Metallica alcanzaron una cúspide con el conocido como «álbum negro», que en realidad es simplemente homónimo. Una cima que, más que creativa, fue comercial, puesto que con él se convirtieron en una banda para un público mucho más amplio y no necesariamente heavy. Supieron adaptar su propia estética a unos tiempos en los que el grunge impuso las guitarras como the-thing-to-do y la jugada les salió redonda. Sin embargo, sus grandes obras, en realidad, ya habían llegado años antes: ‘Kill ‘Em All’, ‘Ride The Lightning’, ‘Master of Puppets’ y ‘…And Justice for All’ formaron una tetralogía perfecta, digna heredera de referentes como Black Sabbath o Motörhead y que les situaba en un estatus creativo inalcanzable para otras bandas hard-rock.
Tras ‘Metallica’ y su descomunal éxito, en cambio, parecieron encallarse, con discos tan erráticos como ‘Load’, ‘Reload’ o ‘St. Anger’, con los que parecían querer ser modernos, «estar en la onda» (¡glups!) o algo así. ¿Crisis de mediana edad? Quizá. El caso es que no fue hasta ‘Death Magnetic’, su penúltimo álbum hasta la fecha, cuando el grupo supo capturar algo de aquella tensión y fiereza que dejaron atrás en los últimos 80. ‘Hardwired… to Self-Destruct’ incluso parecía que nos iba a devolver a los mejores Metallica, con adelantos tan bárbaros como ‘Moth Into Flame‘ o ‘Hardwired‘, incisivos, concisos, enérgicos. Solo eso ya justifica las considerables ventas que ha acumulado el pasado año.
Sin embargo, quizá cegados por la cantidad de material que han podido acumular en estos 8 años sin publicar nada, les ha faltado algo de mesura a la hora de estructurar el álbum. En un disco de 77 minutos en su versión convencional, que en la versión de lujo se incrementa con otros inéditos media hora más (obviamos las pistas en directo, pero cabe destacar el estupendo homenaje a Ronnie James Dio que se marcan en forma de medley) o es todo crema, o la falta de tijera acaba pasando factura. Dividido en dos discos separados, ambos comienzan de forma apabullante: el primero, con ‘Hardwired’, ‘Atlas, Rise!‘, ‘Now That We’re Dead‘ (increíble, como siempre, la maestría al doble bombo de Lars Ulrich) y ‘Moth Into Flame’; el segundo, con ‘Confusion’ y ‘ManUNkind’. Lástima que no hayan percibido que el mundo podía vivir sin cortes pesadotes y que no revelan nada extraordinario como ‘Dream No More’, ‘Halo on Fire’ o ‘Here Comes Revenge’, que se ven lastrados por una producción poco dada al brillo. Nada que no pueda resolverse montando una playlist de 50 minutos.
Sin embargo, el remate final de ‘Murder One’ y, sobre todo, la brutal, audaz, metamórfica ‘Spit Out The Bone’, nos devuelven a aquellos mejores Metallica con los que siempre quisimos reecontrarnos. En realidad, no estamos ante una vuelta a las raíces, sino a una simplificación de las cosas, a hacer, nada más y nada menos, lo que mejor saben hacer. Una gran noticia que, aunque no nos devuelve al pasado, sí nos regala la mejor versión posible de Hetfield, Ulrich y Hammett en nuestro días.
Calificación: 7,2/10
Lo mejor: ‘Moth Into Flame’, ‘Spit Out The Bone’, ‘Hardwired’, ‘Confusion’, ‘Murder One’
Te gustará si te gusta: Black Sabbath, Motörhead, Toundra
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