Hay dos decisiones en la adaptación de la novela de Haruki Murakami ‘Tokio Blues (Norwegian Wood)’ (Tusquets) que, en mi opinión, suponen un gran lastre en su resultado final.
La primera es la casi total ausencia de canciones (y de referencias literarias, aunque quizá esto tenga más justificación por lo complicado de su traslación a imágenes). Salvo el obligado tema de los Beatles que da nombre al libro (el “Tokio Blues” fue una decisión “marquetiniana” para la edición española), la película de Tran Anh Hung (‘El olor de la papaya verde’, ‘Cyclo’) ha prescindido de toda la música que “sonaba” en la novela, plagada de canciones de jazz y pop de los sesenta. Ignoro si es un tema de derechos o una decisión voluntaria, pero es una gran pérdida. Las continuas referencias musicales que jalonan la trama de la novela no solo ayudaban a contextualizar la historia, sino que añadían matices, expresaban emociones y caracterizaban a los personajes.
En su lugar, el director franco-vietnamita ha optado por una banda sonora compuesta por Jonny Greenwood, en su tercer trabajo para el cine después del documental ‘Bodysong’ (2003) y de ‘Pozos de ambición’ (2008). Además, el guitarrista de Radiohead ha incluido tres temas de la banda alemana de krautrock Can: ‘Mary, Mary, So Contrary’, ‘Bring Me Coffee Or Tea’ y ‘Don’t Turn The Light On, Leave Me Alone’.
Este trasvase musical, del pop al rock experimental, es muy elocuente y marca la segunda decisión: las ansias del director por trascender potenciando el romanticismo, exacerbándolo hasta la afectación. Tran Anh Hung opta por estirar los límites de la representación de la tragedia romántica en busca de su sublimación. Pero los desgarra, los traspasa, cayendo en un exceso de pose lánguida y melodramática.
¿Queda algo entonces del espíritu de la novela, de la melancolía y el angst adolescente de Naoko, Midori y Toru Watanabe? Sí. Queda, por ejemplo, un casting insuperable, como si Murakami hubiera pensado en los actores elegidos para escribir la novela: Kenichi Matsuyama (‘L: Change the World’, ‘The Taste of Tea’), que parece especializado en personajes al límite, la debutante Kiko Mizuhara, una perfecta Midori, y la estrella nipona Rinko Kikuchi (‘Babel’, ‘Mapa de los sonidos de Tokio’), una fascinante Naoko. Queda también la preciosista fotografía del taiwanés Ping Bin Lee, habitual del cine de Hou Hsiao-hsien y uno de los operadores de ‘Deseando amar’ (2000). Y queda, por último, la manera en la que el director se acerca a sus vulnerables personajes, la forma sutil y elegante de mover la cámara a su alrededor, como acariciándolos delicadamente por temor a romper su frágil equilibrio emocional. 6,5.