Tras la notable jornada del jueves, el viernes en la Masia D’en Cabanyes se presentaba más ajetreada, ya con todos los escenarios a pleno rendimiento. Más oferta y, también, más dificultad para abarcarlo todo. Estas son nuestras impresiones de los conciertos de Dr. Dog, Devendra Banhart, Real Estate, The Flaming Lips y La Casa Azul.
Para comenzar la jornada comprobamos, en forma de insoportable murmullo, lo complicado que resultó para Lidia Damunt contener las conversaciones ajenas durante su actuación en el siempre coqueto escenario El Vaixell. Sus enérgicas interpretaciones, con patada de cascabel y rasgueo inmisericorde de guitarra, parecían al contrario invitar a la charla. Pues nada. Tras la siempre necesaria ‘La caja’, se ayudó de un coro medio improvisado con Hugo Sierra –de Sierra, que colaboró en la grabación de ‘Telepatía’–, su pareja y la diseñadora de su web para dar mayor empaque a ‘Bolleras como tú’, erigida ya en su gran himno. El Orgullo no solo se celebraba en Madrid.
Probablemente Dr. Dog pasen a la historia por ser unos eternos secundarios del rock. Tras década y media de carrera, la mitad de ella en un sello tan potente como Anti-, parece improbable que algún día pasen a primera línea. Poseen composiciones bonitas y emocionantes, quizá demasiado deudoras de sus referentes (Grateful Dead, Eagles… pasados por un tamiz indierock), que parecen merecer más repercusión de la que tienen. Ellos, sin embargo, aparentan ser unos tipos demasiado normales para competir con el carisma de un Jim James y sus My Morning Jacket, Andrew Bird o M.Ward. Ellos, con la modestia por bandera, se limitan a elegir una buena selección de canciones de sus 9 álbumes y a interpretarlas con una pasión y energía contagiosas (especialmente intensas en ‘The Rabbit, The Bat and The Reindeer’ , ‘Broken Heart’ o la pseudo-‘Graceland’ ‘Survive’, del reciente ‘Abandoned Mansion’). Incluso lograron emocionar con dos medios tiempos tan rematadamente bonitas como ‘Nellie’ y ‘Jim Song’, antes de encarar la recta final que, como es habitual, remataron con su versión de Architecture in Helsinki. Un buen concierto, de los que obligan a repasar y redescubrir discografías.
Es obvio que Devendra Banhart se siente especialmente cómodo en nuestro país y que poder interaccionar en su lengua materna con el público le pone juguetón. Quizá demasiado. Su set anoche en el escenario Estrella Damm fue claramente de menos a más, tras unos comienzos hiératicos en los que parecía estar engrasando a su banda, encontrando su lugar en escena. Tan pronto se centró en la música y acometió temas como ‘Long Haired Child’, ‘Fancy Man’, ‘Foolin´’ o ‘Fig In Leather’ con convicción, el público comenzó a despertar y conectar. Y así, entre efluvios jamaicanos y funk, su versión en castellano de ‘Sound + Vision’ de David Bowie enlazada con ‘Carmensita’ (rematada con un espectacular duelo de guitarras entre Banhart y Huw Evans –de White Fence, H. Hawkline–) desataron un delirio que llevó incluso a la gente a tirar su ropa interior al escenario (cosa que Banhart agradeció guardándosela, “porque ya no le quedaba nada limpio”).
Si Dr. Dog nos habían parecido ya la antítesis de unas rock-stars, lo de Real Estate alcanza nuevas cotas en la estética normcore. Tipos normales con guitarras tocando canciones bonitas, y ya. El grupo de Nueva Jersey comenzó, sorprendentemente, con algo de torpeza, especialmente decepcionantes en el plano vocal que deslució el trabajo maravilloso en las guitarras (en ‘Had To Hear’ fue particularmente decepcionante). Comparado, por ejemplo, con el reciente concierto de Teenage Fanclub –una referencia inevitable para ellos– en Primavera Sound, les hizo quedar en evidencia. El transcurrir de las canciones, por suerte, pareció ir asentándoles sobre las tablas y se entonaron, especialmente Martin Courtney y Julian Lynch, que brillaron entrelazando sus doce cuerdas de forma mágica, propiciando momentazos de absoluto candor jangle-pop como los finales de ‘Two Arrows’ y ‘Saturday’, ‘Horizon’ o la inconmensurbale ‘Darling’. Fue un concierto de emociones encontradas, ejemplificado en su final: tras la fría ‘Diamond Eyes’ cantada por Alex Bleeker, ‘It’s Real’ fue un hito de esta jornada festivalera, con su final ruidoso que desembocó en una ‘Crime’ que ya habían tocado al inicio (dedicada a Steve Drozd de Flaming Lips). Por cierto, aunque hayan encadenado tres discos fantásticos, no entiendo que se permitan renunciar a tocar una canción descomunal como ‘Talking Backwards’.
“Sin todo el circo, este grupo sería un coñazo”, escuché decir más de dos veces durante el concierto de The Flaming Lips. Puede que sí, ciertamente. Estas opiniones, más que respetables –admitamos que los últimos tres discos de los de Oklahoma requieren empeño y sus destellos son esquivos–, olvidan algo. Es cierto que el directo de la banda comandada por Wayne Coyne se apoya excesivamente en la escenografía y recursos teatrales accesorios, pero si es tan sencillo, ¿por qué nadie más lo hace? ¿Y qué hay de malo en ofrecer al espectador una experiencia en directo diferente, que le mantenga atento a lo que pasa en el escenario tanto o más que a lo que suena? No se puede negar, además, que los Flaming no pusieran toda la carne en el asador: arrrancaron por todo lo alto, con confetti, bolas de colores y ‘Race for the Prize’, nada menos, seguida de ‘Yoshimi Battles The Pink Robots Pt 1’ –esta vez con un gigantesco texto fabricado en globos plateados en el que se leía “FUCK YEAH VIDA FEST” y los muñecos hinchables gigantes– y ‘There Should Be Unicorns’ (única concesión a ‘Oczy Mlody’, su nuevo disco, junto con ‘The Castle’), en la que Coyne salió a lomos de un unicornio de crines luminosas de unos tres metros de altura, ataviado con alas arcoiris. ¿Qué desastre, verdad?
Admitamos que toda esta imaginativa parafernalia freak –una nueva en casi cada tema: el gongo luminoso que hace estallar la pantalla posterior, las proyecciones psicodélicas, bola de espejo gigante, ojos y labios hinchables, etc.– ralentiza los tiempos entre canción y canción. Tiempos que Coyne emplea en dar las gracias insistentemente y, de manera irritante, pedir aún más insistentemente gritos y jaleo del público, que no siempre estaba por la labor. Pero es un peaje admisible a cambio de escuchar a una banda de sonido verdaderamente espectacular –del que te levanta el flequillo con los graves (en ‘The W.A.N.D.’, por ejemplo)–, ver a un frontman excesivo pero muy divertido (que parecía estar algo justito de voz). La catarsis llegó en forma de versión de ‘Space Oddity’ interpretada desde el interior de la ya habitual bola de plástico transparente sostenida en medio de la masa de público, antes de enfilar una recta final que culminó con la imprescindible ‘She Don’t Use Jelly’ y una ‘Do You Realize??’, si acaso más emocionante –¿fue cosa mía o se percibió la congoja de Coyne al cantarla?– de lo habitual al ir dedicada a un miembro de su equipo durante más de 20 años que les había dejado recientemente.
Era evidente que había ganas, muchas ganas de volver a ver un directo de La Casa Azul, incluso aunque siga debiéndonos un disco. Lo cierto es que no cabe acusarle, ya en serio, de que no ofrezca nada nuevo, puesto que Guille presenta su repertorio clásico rehecho y adaptado al formato de banda de pop rock más o menos tópica, aunque manteniendo un cuidado aspecto audiovisual inédito por estos lares. Así, ‘Chicle Cosmos’, ‘Sucumbir’, ‘Los chicos hoy saltarán a la pista’, ‘Siempre brilla el sol’, ‘Hoy me has dicho hola por primera vez’, ‘Cerca de Shibuya’, ‘Que se siente al ser tan joven’ (con un simpático guiño a ‘Enola gay’) o ‘Superguay’ suenan incluso más efervescentes que la primera vez, gracias a una nueva pátina power pop. Porque Guille toca casi la mitad del set con guitarra eléctrica, ojo. Además, pese a los numerosos cambios de instrumento y entradas y salidas de los miembros del grupo, el concierto fue dinámico incluso cuando ralentizaron ‘El momento más feliz’ o llegó la siempre emotiva ‘Como un fan’ solo al piano. Tras presentar una nueva canción, que parece que se llamará como su próximo disco, ‘La gran esfera’, y que remite a Los Planetas, Beach Boys y ABBA en sus tres minutos y pico, el cuarteto acometió el éxtasis colectivo inducido por ‘La revolución sexual’. Guille, visiblemente emocionado, aseguró al final que aquel había sido posiblemente el mejor concierto en la historia de La Casa Azul. No seré yo quién lo niegue. Tras tamaña entrega, y pese a lo tentador que parecía la fantástica selección afro funk de John Talabot como DJ, el cuerpo no acompañaba y hubimos de dejarlo pasar para otra ocasión.
Foto de The Flaming Lips tomada del sitio de Vida Festival en Facebook.