‘Grandes esperanzas’, bueno, no tan grandes

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‘Grandes esperanzas’, bueno, no tan grandes

Teniendo como punto de partida una de las obras maestras de Charles Dickens cualquiera sabe que muy mal tiene que andar la cosa para que el resultado de su correspondiente adaptación cinematográfica no sea, al menos, digna de aprobado. Así que tendremos que creer que eso, exceso de confianza, es lo que ha llevado a Mike Newell a firmar estas ‘Grandes esperanzas’ en las que pecando de querer ser demasiado literal se ha quedado en demasiado literario.

Y es que el lenguaje escrito y el lenguaje visual no comparten los mismos códigos, es decir, que lo que funciona en uno no tiene por qué funcionar necesariamente en el otro. A cualquier principiante le podríamos perdonar este error como fruto de su aprendizaje. En el caso de este director británico, que ya tuvo oportunidad de hacer callo cuando se encargó de llevar al cine obras tan distintas como ‘El amor en los tiempos del cólera’ o ‘Harry Potter y el Cáliz de fuego’, es más complicado entender el porqué de su fallo, ya que después de los golpes encajados por aquellas dos películas, Newell debería tener grabado a fuego que la mejor manera de enfrentarse a una adaptación no es calcando el texto, sino tomar los elementos originales para construir un nuevo relato capaz de llenar los huecos que dejan las palabras.

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Por eso ‘Grandes esperanzas’ se deja ver pero nunca emociona. Y eso que hablamos de un relato que tiene entre sus personajes principales a la mítica señorita Havisham, una millonaria vestida de novia encerrada durante años en su mansión después de haber sido abandonada el día de su boda que, encarnada por Helena Bonham Carter, pierde todo su valor icónico para convertirse, sin querer, en caricatura. No es la única. Ralph Fiennes también se une al equipo de actores que se involucran con su personaje lo justito para justificar su sueldo, por lo que recae en el reparto joven, especialmente en Jeremy Irvine en el papel de Pip, la responsabilidad de aguantar sobre sus hombros el peso del filme. Bastante que el muchacho no se derrumba. 5.

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