Izal, perfecto ejemplo del absurdo «indie mainstream» sobre el que Guille Mostaza se despachaba a gusto hace unos días aquí mismo. En solo cinco años, la banda establecida en Madrid ya se ha encaramado al estatus de grupos que, con suerte y empeño, se han ganado el poder vivir de la música (tarea titánica hoy en día y en este país) y convertirse en nuevo referente de stadium-bands emergidas del underground como Love Of Lesbian, Vetusta Morla o Supersubmarina. ‘Copacabana’ es su tercer álbum, el primero tras una profesionalización evidenciada en su buen acabado sonoro, con producción de Santos y Fluren (Quique González, Iván Ferreiro).
El salto les luce ostensiblemente en cortes tan poco originales como certeros: ‘El baile’, ‘Historias de vida y placer’, ‘Tambores de guerra’ o ‘Arte moderno’ son atractivos, gracias (o a pesar de) al indisimulado peso que tienen en su música exitosas bandas como Two Door Cinema Club, Foals o Mumford & Sons. Incluso resulta digno de elogio el ocasional empleo de algunas ráfagas de folclor iberoamericano, cuyo mejor ejemplo es ‘Copacabana’, la canción. Leído así, que un grupo español con esos referentes sea superventas y llene estadios, casi podría ser un síntoma de frescura y salud de la escena nacional, ¿verdad?
Pero, aunque uno trata de apartar el cinismo que suele invadirnos a los críticos con bandas de este perfil, es evidente que algo huele mal en Dinamarca. A medida que avanza el minutaje, la pátina de supuesta contemporaneidad acaba revelándose como un endeble disfraz para su incontenible tendencia hacia el AOR plasta, entre los Coldplay más aburridos, los Héroes del Silencio más mesiánicos y el Víctor Manuel post-Ana Belén. Claramente, Izal podrían gustarle hasta a tu señora madre. Y aunque canciones como ‘Los seres que me llenan’, ‘En aire y hueso’ o ‘La piedra invisible’ quieran aproximarse a la hábil gestión de la épica y la poética que hacían Standstill, sin su background ni su talento todo suena bisoño, impostado al máximo. El abuso de trucos efectistas de cuarta (las codas y paraditas -palmas y móviles en el aire a la de tres- de ‘Oro y humo’ o ‘La piedra invisible’ se llevan la palma), el irritante tono vocal, tan triunfito, de Mikel Izal y unas altas pretensiones poéticas que no se cumplen dan mucha fatiga.
Lo peor, otra vez, son unas letras revestidas de grandilocuencia, innecesariamente enrevesadas, huecas pese a sus ínfulas de trascendentes himnos de filosofía vital. La «nube que llueve en el cielo de mi boca», el «tú que nunca despiertas con los dioses del hombre» (¿ein?), los «locos que bailan» ante el apocalipsis o los consejos de todo a cien dedicados a un vástago en ‘Pequeña gran revolución’ son solo algunas de las sonrojantes figuras líricas de un disco cuya escucha es un permanente eye-rolling. A su lado, dan ganas de proponer a El Columpio Asesino o Dorian como candidatos al Princesa de Asturias de las Letras.
Calificación: 4,5/10
Lo mejor: ‘Copacabana’, ‘El baile’, ‘Arte moderno’.
Te gustará si te gusta: Vetusta Morla, Supersubmarina
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