Oscuridad, gritos, un contraluz, una silueta, un fogonazo, cae la tela blanca que cubre el escenario y moviéndose al ritmo de las primeras notas de ‘Everyone’s At It’ aparece Lily Allen en la Sound Academy de Toronto, última parada de su gira americana antes de volver a Europa a recorrer en exclusiva algunos festivales veraniegos como el FIB. La muchacha está contenta, pero no por el sold out colgado hace meses (lo han estado casi todos sus bolos por estas tierras de Dios), sino porque cuando termine el concierto «nadie sabrá cómo acabará la noche». No hubo brindis masivo, pero casi. La fiesta acaba de empezar.
La última vez que vimos a Lily Allen fue tocando en España (y con vimos me refiero a JNSP, dudo si hubo algún directo después de este que cuento) en el Summercase del 2007, en el que por culpa de aquella etiqueta de «fenómeno MySpace» la colocaron entre las primeras formaciones de la tarde, casi escondida, aunque no era para menos teniendo en cuenta que en los foros de ese año amenazaban con apedrear a Mika. ¡Hay que tomarse menos en serio la pose indie, coñe! El caso es que en aquella época surgió una polémica que enfrentó al público de Barcelona, que aseguraba que el show fue una patraña y Lily una farsante, con el de Madrid, que no pudo estar más entregado con la británica ni ella con ellos, como demuestran los chupitos que repartió a diestro y siniestro entre los gritones de primera fila. De modo que hasta ahora no habíamos podido desempatar sobre si es o no buena en directo, que no vale sólo con entregar un segundo disco cojonudo. Hay que defenderlo. Y sí, gana de lejos la opinión del público de Madrid, si me permitís el spoiler.
Y es que en estos dos años mucho ha cambiado el directo de Lily, pero a mejor. Donde antes sólo había trompetas ahora hay banda completa de guitarras, teclado y batería. El reggae de circo ha dejado paso al rock más elegante salpicado de un poco de jazz y un poco de country, mientras que los vestiditos de falda de vuelo años cincuenta se han quedado en el armario en favor de unos modelos pensados para convertir a la Allen en la más auténtica de la nueva generación de mamarrachas tipo Lady Gaga o Katy Perry, con las que los medios se empeñan en compararla. Mira, no, aquí disfraces los justos y el nombre bien grande por toda la tela, gigante en el escenario, para que se enteren todos de quién manda aquí.
Tampoco engaña el nombre de la gira, por cierto. Se llama ‘It’s Not Me, It’s you’ porque suenan lo que viene siendo absolutamente todos los temas del segundo disco, aunque si es importante que no haya faltado ninguna canción nueva, más lo es que no sobraran, hazaña de la que últimamente pocos discos pueden presumir. Los temas, por cierto, ganan mucho, mucho durante su presentación en vivo. Sobre todo gracias a las introducciones de Lily, que copa en mano, como todos esperan, por ejemplo dedica ‘Who’d Have Known’ a todas esas parejas que se creen que no están juntas o ‘Not Fair’ a todas las chicas presentes que han tenido que disimular despreocupación cuando sus novios han tenido gatillazos y eyaculaciones precoces. La cuota de nostalgia la cubren ‘Everything’s Just Wonderful’, ‘LDN’, ‘Littlest Things’ y sobre todo ‘Smile’, que mantiene en el comienzo del bis el éxtasis colectivo provocado por los gritos de ‘Fuck You’, de la que se suponía, guiño de ojo para aclarar que todo es mentira, «la última canción de la noche».
Porque es ahí cuando llega la sorpresa, o algo así, en forma del ‘Womanizer’ de Britney, camino de convertirse en la canción más versionada de la historia. Hay que ser muy valiente para cerrar un concierto así, con material ajeno, aunque lo fuerte es que, a diferencia de la palurda ex estrella Disney, Lily sí le saca partido a este temazo en el escenario, haciéndolo más suyo que ajeno, consiguiendo que nadie se vaya a casa con la sensación de que ha visto a otra estrella que no sea ella. Más que nada porque ahora ya ni siquiera se emborracha ni nada.
Claro que cualquiera olvida detalles como que en los descansos de alguna canción Allen se metiera sus buenos chutes de Ventolín para evitar ahogarse por culpa del asma que padece. Nada que objetar si no fuera porque lo hacía antes y después de darle una calada a un cigarro. Olé el misterio. 8