[Foto vía: Agencia EFE]
«Me cago en el puto ColaCao», gritó alguien a mi espalda. Y es verdad. Yo también. Maldito el día en que mis genes decidieron que tenía que ser bajito y por ende perderme lo que pasa en el escenario en todos los conciertos. Pero bueno, siempre me quedarán las pantallas laterales. Ah, no, que Björk decidió no ponerlas a pesar de pagar 45 euros por la entrada. Pues eso, a escuchar mientras veo cabezas toca. Muy bonito el detalle, que sumado al hecho de poner un escenario poco alto hizo de la noche del miércoles una velada inolvidable en la que me tocó ir atrás del todo para poder disfrutar del espectáculo que la islandesa ofreció en su última gira. Por cierto, bastante menos impresionante de lo que esperaba. Cantó fantástico, pero por ese precio, uno se espera algo más visual, más tecnológico. Que en el 2007 con llevar túnicas flúor y cinco láser verdes no es suficiente. Ya no. Pero vamos a lo que importa…Un total de 20 canciones en 75 minutos fue lo que pudimos ver en Las Ventas, en lo que era la última parada de la gira española de la genial «china loca». Un repertorio bien elegido en el que sonaron pocas canciones de su nuevo disco y un buen puñado de temazos de siempre que, a juzgar por los aplausos cada vez que sonaba un acorde clásico, fueron los favoritos del público.
Para abrir, ‘Earth intruders’, primer single de su último trabajo con el que Björk apareció en escena vestida de gallina galáctica con sombrero medusa rodeada de un coro con banderines a la espalda al más puro estilo ‘coches chocones’. Efectivo y perfecto preludio a lo que vendría después, ‘Hunter’, una de mis preferidas que finalizó con el efectismo de lanzar telas de araña al público. Como un mago, pero sin sombrero y sin conejo.
Su repaso hacia la mejor etapa de su carrera siguió con ‘Pagan Poetry’, ‘Aeroplane’ y el despertador electrónico de audiencias sobadas llamado ‘Army of me’. Irreprochable a pesar de que los porreros, que en lugar de estar en Tarifa, se compraron una entrada para bailar de espaldas al escenario sin cariocas, pero molestando a los que habíamos ido a ver un concierto. Qué manía de gente, por favor, siempre tocando la moral con sus movimientos místicos y su parkinson herbal. Respeto a los demás, señores, que algún día se van a mochar y algunos lo agradeceremos.
Cuando parecía que por fin despuntaba la cosa, Björk decidió recordar temas como ‘Pleasure it’s all mine’, del irregular Medúlla, e ‘Inocence’, aunque lo arregló al sonar ‘Bachelerotte’ seguida de ‘Hyperballad’, que comenzó tal y como suena en el disco pero que llevó en pocos minutos de la emoción íntima inicial al éxtasis discotequero final al enlazarla con ‘Pluto’, convirtiendo la plaza en una carpa cualquiera del Sónar. Inmejorable. Emocionante. Y es que por muy de místicos que vayamos, la gente al final lo que quiere es bailar, volverse loca, y así lo demostraron. A estas alturas incluso te olvidabas de los vendedores de cerveza gritando en mitad de las baladas y de los hippies subiendo a las chorbas en hombros.
Parón que amenazaba con terminar el recital y de nuevo vuelta a la locura en un bis compuesto por su tema ‘Oceania’ -con el que abrió los Juegos Olímpicos de Atenas- para finalmente cerrar con la canción manifiesto ‘Declare independance’. Nos metió en su bolsillo. Encendido de luces y fin.
A la salida, momento de recordar los «Muchas gracias» que varias veces dijo la islandesa o el ravero que tocaba la maquinita esa de colores tan moderna y que no paró de pedir al público que diera palmas mientras moneaba por el escenario. De camino al metro, que por cierto, iba petado, las opiniones eran variadas. Del «mejor espectáculo que he visto» de algunos al «bien, pero me ha dejado frío» de otros. Mi opinión se quedó en el ecuador de ambas.