Bufff, yo no sé qué decir de todo esto, si habla por sí solo… Pero esta chica, ¿no iba de rebelde, punkarra, alternativísima y un rollo chunguísimo? Ah no, eso viene después. Pues así presentó Avril Lavigne su último disco, ‘The Worst Damned Thing’, como una suerte de princesa otaku. El inenarrable vestido me trae recuerdos de mi infancia; yo era socia del Club de Barbie -sí, qué pasa- y uno de los regalos que había cada temporada era que te hacían a tu tamaño el traje de fiesta de Barbie que eligieras. Aún recuerdo a aquellas afortunadas que ganaban los concursos con sus vestidos en rosa chicle con mangas de farol y todos los brillos del mundo… Avril debió ser una de esas afortunadas y ha decidido sacar su traje a relucir, porque yo no sé qué clase de descerebrado diseñaría eso hoy día y en serio.
De la indumentaria poco más que decir, pero el maquillaje y la peluquería merecen un capítulo aparte. Avril, punk ella hasta la médula, ha decorado su bella y lisa melena rubia con unas mechas fucsias de esas que ya no se ven por el mundo y que hasta la macarra de tu barrio ya ha vuelto a teñir de su color. Ella, seis años tarde, recupera el tinte de colores raros. Ahora viene lo más doloroso: ¿por qué las pestañas? ¿Por qué tanto horror? Ya que el rosa chicle parece ser su color preferido, ¿por qué no aplicárselo también sobre los ojos con unas pestañas postizas? ¿Y qué tal un rayote negro que me da un toque siniestro interesantísimo? Ni el maquillador de Boy George cometería estos desmanes. Y, por si todo lo anterior no le pareciera suficiente, lleva unas botas tipo Martens en los pies. ¡Un final perfecto!
Yo me pregunto intrigada, ¿qué les pasa a las cantantes adolescentes llegadas a la veintena al otro lado del charco? Espero que a María Isabel no le pase algo parecido…