Resulta que estás ahí sentado tan tranquilo en tu butaca, completamente hipnotizado por lo nuevo de Danny Boyle, tan metido en su juego, que sabes que aunque haya truco para esa magia nadie te puede robar el momento. Y efectivamente así pasaría si no fuera precisamente el propio mago que te estaba dejando fascinado el encargado de parar el espectáculo, mirarte a los ojos y contarte con pelos y señales en qué ha consistido el número que acabas de ver. Adiós trance.
Existe una expresión en el argot televisivo que se utiliza para identificar el momento concreto en el que el argumento de una serie pasa de ser creíble a convertirse en una parodia: “saltar el tiburón”. Una expresión que de vez en cuando también se puede aplicar a lo que vemos en el cine, aunque pocas veces con tanta claridad como la conseguida por el famoso director británico en este filme, al que le basta un innecesario monólogo explicativo para arruinar por completo todos los logros conseguidos durante la hora y pico de metraje frenético que preceden a tan fatídico momento.
De hecho el filme comienza como un excelente thriller en torno al robo de un Goya en una casa de subastas londinense, y así debería haber seguido de no ser porque a algún guionista se le ocurrió la genial idea de hacerse un Hitchcock elevado a la enésima potencia y creer que cuantos más giros argumentales imprevistos tuviese su historia, mejor sería la película. ¿Pero cuántos de esos giros son aceptables para el espectador? ¿Dos? ¿Tres? ¿Diez?
La verdad es que es imposible poner un número límite, puesto que mientras te entretengan aceptas el pacto y que te metan los goles que sean necesarios. Y así lo hacen unas cuantas veces James McAvoy, Rosario Dawson y Vincent Cassel hasta que llega ese momento en el que sientes que el director te pierde el respeto y, en lugar de confiar en tu inteligencia, que no deja de ser una extensión de la suya como narrador, se pone Scooby Doo y en boca de un personaje rebobina punto por punto hasta el principio para que entiendas todo, todo y todo antes de que llegue la gran traca final. Contar en lugar de mostrar, ése es el tiburón de esta película. 8. 4.