Entrar el sábado en Kobetamendi y preguntarte si estabas en el ARF fue todo uno. Con el público indie desaparecido, las pulseras de día siendo protagonistas y una media de edad de los asistentes considerablemente más alta que en días anteriores, la tercera jornada del BBK Live se presentaba interesante.
Tras pasar por un escenario grande vacío y esbozar una sonrisa pensando en lo increíble que fue el concierto de Suede del día anterior, llegamos a tiempo de poder disfrutar de Seasick Steve en el escenario pequeño. Presentando su último trabajo, ‘You Can’t Teach An Old Dog New Tracks’, Steven Gene Wold ofreció un concierto perfectamente disfrutable por los fans del blues y el rock clásico y por personas completamente ajenas a este estilo de música. Fue muy divertido ver cómo, entre canción y canción, iba presentando sus instrumentos fabricados por él mismo con materiales bastante poco habituales. Estas presentaciones, lejos de entorpecer el ritmo de concierto, consiguieron que Seasick Steve se metiese al público en el bolsillo y diese uno de los conciertos más entrañables de todo el festival.
Les Savy Fav ofrecieron lo que se esperaba de ellos. Con un Tim Harrington al que sólo le faltó venir a casa a hacerme la colada, los neoyorquinos fueron desgranando su post-punk mientras su frontman bajaba a hacer un masaje en los pies a un miembro del público, se disfrazaba de 20 cosas distintas o descubría nuevos usos de la bandera sueca. Lamentablemente, tengo pánico a que el artista de turno me coja de «voluntario» así que poco a poco nos fuimos alejando más y más y terminamos cogiendo sitio para M-Clan mientras hacíamos un top ten con los mejores momentos de las jornadas anteriores.
Tengo que decir sin ningún tipo de ironía que M-Clan reunió prácticamente a la misma cantidad de público que Kasabian y que dieron un concierto espectacular en cuanto a sonido se refiere. Pasaron olímpicamente de sus éxitos de Cadena Dial, se centraron en sus primeros discos-homenajes a los Black Crowes y con una sección de vientos a prueba de bombas hicieron que el numeroso público asistente se lo pasara en grande. Otra de las sorpresas del festival.
Acercarse a las primeras filas del concierto de Thirty Seconds to Mars fue tarea imposible. Primero porque el escenario grande estaba imposible y segundo porque los chascarrillos de los fans, debatiendo sobre si Jared Leto estaba más guapo con cresta azul o con el pelo largo, es algo que ningún estómago puede resistir tras dos días de festival. La organización habla de 35.000 asistentes, 5.000 más que la jornada del viernes, así que la incursión de la banda de Jared Leto en el cartel está plenamente justificada por motivos de audiencia pero, sinceramente, creo que resta credibilidad al festival. Por mucho que lo intentes no puedes tomarte en serio su propuesta. Sus canciones son perfectamente olvidables, la actitud en el escenario de su cantante es insoportable, tanta parafernalia de globos y pantallas es ridícula y el hecho de que apenas dos horas antes hubiésemos estado viendo a Seasick Steve hacía que lo de Thirty Seconds to Mars resultase casi hasta ofensivo. La obsesión de Leto por interactuar con los fans lo convirtió en el hazmerreír de los asistentes con más edad que estaban ahí de pasada. Por si todo esto fuera poco, el chaval se marcó una versión de Lady Gaga que hizo de la expresión «éramos pocos y pare la abuela» la única posible para describir el espectáculo. De todas formas, todavía hubo tiempo para que 20 personas subieran al escenario a adorar al protagonista de ‘Es mi vida’. Un show completo, desde luego.
Jack Johnson quizás no fuera a priori la opción más apetecible después de lo que se había visto en el escenario grande pero, francamente, fue un placer ver a un tío deleitar al respetable con canciones bonitas sin tener que recurrir al histrionismo más recalcitrante para captar la atención del público. Desgraciadamente, nadie encendió una hoguera para sentarse alrededor de ella y mecer la cabeza al ritmo de ‘You and Your Heart’ o ‘Better Together’. Una lástima.
De camino al escenario uno, dispuestos a coger un buen sitio para los Black Crowes, nos topamos con una especie de habitación del pánico para indies. Hacinados en un iglú hinchable, patrocinado por una compañía telefónica, bailaban y cantaban como si tuviesen un hijo en la cárcel los éxitos de MGMT, Joy Division, etc. El buen hacer del dj hizo que nos quedásemos ahí una media hora y la verdad es que fue una sesión tremendamente divertida.
La banda de los hermanos Robinson, en cambio, no ofreció un espectáculo tan divertido. Nada que objetar al sonido, tampoco al setlist, pero sí a esos continuos solos de guitarra que lo único que hacían era romper el ritmo. En la tercera jornada de un festival la saturación y el cansancio te impiden disfrutar de ese tipo de alardes. Supongo que la gente que asistió al BBK únicamente el sábado lo viviría de otra forma pero, aunque el ‘Jealous Again’ con el que empezaron fue una locura y la versión de Otis Redding hizo bailar hasta a los muertos, habría sido de agradecer que se hubiesen contenido un poco más a la hora de mostrar su virtuosismo.
El cansancio y una lesión de espalda hicieron que me fuera imposible aguantar para disfrutar de los Chemical Brothers y la última canción de los Black Crowes supuso, para mí, el final de este BBK Live 2011. Un festival marcado por el eclecticismo de su cartel, por una excelente organización y por el éxito incontestable en cuanto a asistencia se refiere. Ha habido lugar para sorpresas agradables (Seasick Steve, M-Clan o Russian Red); para conciertos memorables (Blondie, Suede, Kasabian y TV on the Radio) y para bandas de las que se esperaba mucho y han acabado decepcionando un poco, como Coldplay y Black Crowes. También ha habido lugar para bromas de mal gusto como los 30 Seconds to Mars pero eso mejor obviarlo.
Fotos: Flickr de SurferRosa (Iñaki Espejo-Saavedra)