Camila Cabello actuaba anoche en el WiZink Center de Madrid en formato «The Ring», con capacidad para 5.000 personas, con las entradas agotadas con 3 meses de antelación. Lo mismo sucedía durante la noche del martes en un lugar muy similar, el Sant Jordi Club de Barcelona. En ambos casos, sobre todo en Madrid, donde de hecho hablamos exactamente del mismo recinto, cabía preguntarse por qué Camila no había abierto los graderíos para darse un baño de masas frente a seis, siete, ocho, nueve mil asistentes o hasta donde llegase. ¿Acaso el montaje con el que viaja la ex Fifth Harmony era demasiado modesto para ello?
En absoluto. Más bien parece que quiere hacer las cosas despacio y sin prisa, pues Cabello, muy crecida tras el éxito global de ‘Havana’ y ‘Never Be the Same’, que abre el concierto y da nombre a la gira, cuenta con un gran montaje que incluye proyecciones en una gran pantalla de fondo, una considerable corte de bailarines, un nutrido número de músicos que evitan que todo suene a lata; y finalmente con su propia gran presencia escénica. No es una bailarina histórica, pero sí una buena frontwoman, confiada en sí misma, bromista («¡bebe agua, coño!»), por momentos chillona, que de hecho ya mira de vez en cuando hacia las gradas del recinto, cerradas, a sabiendas de que pronto las ocupará.
Tras la obligada intro intensa con imágenes de Camila y una reflexión suya sobre el dolor hasta llorar, el amor hasta morir, los sueños, el despertar de cada día; la cantante ya se mete al público en el bolsillo con el citado ‘Never Be the Same’, de final rockero. Consciente de la belleza de su puente hacia el final, Cabello comienza inmediatamente antes su largo listado de agradecimientos hacia Madrid y España en general, hablando casi siempre en castellano, con algún discurso terminado más bien en Spanglish.
En ese momento inicial de la noche, cabía preguntarse cómo demonios iba a apañarse para hacer un repertorio de 75 minutos al menos con un disco que dura 37 minutos -y en el que sale una misma canción dos veces-, sin recurrir a los temas de Fifth Harmony, cosa que por suerte no sucede. En primer lugar, extiende algunas de las canciones de ‘Camila‘, como esa ‘She Loves Control’ que suena en tres fases: la de baile, la de balada latina y la del taconeo (para al final volver al redil); también recupera alguna canción que no ha cabido en el álbum, «pero forma parte de [su] historia», como es el caso de ‘Scar Tissue’; recurre a alguna versión prescindible, como la introducción de una versión de Elvis o la invitación a David Bisbal a cantar ‘Bulería’ enterita, para alegría de la mayoría del personal y el horror de otros; y sobre todo tira de esas canciones que Camila ha ido cantando por aquí y por allá y que se han ido convirtiendo en pequeños o grandes hits, y que son ya más de las que creías.
El último ejemplo es ‘Sangria Wine‘, que suena primera en el bis, pero tampoco faltan el ‘Know No Better’ de Major Lazer, ‘Crown’ de Grey o ‘Bad Things’ de Machine Gun Kelly. La cantante ha dejado atrás ‘Crying in the Club’, pero sobre todo ‘Sangria Wine’ y ‘Know No Better’ despuntan en una parte final del show que creías que ya estaba a punto de decaer porque ‘Camila’ había sonado prácticamente enterito ya.
En cuanto a las canciones del disco, Camila sabe hacerlas brillar una a una aunque unas fueran más flojas que otras. ‘Inside Out’ es una fiesta con ya todo el cuerpo de baile integrado; en ‘Consequences’ Camila cuenta que quiere mudarse algún día a vivir a España («No, en serio», continúa: «gracias por el apoyo en Twitter, Instagram…»); presenta ‘All These Years’ como una de sus favoritas; explica cómo ‘Someone’s Gotta Give’ era una canción de «amor frente al miedo» escrita a raíz de una relación tóxica, pero ha adquirido otro sentido (y se proyectan imágenes de refugiados, matanzas en los institutos estadounidenses o del movimiento Black Lives Matter para aquel al que no le ha quedado claro); en ‘In the Dark’ desenchufa absolutamente todo para cantar una parte a pelo; en ‘Real Friends’ invita a un grupo de colegas/fans al escenario… No hay canción en la que no pase algo, todo ello de lo más populista y efectivo para dar el salto a grandes estadios; y además su voz brilla en las baladas y se disimulan muy bien las segundas voces y/o pregrabados en las que no lo son.
‘Havana’ suena como segunda y última canción en el bis, con un fondo crepuscular y una parte de salsa incorporada a la mitad que no pega tanto; pero es más llamativo el cierre antes de los bises con ‘Into It’. Entre guiños a las guitarras de Prince, Camila se envuelve en una bandera gay, como consciente de cuál puede ser el público más fiel que tenga cuando todos los púberes y adolescentes que han llenado sus conciertos vayan creciendo. Muy mal se lo tiene que montar con el segundo álbum para pegar un bajón, visto lo visto… 7.