Ubicado en el nuevo emplazamiento de la Fira de Barcelona, Sónar dio el pistoletazo de salida a una edición que promete ser histórica. Los asistentes más veteranos deambulaban perdidos por el laberinto de la nueva sede, que gana en comodidad y duplica su aforo, aunque sacrifica el ámbito más urbano y museístico de su anterior contexto.
Comenzamos a la hora del té aterrizando sobre el nuevo y soleado SonarVillage, el centro neurálgico de las actividades diurnas y que suele concentrar las actuaciones más accesibles. No lo tenía fácil Gold Panda. Al británico no le vino nada bien que su predecesor, Gluteus Maximus, terminara pinchando ‘Love is in the Air’, porque creó un contraste entre ambas opciones difícil de asimilar. Le costó lo suyo encontrar el tono apropiado para romper el hielo y ganar sintonía con un público aún en pleno proceso de digestión y que comenzaba a abarrotar el recinto.
Daniel Miller, que en la pasada edición pinchó en el SonarVillage (le llegamos a ver en las primeras filas de John Talabot), estaba muy presente de modo figurado en la actuación de Liars, una de las más esperadas del día. El fundador de Mute es el productor de ‘Wixiw‘ y el trío neoyorquino derivó más por esa influencia inyectada por Miller de ritmos oscuros, industriales y algo fríos. Ambiente que, rodeado de las enormes cortinas de terciopelo rojo que cercan el nuevo SonarHall, junto a la fantástica voz y el flequillo de Angus Andrew -que le da mucho juego-, marcó de manera muy acertada el inicio de una de las primeras actuaciones de este año.
El show del «trash crooner» Sébastien Tellier en SonarVillage fue tan inquietante como su propia biografía. Se le veía además con muchas ganas de conectar, animado por la generosa cantidad de cervezas que bebió sobre el escenario y que terminó pidiendo directamente por el micrófono, al tiempo que aludía a su propia borrachera. Si bien su comienzo fue algo tibio, el francés supo seducir paulatinamente a la audiencia hasta derrochar emoción en sus últimos quince minutos, con una parte notable de las primeras filas llorando, literalmente, con las canciones del músico, representante francés de Eurovisión en 2008. Porque, a todo esto, algún día habrá que escribir la historia del extraño idilio entre Eurovisión y el festival Sónar (recordemos a La Pajarraca, que llegó a actuar en TVE en las clasificaciones previas al concurso). Pero el caso es que Tellier y sus hombreras nos dejaron la mejor imagen del día.
Sacando pecho y a cuerpo gentil salió Mykki Blanco, directamente disparado al escenario SonarHall, un ambiente ideal para el excéntrico y vigoroso show de este travesti a tiempo parcial. Todas las adivinanzas y suposiciones sobre lo que íbamos a ver fueron fallidas: no porque estemos ante una reinvención de tópicos, sino más bien por ejecutar de forma excelente y en estado puro cosas que no cambian. Mykki rapeaba con energía en todo momento, incluso sin música y desde el escenario, rodeando la mesa del técnico de sonido o saltando entre un público encantado pero que merecería haber sido más numeroso.
Aprovechamos el concierto del instrumentista francés Pascal Comelade, autor de una música construida como pequeñas píldoras de 2 o 3 minutos y que ofreció, sin embargo, una actuación compleja y oscura, quizá demasiado expandida por sus extremos, para valorar SonarComplex, el primer escenario con asientos en la historia del Sónar y que viene muy bien para descansar y recuperar fuerzas, porque en el Village estaban Lindstrom & Tood Terje poniendo el broche a una jornada llena de novedades.
Neil Tennant y Chris Lowe traían los deberes muy bien aprendidos, es habitual en ellos. De sus giras siempre se puede alabar la extraordinaria capacidad para cuidar todos los detalles como reconocidos estetas, ofreciendo un espectáculo nítido, a medio camino entre la nostalgia y la innovación. En la hora y cuarenta y cinco minutos de Pet Shop Boys hay mucho brillo, pero tardó un poco en llegar. Ese momento fue casi a la media hora con ‘Suburbia’, tras un arranque con un telón (“una sábana”) que tardó demasiado en desprenderse, con el comienzo previsible de ‘Axis’. No se hacen acompañar por músicos, ni tampoco por coros o algún voz negra. Ellos dos se bastaron junto a un par de bailarines y la “máquina” de Chris Lowe. En esta edición fueron los mimados por la organización: ofrecieron un concierto inaugural en la noche del jueves relativamente privado y que -aseguran- será un calco idéntico al del sábado. No nos extraña, porque la sensación de estar asistiendo a un show enlatado fue constante en la primera mitad de su setlist, y la música sonaba igual estuviera Chris Lowe en el escenario o en su ausencia. En su peor momento parecía ofrecer la misma cercanía con el público que la de un DVD. No es que en algunas canciones estuvieran mejor, simplemente unos ratos llenaron más que otros.
El punto de inflexión del concierto llegó cuando el fondo del escenario se convirtió en una persiana con deslumbrantes focos blancos detrás, en lo que quisimos ver un homenaje a las ventanas del Panorama Bar de Berlín, que se abren por unos segundos para dejar entrar la luz del día en la pista de baile en mitad de una sesión. Al final, las canciones se quedan en la cabeza, algo fácil si en la última parte suenan ‘Go West’, ‘West and Girls’, ‘Love, Etc’ y la versión que ya es propia, ‘Always on my Mind’. Pero a veces pisan tierra de nadie, aunque colaboren con infinidad de productores y estén muy al tanto de nuevas influencias musicales. Se encuentran en un momento difícil, pero sólo queda aplaudir por al menos seguir con las ganas que siempre les acompañan.
Para terminar, el dj set de Dorian nos trasladó a la madrugada aunque tampoco era tan tarde. Marc fue al baile seguro con remezclas, a veces poco reconocibles, de Blondie, Pet Shop Boys, New Order y M83. También nos sirvió para reabrir el debate sobre si el dj set de un grupo debe incluirse a sí mismo. Algunos lo ven imprescindible, pero otros aseguran que es como ir vestida de blanco a una boda, sin ser la novia. Txema, Sr John.
Fotos: Juan Sala, Óscar García (Sónar)