En contra
Hubo un tiempo en el que la industria musical trató a Spotify como el Santo Grial, la tabla de salvación de una maltrecha economía que se venía abajo a causa de los torrents, las descargas gratuitas y otros males conocidos comúnmente como “la piratería”. Las discográficas empezaron recelando del modelo sueco, para luego rendirse totalmente. La solución a todos sus problemas parecía pasar por que el mundo entero se abriese una cuenta de pago en alguna plataforma de streaming. Al menos, los usuarios comenzaban a pasar por caja para obtener algo por lo que antes no pagaban.
Pero parece que el idilio entre la música y las plataformas de streaming se ha acabado. Está cancelado. De otro modo, no se entiende que Adele, una artista que vende decenas de millones de discos, no haya confiado en ninguna plataforma para ofrecer ’25’, su nuevo álbum. Y recalco ninguna porque puedo entender que haya cierto recelo con aquellas empresas que siguen apostando por el freemium (como Spotify o Deezer); pero no entiendo que la británica se haya saltado también otras que no lo hacen, como Apple Music o la maltrecha Tidal, que se suponía fundada por y para músicos.
¿Y qué pasa hoy? Que al final el ciudadano medio, el que paga religiosamente Spotify o Apple Music cada mes, y que además tiene una tarifa de datos gigantiásica para poder hacer streaming desde cualquier parte (y salvar el espacio de su dispositivo para fotos y vídeos de gatitos), se encuentra con que tiene que pagar 12 eurazos del ala para conseguir un disco, que encima viene a pelo: sin libreto, sin formato físico, sin extras de ningún tipo, nada. No entiendo que hoy, que existe la tecnología para hacerlo, ese disco no se pueda ofrecer, aunque sea una sola vez, para usuarios de pago de plataformas de streaming. ¿Cómo vamos a saber si nos gusta el disco? ¿Escuchándolo en la radio? Si después de promover el modelo a tope se consuma este divorcio entre artistas mayoritarios (recordemos que, antes de Adele vinieron Björk o Taylor Swift) y plataformas de streaming, nos podemos dar por jodidos. No solo nosotros: la industria musical también. Lolo Rodríguez.
A favor
De manera absurda, cuando te compras el vinilo de ’25’ en una tienda que no sea Amazon (esta tiene Autorip), no viene ningún código para descargar el disco en un ordenador, de manera que si quieres pasar el disco de Adele a tu smartphone, la única salida es recurrir a los torrents después de haber pagado 20 euros (saludos también a Joanna Newsom pero subiendo a 35 euros).
Este WTF es mi única pega para este lanzamiento. Desde que se anunció que ’25’ no estaría en Spotify, se han leído en la red opiniones de lo más arrogante (y desinformadas) sobre cómo tenían la artista y su sello que lanzar el disco estrella de este año, el pasado y el que viene, el único que aspira a vender 20 millones de copias. «Peor para ella», «ellos son los que pierden», he llegado a leer con los ojos abiertos como platos en este país, que a causa de la piratería ha pasado de ser la séptima potencia mundial de la industria musical a aparecer en el ránking por detrás de países con muchísimos menos habitantes como Suecia u Holanda, sin entonar la mínima autocrítica. ¿Va en serio? Desde el punto de vista empresarial, roza lo estúpido subir el disco a Spotify cuando aspiras a vender 4 millones de unidades en una semana. ¿Quién va a renunciar a batir un récord cuando puede hacerlo? ¿Qué deportista, qué jugador, qué trabajador de a pie? ¿Cuánto beneficio deja el streaming incluso cuando es premium? ¿Es que la gente solo tiene Twitter en el móvil y no calculadora? Desde el punto de vista artístico, soy de la opinión de Björk: si las series y las películas tardan semanas o meses en llegar a plataformas tipo Netflix, ¿por qué tiene que ser la música diferente? ¿Por qué siempre tiene que estar la música en el último peldaño de la cultura? Y si no nos lo creemos quienes hacemos o entramos en webs como esta, ¿quién se lo va a creer?
¿Tanto «necesitáis» escuchar este disco ahora y no otro, entre todos los millones que tenéis a vuestro alcance, y no cuando llegue a las plataformas pertinentes? Pues compráoslo. Yo cuando «necesito» un vino, me compro una botella. Cuando tengo frío, me compro un jersey. Cuando «necesito» ver una película, me compro la entrada del cine. La música no tiene menos valor que el alcohol o la ropa. Al contrario, el alcohol se acaba, al jersey le salen bolas y en el cine a veces no me gusta la película, mientras que un disco es un bien imperecedero. Que no os gusta: regaladlo, revendedlo, cambiádselo a alguien, daos el lujazo de tirarlo por la ventana (una amiga lo hizo una vez). O mejor, bajáoslo de los torrents sin pagar, para empezar, pero no nos lo contéis: jactarse de la injusticia que supone pagar 12 euros por un disco que ansías oír como si no hubiera un mañana es no mostrar ningún respeto por la música ni por los artistas». Sebas E. Alonso.
Foto: portada Rolling Stone.