rendirse. Y, ojo, aunque la barrera del idioma lo impida, esto no debería limitarse a un ámbito nacional, no. La calidad y el calado lírico de ‘Diarios’, como del anterior ‘1971‘, invita a fantasear con un Berrio arrasando en la vieja Europa.
Tras acercarse, en su anterior álbum, a la canción de autor tal y como la concibe Cohen, este donostiarra protegido de Diego Vasallo viene a reafirmar su éxito (al menos el crítico, el comercial está por ver) remontándose a su ascendencia francesa y aplicando, con la perfecta complicidad del productor y arreglista Joserra Senperena, una rara avis que no veíamos por aquí desde los tiempos del mejor Raphael: emular la teatralidad y la fuerte carga poética de la chanson tal y como la personificó el belga Jacques Brel. O Brassens o su admirada Barbara, paradójicas bes mayúsculas.
Lo que sus etiquetas en Bandcamp califican como «varietés y baudeville» es una recuperación de aquellos viejos valses de posguerra, del dramatismo orquestal (al que tanto partido han sacado, años después, Nyman o Tiersen) y de una poesía poderosa, de palabras medidas y cuidadas, empleadas como un recurso artístico fundamental. A lomos de, sobre todo, un piano y su fricativa manera de pronunciar las uves, Berrio eleva ‘Las pequeñas cosas’, ‘Mi reputación’, ‘En las lindes del fin’ o la apasionante ‘Insomne’ como los más puros ejemplos de esos guiños al autor de ‘Ne me quitte pas’. Pero incluso en los cortes que siguen remitiendo al mejor y más genuino Cohen (el single ‘La alegría de vivir‘, la bonita oda a los caldos de ‘Saturno’) se perciben esos arreglos teatrales que dan unidad y coherencia al álbum.
En los textos de ‘Diarios’, pese a su título, Berrio parece (solo lo parece) involucrarse menos en lo personal y emplear un tono mayestático, casi filosófico, invitando a la reflexión sobre la verdadera importancia de las cosas, sobre tomar un momento para mirarse a uno mismo a los ojos en el empañado espejo de la mañana. Como una bofetada hermosamente cinematográfica, ‘La desgana’, ‘Amanece’, ‘En las lindes del fin’ o ‘Las pequeñas cosas’ te ponen en tu sitio con firmeza y te obligan a contemplar el confortable horror del día a día, la pobreza de miras, la mediocridad dominante, sin medias tintas pero sin perder nunca la elegancia y el calado literario.
Deja Berrio aquí poco espacio para el amor romántico, apenas esa especie de revisión de ‘Hallelujah’ que es ‘Sé libre, sé mía’ (compuesto por Mikel Erentxun) y, seguramente por eso, parece un poco ajena al consistente conjunto. En ‘Diarios’ el amor sirve para otorgar cierta justicia (poética, al menos) para las generaciones que padecieron y padecen la plaga de heroína en los ochenta (‘Santos mártires yonquis’) o dignificar a las meretrices vocacionales, en el tragicómico final de ‘María Inmaculada’. No quedan muchos tipos como Rafael Berrio, menos aún con su abrumador talento, forjado en las sombras de los bares viejos. Debemos alegrarnos de que, por la casualidad que sea, hayamos podido descubrir lo que estaba pensando aquel tipo aparentemente intrascendente, al final de la barra, con el chato de vino en la mano.
Calificación: 8,4/10
Lo mejor: ‘La alegría de vivir’, ‘La desgana’, ‘Las pequeñas cosas’, ‘Insomne’.
Te gustará si te gustan: Jacques Brel, el Raphael de los 60, Leonard Cohen.
Escúchalo: Deezer