‘La sustancia del mal’, el thriller vuela-páginas del verano

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‘La sustancia del mal’, el thriller vuela-páginas del verano

sustancia-mal-luca-dandreaLuca d’Andrea suele decir que sus libros son como hamburguesas, y que las cocina para que sean las más sabrosas del lugar. ‘La sustancia del mal’ (Alfaguara) ha sido comparada con otras hamburguesas deluxe, las que preparan cocineros como Stephen King, Jo Nesbø o Joël Dicker (quien hace unos años por estas fechas triunfaba con otro thriller piscinero: ‘La verdad sobre el caso Harry Quebert’). Sin embargo, para mi gusto, a las hamburguesas que más se parecen las de d’Andrea son a las que prepara Dolores Redondo. ‘La sustancia del mal’ se puede devorar casi como una versión masculina de la “trilogía del Baztán”. En vez del valle navarro, los dolomitas italianos; en lugar del Basajaun, el Krampus; en vez de etxekoandreak fuertes, montañeses rudos.

Al igual que las novelas de Redondo, la ambientación es el punto fuerte de ‘La sustancia del mal’. La historia está situada en el Alto Adagio, de donde es originario el autor. Una zona montañosa, fronteriza con Austria, que actualmente vive del turismo pero que en los años setenta era prácticamente una zona de guerra por el conflicto que existía entre el gobierno italiano y los grupos terroristas separatistas de habla alemana. Las consecuencias de estos “años de plomo” se cuelan en la novela junto al atractivo folclore local (la escena de la celebración del Krampusnacht es de las mejores), las leyendas criptozoológicas (la alusión a un antrópodo antediluviano y unos “nichos ecológicos”) y toda la mítica que rodea a la montaña, su belleza y sus peligros.

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La trama de la novela tampoco está mal. Unos macabros crímenes sin resolver ocurridos hace treinta años y un hombre obsesionado con ellos. El protagonista comienza a investigar y nosotros con él. El autor cosquillea nuestra curiosidad y, por medio de una eficaz dosificación de la información, no deja de estimularla hasta el final. Descubrimientos que hacen avanzar la acción, pistas falsas que la detienen, giros que la empujan hacía otro lado y un inesperado desenlace que la deja clavada como un piolet en la nieve.

Pero el gran defecto de ‘La sustancia del mal’ (y, en mi caso, gran obstáculo para disfrutarla) son los personajes. Ahí el autor patina como si estuviera en el glaciar de la Marmolada. La novela está narrada en primera persona por un protagonista no muy bien construido, un documentalista estadounidense poco verosímil que se instala junto a su mujer y su hija en un pequeño pueblo de montaña. Su relación con ellas tampoco está muy conseguida. La esposa responde al estereotipo rancio de madre mandona pero finalmente comprensiva cuya única función en la novela es la de servir de estorbo a las “aventuras detectivescas” de su marido. En cuanto a la niña, el autor pretende inyectar ternura a la trama con su presencia. El problema es que lo hace a través de un repetitivo juego entre el padre y la hija (contar el número de letras que tiene una palabra) que en vez de alimentar la complicidad entre ellos, lo transforma en algo cursi y relamido.

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En cuanto al estilo, te lo puedes imaginar. ‘La sustancia del mal’ es una novela que puedes leer mientras wasapeas, charlas con tu amiga, te comes un helado y escuchas de fondo ‘Despacito’ quieras o no. No hay manera de perderse. Capítulos cortos, ritmo ágil y léxico ajustado. Al parecer, el libro será adaptado en forma de serie por la productora de ‘Gomorra’. Ya le pueden dar los guionistas unas cuantas vueltas a los personajes… 6.

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