Hacía cinco años, desde ‘Los hijos de Anansi’ (2008), que Neil Gaiman no publicaba una novela para adultos. ‘El océano al final del camino’ (Roca Editorial), dedicada a su nueva mujer, Amanda Palmer, tiene todo lo que un fan del autor de ‘Coraline’ o ‘American Gods’ (¿producirá por fin la serie la HBO?) puede esperar: una prosa muy cuidada y fluida, una trama donde se mezclan de forma armoniosa realidad y fantasía, lo cotidiano y lo mítico, un gusto por lo siniestro como categoría estética capaz de hacer pedazos el concepto de familiaridad, una mirada a los miedos de la infancia… ¿Más de lo mismo?
‘El océano al final del camino’ es una novela de un autor tan conocido, de un estilo y universo tan reconocibles, que uno no sabe si calificarla como repetitiva, casi como una versión para adultos de ‘Coraline’, o simplemente personal, “autoral”. El argumento es puro Gaiman. Un hombre vuelve al pueblo donde vivió de niño, hace cuarenta años. Junto a un estanque, un “océano al final del camino”, recuerda los fantásticos acontecimientos que vivió cuando, a la edad de siete años, un suceso luctuoso liberó antiguos poderes que permanecían ocultos más allá de este mundo, criaturas primitivas que se infiltraron dentro de su familia con la intención de destruirla. ¿Os suena?
Lo cierto es que, a pesar de provocar una constante sensación de déjà vu, de ya leído –eso que los fans más irredentos disfrutarán como se disfruta del placer de la repetición-, la novela tiene suficientes puntos de interés como para trascender esa falta de originalidad. La capacidad de Gaiman para abrir mundos fantásticos a través de las grietas de la cotidianeidad sigue intacta. Es admirable la naturalidad con la que consigue introducir al lector en ese universo alternativo. Casi sin darnos cuenta, como si fuéramos niños (la novela es la narración en primera persona de los recuerdos infantiles evocados por su protagonista), aceptamos gustosos la irrupción de lo maravilloso dentro de un contexto ordinario. Si ocurre en los libros favoritos del niño protagonista -‘Las crónicas de Narnia’, ‘Alicia en el país de las maravillas’- por qué no va a ocurrir en la realidad.
“Los adultos siguen caminos. Los niños exploran”. Gaiman, como sus admirados Lewis Carroll o C. S. Lewis, evoca la infancia como un tiempo mágico, un lugar donde todo es posible. Y lo hace con nostalgia, con la melancolía de un hombre de cincuenta años (¿el propio Gaiman?) que recorre los territorios de su niñez después de asistir a un funeral. ‘El océano al final del camino’ apela al niño que todos los adultos llevan dentro. Como explica la amiga del protagonista, “por dentro siguen siendo igual que han sido siempre. Como cuando tenían tu edad. La verdad es que los adultos no existen”. 7.