Este 2017 se cumplen 25 años del nacimiento de La Buena Vida, de su primer EP y de su primer concierto. Es también el 20º aniversario de ‘Soidemersol’, una de sus dos grandes obras maestras. Además, será la fecha en que algunos de sus componentes volverán a editar música tras la marcha de Irantzu Valencia y la trágica muerte de su co-autor y bajista Pedro San Martín en accidente de tráfico. El nuevo proyecto de Mikel Aguirre recibe el nombre de Amateur y en él Irantzu volverá a cantar en uno de los temas. Abanderados de lo que se llamó Donosti Sound en las hemerotecas, pronto se diferenciaron de Le Mans (Ibon Errazkin llegó a colaborar con ellos) acercándose a una universalidad adulta que poco tenía que ver con el indie y el underground. Que ‘Hallelujah’ no fuera multiplatino es algo que no se puede comprender mirando las cifras que se manejaban en aquella época: se componía de música completamente atemporal que debería haber sonado, quizá no en 40 Principales, pero sí en M80, Cadena 100 y Cadena Dial.
El grupo, que solía citar entre sus influencias a Love, Felt, Moustaki, Scott Walker, Cohen o los Beatles, se diferenciaba desde el principio de todos ellos por su carácter naíf, heredado de Aventuras de Kirlian, y después por su gusto por las orquestaciones y el pop clásico. En esta tabla repasamos 40 de sus mejores canciones que, lamentándolo mucho, en general no están disponibles en ninguna plataforma de streaming de manera digna, tan sólo en Youtubes de pésima calidad que no hacen justicia a las grabaciones espectaculares realizadas en Londres, Praga, Madrid o Donosti, con el dinero que no tenían y la ayuda de su productor Iñaki de Lucas y el arreglista Joserra Senperena. Esperemos que alguien resuelva esto algún día, pues los CD’s y vinilos o están descatalogados o, en su mayoría, se venden a precios realmente prohibitivos. Este artículo no habría sido lo mismo sin la ayuda de Richie, webmaster de la web de La Buena Vida durante la década pasada, que me ha donado gentil y rápidamente las fotos de grabación de ‘Soidemersol’ (1997) y los textos que Pedro San Martín escribió sobre casi cada canción y grabación de la banda. En esos textos, por cierto, aparece la palabra «amateur». «Amateur es poco para lo que éramos como grupo», indicaba hablando de sus inicios.
La Buena Vida han pasado a la historia como la versión menos ácida del Donosti Sound en contraste con Le Mans. Pero realmente su etapa popi se ciñe a los primeros dos discos y a los primeros dos EP’s que los precedieron. A canciones como ‘Por la mañana’ y su desvergonzada cita a «peces de colores, también hay flores» de su debut largo. Es curioso recordar lo Pegamoides que suenan ritmos y guitarras de aquella época, aunque en su caso con unas letras radicalmente diferentes. Su primer single, de 4 canciones y 8 minutos, contiene estupendos temas como ‘Mi reloj’ y esta evocadora ‘Hoy es domingo’, en la que Borja metió un teclado tipo acordeón. Ojo también a ‘Tardes de café’ y sus deliciosos «parapapás»: quedó fuera del disco y de su primer single, pero Siesta la recuperó para la caja recopilatoria ‘Sencillos’.
La diferencia entre el primer y el segundo disco de La Buena Vida, aparte de en que en el segundo todas las canciones fueron escritas a la vez, y en el primero las composiciones provienen de diferentes etapas, es el paso a la solemnidad. Se nota en canciones sobre las que hablaremos más adelante, pero sobre todo en el final del álbum: ‘Un vestido de tul’, estupenda, bastante Vaselines; y esta suplicante ‘Noviembre’. Su pesadumbre es ya evidente y el cambio de acordes en «pensándolo bien, los sueños son sueños» recuerda a Los Brincos. Pedro la defendía así: «Creo que es una de las que mejor quedó. Los arreglos fueron un acierto (el obstinato del violín, el solo del cello, el vibráfono…) La intro en “fade in” también quedó muy bien y las voces terminaron por mejorarla».
El Donosti Sound fue largamente comparado con Vainica Doble por su falsa apariencia naíf, sus melodías a veces esquivas y sus letras. En el caso de La Buena Vida, el caso más claro es esta ‘Bodas de plata’ que incluye rimas como «eres como un calendario un tanto estrafalario» y una estrofa ultra Vainica en su acritud: «Esa cara de inocencia, aparente decencia / más bien truculencia, más bien desamor / tu mala conciencia que al fin se liberó». Redondeando este anti-himno, título de la canción. ¿Manuel Alejandro?
‘Hallelujah’ (2001), que iba a ser doble, no era el único disco en cuya grabación a La Buena Vida le sobraron canciones enormes. Las caras B del single ‘Los Planetas’ también lo eran. ‘En un mundo mejor’ era un interesante cruce entre ‘Soidemersol’ (por el inicio jazz) y ‘Hallelujah’ (por temática, ese «10 años juntos, no nos conocemos»), pero es que ‘La calle del Carmen’ podría haber sido perfectamente un single. Un paseo por la ciudad lleno de complicidad y calma pese a la ruptura, entre la persona que camina y la persona en el balcón. El título no se refiere a la conocida calle madrileña, ciudad en la que vivió gran parte del grupo, sino a una de Pamplona de Lo Viejo.
El segundo single en 7″ o EP editado por La Buena Vida se abría con una estupenda canción de indie pop británico llena de punteos ultra The Cure que sigue sonando tan lozana como el primer día. Un retrato de la cotidianidad centrado en el desorden de un hogar en el que emergen los coros más a lo pop cincuentero y también Motown que hayan grabado La Buena Vida jamás. En aquel EP también destacaba la melancólica y acústica ‘La gran familia’, todo un antecedente de lo que Mikel e Irantzu lograrían después sumando voces.
‘Vidania’ es el único disco sobre el que Pedro San Martín no dejó escrito un «canción por canción». Por suerte, estas seguían hablando por sí mismas. El que sería el último disco de La Buena Vida, aunque nadie lo supiera en aquel momento, permanece infravalorado a día de hoy, quizá porque ‘SOS’ no era tan buena como ‘HH:MM:SS’ aunque claramente buscaba ser un single de éxito… como la algo obvia ‘Ayer te vi’; y por canciones menores como ‘De nuevo en la ciudad’. Y sin embargo, contenía más de una joya perdida. Entre ellas, la canción inicial. La letra no está redondeada del todo, pero sí lo están la instrumentación y la sensación buscada: un paseo desesperado por la ciudad, que muestra a Irantzu atormentada y perdida, con muestras inequívocas de depresión («otro fin de semana sin nada que valga la pena», «nunca me encuentro bien», «lo que tengo, ya no lo quiero / lo que quiero, lo he vuelto a perder»). Sucede la melancólica ‘Autobuses’. Es imposible escuchar la una sin la otra.
Un porcentaje del cariño que el público sentía hacia el grupo estaba en las habituales pistas fantasmas y sorpresa que metieron en cuatro de sus siete discos. Quizá sería demasiado dar un lugar de estos 40 a la canción de los silbidos de ‘Soidemersol’, pero ‘Todo se tambalea’ de ‘Panorama’ sí merece más que una mención. Es el vivo retrato de alguien que lucha dentro de una burbuja por que no le afecten los múltiples males del mundo exterior: «todo entonces se tambalea ante mis sentidos / yo sigo por el mundo con una sonrisa de ensueño». La música, completamente envolvente, sería la banda sonora perfecta para el final de ‘Eduardo Manostijeras’. Pedro no la consideraba en absoluto un «bonus track» más y además le añade un doble sentido musical sobre la arriesgada dirección artística del disco que la contenía: «Sin duda, la canción que más me gusta de este disco. Javier tuvo la gran idea de autocensurarse y quitar una parte de su propia canción durante el proceso de mezcla, ya que estaba grabada de manera muy diferente. De hecho no sé si me acuerdo cómo era el resto. Bueno, mejor dicho el principio, ya que lo que se oye en el disco es justo la parte final, donde Irantzu canta esas frases (nunca más certeras) que definen perfectamente lo que supuso ‘Panorama’. Una coda final para reflexionar sobre lo que fue este disco y si se había tomado el camino correcto o no».
Una de las evoluciones más espectaculares que se recuerdan es la que tuvo La Buena Vida entre su segundo y tercer disco. Puede que el EP intermedio, ‘Magnesia’ (1995), de corte electrónico, diera una idea de que sus ambiciones no se quedaban en el Donosti Sound, y que en el segundo disco hubiera algún antecedente «clásico», pero nada hacía presagiar lo que se avecinaba. El grupo se embarcaba en una costosa producción que tuvo que asumir Polygram en lo que constituyó su único y desastroso contacto con una multinacional. Para grabar los arreglos «que tenían en la cabeza pero no sabían ejecutar» se desplazaron a Londres, compartiendo habitación entre los 5, incorporando cuerdas y vientos como es el caso de esta canción-cuadro que pasea, tristona, dejando imágenes tan nítidas como «la arena beige» o «el pastel de queso humea dulzón». San Martín explicaba tanto esta canción como ‘En voz baja’ de la siguiente manera: «Hay cantantes que hacían de su voz la línea a seguir, siendo los instrumentos un acompañamiento que la arropaba y ayudaba. Esta fue la idea inicial de ‘Soidemersol’, una chica con piano y orquesta detrás, pero al ir avanzando nos dimos cuenta de que funcionaba solamente en determinadas canciones. Curiosamente, en las que la orquesta toma un papel significativo nos era imposible quitar guitarras y bajo, y en estas más jazz pensamos que lo que acentuaría este aspecto sería basarlas en instrumentos que nosotros tocábamos, pero haciéndolo de forma distinta, como hacían guitarristas de discos que fuimos descubriendo meses antes». De ahí, pues, el exquisito uso de la guitarra con que se abre la canción.
A medida que la secuencia de ‘Soidemersol’ avanza se va sumergiendo en un fondo jazzy, y después de un tema muy apropiadamente llamado ‘Caruso’ y antes de ‘Adiós muchachos’ aparece esta maravilla a piano y punteo de guitarra llamada ‘En voz baja’, que supone una reflexión sobre el pesimismo («Siempre guardamos los días tristes y son tantos los buenos que es muy tonto pensar que no regresarán»). Como curiosidad, la mención al alcohol es una rareza en su discografía. En un mundo de indie cervecero y artistas calimocheros buscando ser rock and roll stars, La Buena Vida estaban así de «al margen». Taburete, escuchad el final de esta canción. Esta es la forma de hablar de bebida en una canción: «perdidos ya los años, lo que más se echa a deber / es un vaso de ron».
Otra de las canciones destacadas del segundo disco, también sumergida en los punteos indie-pop (el grupo citaba como referencia a Orange Juice), era esta pista llena de contradicciones que, pese a su aparente poso de inocencia, se enfrenta al reto del primer desengaño («tanto tiempo, ya no hay sentimiento, sólo hay amistad…») con cierta picardía (el cambio de melodía vocal en la coda «vamos a ver quién es el valiente que se deja ver»). En boca de Pedro San Martín, «Irantzu y Mikel le habían cogido el punto a cantar los dos a la vez y cada vez lo utilizábamos más». Se avecinan muy buenas cosas muy bien dispuestas.
Una de las canciones que merece mucho la pena del último disco de La Buena Vida es este «Fin del mundo» que puede considerarse una segunda parte de ‘En un tiempo feliz’. Refleja también el retrato alegre de una cama compartida («yo me quedo en casa / ya no pienso salir / de un sueño nuevo que me ha hecho comprender / que ya no era feliz / llegaste tú y cambiaste el rumbo»), pero tiene la resultona ocurrencia de interrumpir su fade-out para decirnos que no… que no hay fin del mundo… que el amor podrá con todo.
‘Cinco días en invierno’ es la canción puente entre los inicios más lo-fi de La Buena Vida y el pop adulto y orquestado que practicarían a partir del tercer álbum. Pero además de ser uno de los primeros temas en que se sirven de las cuerdas de manera tan acusada, de nuevo muy Vaselines («Señor Sömmer» ya las tenía aunque enlatadas), es una gran composición que describe las mariposas en el estómago que se sienten cuando estás enamorado. La incertidumbre de si la otra persona aparecerá en una cita si se pone a nevar. El alivio de que así lo sea. Sensaciones adolescentes a flor de piel que no pierden vigencia ni 23 años después, ni con la edad.
Una de las rarezas en la discografía de La Buena Vida es esta canción de ‘Panorama’, una de las menos electrónicas del álbum, de abstractas estructura y letra, cuya segunda mitad y su falso final presentan un enorme crescendo… que se desvanece. Y es que la letra, como la música, es una montaña rusa de subidas y bajadas que simbolizan el amor («Tu amenaza me hace desistir y caigo en parte / en un agujero negro, pero es alucinante, así que bésame, tonta»), resultando en toda una cumbre del lado más agridulce del amor. La sección de cuerda no puede ser más simbólica: ¿te lleva por delante o es capaz de elevarte? ¡Ambas! Según Pedro, el nombre venía de un bar de Valladolid y, para el «ambiente frío», la referencia fue Leonard Cohen.
Como apuntó alguien (¿Nacho Canut en sus «Diarios» para Austrohúngaro?), si Carlos Berlanga hubiera vivido un año más quizá le habría encantado esta bossa nova, teniendo en cuenta cómo jugó con el género en ‘Indicios’. ‘En un tiempo feliz’ es una de esas canciones felices -y escribir canciones alegres dicen que es bastante más difícil que escribir tristes- 100% Mikel, que sortea toda posible caída en la cursilería (hay quien la llama cariñosamente «la vida del pez») a base de velocidad y, de nuevo, ausencia de repetición. Cuando te has querido dar cuenta, se ha acabado. Modo «on repeat».
Quizá ‘Reacción en cadena’ solo se entienda al 100% una vez escuchadas algunas de las canciones que ocupan el top 20 de esta lista de mejores canciones de La Buena Vida. «Tantas idas y tantas venidas, dando vueltas siempre sobre ti / que no sé si es mejor así, sin compromisos, sin decidir» es una clara continuación de letras como ‘Qué nos va a pasar’ o ‘La mitad de nuestras vidas’, pero aun así la desolación contenida en el puente «una vez y otra vez más, me pregunto quién será si no es ella» es totalmente universal. Una pena que el grupo no le escribiera una segunda estrofa, aunque los arreglos aportados en la segunda parte sí suman.
El último álbum de La Buena Vida para Siesta era ‘Hallelujah’, grabado en los estudios de Iñaki De Lucas junto a Jean Phocas, pero elevado por la incorporación de 27 músicos de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de Praga, donde el grupo se desplazó en enero de 2001 para la grabación. Por si ‘Qué nos va a pasar’ fuera poco intensa, ‘Hallelujah’ incluía dos canciones llenas de melancolía y dolor, materializados en una destacada sección de cuerdas, que se quedan a punto de rozar lo sobrecargado sin llegar a ello. La inspiración clásica es evidente como apunta Pedro San Martín, autor de ambas: «La idea de las notas de 9ª menor la tomé escuchando un pasaje de los Jardines de Aranjuez de Joaquín Rodrigo. Creo que fue una de las que más claras tenía en cuanto a estructura, pero a Mikel se le ocurrió crear la parada antes de la subida final. También me echó una mano con la letra». Aunque, entre referencias bucólicas y al pasado en negativo («me echas de menos») y positivo («habrá esperanza»), es difícil averiguar exactamente de qué trata, hay una cosa clara: su excelente retrato musical de las grandes pasiones.
‘Sólo tienes lo que das’ suena totalmente hermanada con ‘Trigo limpio’. La Buena Vida no firmaban en los discos las canciones de manera individual, aunque sí lo hicieran en su casa o los ensayos y, cuando al cabo de los años descubrías que esta también era una canción de Pedro San Martín, no podías evitar esbozar una sonrisa. De nuevo una canción un tanto perdida entre el amor y el desamor, aquí con un estribillo que hasta suena tan poético como socarrón: «¿cómo es que en tu vida no hay amor? / no lo entiendo / debe ser el aire y tal vez el agua, azul marina». Grandiosa elipsis, por cierto, de «azul marina» en el segundo estribillo, incitando a la escucha en modo «repeat».
Pedro San Martín hablaba de su influencia: «En aquella época yo tocaba (bueno es un decir) bastante más el piano que ahora, y saqué todo el principio de la canción de un tirón. Para la orquesta quería basarme en las canciones de ‘Harvest’ de Neil Young, que por aquel entonces era uno de mis discos fetiches. Se trataba de que la canción fuera creciendo poco a poco hasta la explosión final, donde las cuerdas que se cruzaban y se volvían a cruzar. Gran trabajo de Joserra Senperena».
‘Hallelujah’ se cerraba con esta apaciguada composición en la que la suave percusión de mazas y escobillas -incluso ese compás que falta- y el piano construyen todo un «colchón armónico» totalmente hipnotizante, como lo definía San Martín. Es de agradecer que un álbum tan lleno de intensidad se cerrase con un poso optimista. «El mundo es nuestro al fin, lo hemos conquistado, ya nada impedirá el triunfo del amor» se repite dos veces en búsqueda de la autoafirmación, aunque los campos semánticos de la frase extra («confundido», «enfermo de dolor», «al borde del clamor») ponen en duda si el tema es puro delirio. Quizá el título del tema diera una pista. Pedro la consideraba totalmente optimista.
Aunque no pega mucho en ‘Panorama’, pues por su inspiración naíf parece un resquicio de su primera etapa («trazando una meta igual que un cometa»), ‘Surquemos el cielo entero’ es una reivindicable composición tan presta para el góspel como para el himno religioso. Una recreación de la felicidad que sabe servirse perfectamente de la cuidada instrumentación que ya habían aprendido a manejar para entonces. San Martín pensaba lo mismo: «Podía haber pertenecido al segundo disco perfectamente, ya que tanto la estructura, el ritmo, las melodías y la letra me recuerdan a aquella época. Por tanto no había que rizar el rizo sino grabarla tal y como era y así se hizo. Eso sí, estuvimos dándole vueltas a la orquesta una y otra vez porque Mikel no se terminaba de convencer con el resultado. Queríamos que fuera muy alegre quizás tratando de evocar el sonido de ‘Verano’, pero introduciendo algunos vientos para que le dieran empuje en los cambios, que tenían otro ritmo y llevaban a pausar un poco la progresión. Al final creo que tuvimos que hacer una especie de consenso entre cuerdas y vientos. Empate».
La mejor muestra de cómo una canción de La Buena Vida podía desarmarte en tan sólo 2 minutos era ‘Mi voluntad’, una canción derrotista («no sé si seré capaz con mi enorme falta de voluntad de dejarlo todo / abandonar, renunciar a todo»), tan dolida que a duras penas se atreve a mirar atrás. Ese «no tengo a bien, tampoco a mal pensar en ti / no merece la pena andar preguntándose cómo sería si fuera» es un falso autoconvencimiento, paradójico en su propia enunciación. Una chuchería para la frágil voz de Valencia, que entona la canción completamente en solitario.