Nos enfrentamos a la última jornada de Sónar, viéndonos obligados a reservar como fans incondicionales las fechas de la próxima edición, como siempre ineludible. A pesar de que no ha sido uno de los años con más artistas que arrastren masas o de que no nos hayamos decantado por una o dos actuaciones en concreto, el conjunto de propuestas ha mantenido la fuerza suficiente como para no hacernos dudar ni por asomo del festival barcelonés.
Tras la frustración que supuso intentar por todos los medios sin ningún éxito entrar en el SonarHall a ver a Apparat Band , nos sedujo la posibilidad de ver Shangaan Electro en el SonarVillage. Hilarante el set de los sudafricanos. Coloristas y surrealistas, mezclaron tradición con tecnología. Dos parejas de bailarines (a ratos enmascarados) aportaban coros mientras un vocalista lanzaba bases rítmicas étnicas que, en otro entorno, no habrían causado el mismo interés. Al final el público abarrotó su set y disfrutó lo suyo.
Obligatorio era bailar los últimos compases del día o los primeros de la noche, depende de cómo se mire, con Tiger & Woods. Carpa llena, sonido disco, house clásico y boogie boogie en una inmensa fiesta en la que era imposible estar ausente. Griterío y aplausos entre principio y fin de las canciones enlazadas unas con otras dejaron el techo de la edición diurna muy alto.
Chris Cunningham nos tiene mal acostumbrados: siempre consigue poner el pelo de punta endiabladamente en un show que tiene más de visual que de musical, con varias partes siniestras y malrollistas capaces de abrir la cabeza en canal. Niñas que terminan estallando por los parpadeos del filamento de una lámpara, la violencia entre un hombre y una mujer desnudos, la chica de las trenzas para el anuncio de Playstation… Todo a tres pantallas gigantes, lo cual provocó muchas deserciones entre los congregados porque aun siendo todo muy memorable, simplemente no apetecía.
Michael Jackson también estuvo presente en Sónar con la versión ‘I Want You Back’ de los Jackson 5. Pero no hubiese sido necesaria tal estimulación por parte de una Janelle Monáe en traje masculino que, sin trampas ni atajos y con sencillas dosis escenográficas, supo ganarse al público desde el principio con su soul y funk tradicional remodelado. No faltó ni un detalle en los vientos, coros o percusiones gracias a una gran banda de músicos. Las canciones más celebradas, por servirlas más aceleradas de lo habitual, fueron ‘Dance or die’ y ‘Faster’, dejando para el cierre y ya con el flequillo descolgado ‘Tightrope’. Janelle recordó en muchos momentos al mejor Prince en lo musical y al mejor Michael Jackson al bailar.
Desde el minuto uno, Underworld nos arrastraron a unos 90 cada vez más atemporales. Mucho más enérgico que unos Orbital que tuvieron su momento hace un par de años en el mismo pabellón y los Chemical de la pasada edición, Karl Hyde estuvo a punto de volar en más de un instante ante una masa que no podía dejar de jalearle. Sin ser todo baile, el luminoso espectáculo audiovisual brilló con dosis letales, calculado al milímetro, al igual que el orden de un repertorio de canciones que permitió al dúo británico salir victorioso. De su último álbum ‘Barking‘ no faltaron ‘Always Loved A Film’, ‘Scribble’ ni ‘Between Stars’ y los clásicos que contribuyeron a la deriva colectiva fueron ‘Cowgirl’ al inicio, ‘Dark Train’ o ya para rematar ‘Born Slippy’, verdadero momento de inmensa fiesta global.
Sería forzado decir que Magnetic Man estuvieron convincentes. Ni siquiera el público fue muy numeroso. Si ellos son considerados el estandarte del post-dubstep, incierto parece el futuro del movimiento. El público seguía las peticiones de Benga, Skream y Artwork con bastante desgana, mientras las voces pregrabadas contribuían a bajar el interés en varias ocasiones, especialmente en el caso de John Legend en ‘Getting Nowhere’. Algo más entretenidos parecieron con ‘I Need Air’ o ‘Perfect Stranger’, aunque lejos de protagonizar los mejores momentos del festival.
Sin visuales, ni pantallas y sin apenas efectos luminosos, se nos hizo de día en una de los mejores sesiones de fin de fiesta con James Holden. No hubo breakbeats estridentes, ni sonidos entrecortados ni infrarrojos. Y aun así logró la hipnosis progresivamente, dejando uno de esos finales fetiche que son recordados durante años.