“A mí me gustan más grandes / Que no me quepa en la boca / Los besos que quiera darme / Y que me vuelva loca”. ‘Mayores’, el exitazo de Becky G, puede parecer una oda a lo falos enormes, aunque realmente es una celebración de los amantes maduros y blablabla. Y una polla (nunca mejor dicho).
La canción trata, efectivamente, de comer penes desproporcionados. Verbaliza esa fantasía porno según la cual a las mujeres nos encanta que nos introduzcan vergas gigantescas por la boca, que adoramos que nos desencajen las mandíbulas, que nos atraganten, nos asfixien. Otra polla (con perdón).
‘Mayores’ es el enésimo ejemplo de cómo nos cuelan a las mujeres el imaginario erótico masculino heterosexual como si fuera el nuestro. Sinceramente, no tendría ningún problema con que ‘Mayores’ fuera una oda al placer de practicar felaciones pantagruélicas… si esa fuera realmente la fantasía de Becky. Pero no lo es. Becky G suele ser la autora de sus canciones. Sin embargo, ‘Mayores’ está escrita por seis autores. Todo hombres. Y producida por otro hombre. En total, siete tipos “especulando” sobre las querencias sexoafectivas de una chica de veinte años que siempre suele escribir. Y como lo canta Becky G, confundimos esa representación con su propio discurso. Si hay un hombre detrás del concepto artístico, desconfía. Ni empoderamiento ni leches. Poco empoderamiento puede existir si hay un equipo de machos decidiendo.
Para reforzar el discurso, está, además, el videoclip. El de ‘Mayores’ es la enésima glamourización de la prostitución. Fijaos en este tipo de clips, porque los hay a patadas (el ‘Downtown’ de Anitta y J Balvin, sin ir más lejos). Mirad cómo aparecen ellos y cómo lo hacen ellas. Ellos siempre están activos, pavoneándose, alerta, acompañados generalmente por colegas. Ellas están solas en habitaciones (siempre hay alguna cama por ahí), apenas vestidas y moviéndose sensualmente, como mostrándose. Son teóricamente las protagonistas, pero aparecen como el objeto pasivo que espera a un hombre. Y ojo, me quiero limitar a clips y canciones interpretadas por artistas femeninas. Lo de los clips de ellos ya es directamente para cortarse las venas. Ejemplo paradigmático, el ‘I’m the One’ de DJ Khaled y amigotes. Las mujeres debemos ceñirnos a ser odaliscas en un harén, por expresarlo finamente. Toda esta imagen se hereda de los clips de gangsta rap, de machos alfa agresivos y competitivos en los que las mujeres solo son objetos valorados por su atractivo sexual. Y la estética de las chicas es la propia de las strippers de Las Vegas y el porno. El problema realmente no es el género musical, sino esa imagen traspasada a las cantantes, cantantes dirigidas principalmente a las mujeres (y, más en concreto, a niñas y adolescentes) y que venden fantasías masculinas heterosexuales, pensadas por hombres, reflejando imaginarios masculinos y que perpetúan unos roles repugnantes. Ese es el drama. Lo que me duele es que asumamos esa imagen como buscada, como algo nuestro, deseado, me duele ver como nosotras mismas aceptamos esos códigos y que los demos por “buenos”.