Dos propuestas en principio antagónicas se juntaron en Madrid la noche del jueves para presentar sendos álbumes nuevos ante el público español. Antagónicas y, por tanto, complementarias: Okkervil River, formación de Austin con más de diez años en la música, acaba de lanzar ‘I Am Very Far‘, su sexta referencia discográfica (séptima si tenemos en cuenta ‘True Love Cast Out All Evil’, el álbum en el que la banda colabora con el otrora líder de 13th Floor Elevators, Roky Erickson), pero se mantienen, incomprensiblemente, en un discreto segundo plano en cuanto a popularidad (al menos en nuestro país). The Drums, procedentes de Nueva York, apenas acaban de empezar, tienen ya dos álbumes (el último de ellos, ‘Portamento’, recién salido del horno) y en un año se han cansado de su hit estrella, ‘Let’s Go Surfing’, que los catapultó a la fama.
El primer grupo en salir a escena fue Okkervil River. A pesar de que tocaron cerca de una hora se puede decir que eran los teloneros, no por ellos sino por el público, que al comenzar la actuación era escaso y no prestó mucha atención al escenario hasta que sonó ‘Our Life Is Not A Movie Or Maybe’, del gran ‘The Stage Names‘. Su líder, Will Sheff, parece la versión texana de Jarvis Cocker, al menos hasta que se quita las gafas. Es todo un torbellino sobre el escenario, no paró de gritar y correr por él, guitarra en ristre, poniendo en peligro su integridad física en varias ocasiones. Llegó a tal grado de paroxismo que cuando le tocó interpretar la citada ‘Our Life…’ se le había cascado la voz y no llegaba a los agudos.
Quizá lo exagerado de sus reacciones y un sonido poco agraciado, con un bajo retumbando por encima del conjunto y una guitarra que se oía bastante poco, enturbiaron un setlist elaborado inteligentemente con una primera parte con bombazos como ‘Rider’, una segunda más calmada a que dio paso ‘A Girl In Port’ y un final para el que se reservaban himnos como ‘Unless It’s Kicks’, que dejó el pabellón bien caliente para los siguientes invitados. Entre medias, canciones que deberían ser consideradas clásicos, como la reciente ‘Your Past Life As A Blast’ o esa ‘John Allyn Smith Sails’ que acaba enlazando con el ‘Sloop John B’ de los Beach Boys. Se dejaron fuera un puñado de canciones de diez sobre diez, y eso solo pueden hacerlo los grandes, los que mantienen el nivel un disco tras otro.
The Drums fue otro asunto. No mejor o peor: otro asunto. Continuando con los antagonismos, la gente en esta ocasión estaba más que preparada para corear, predispuesta a que este fuera el concierto del año y celebrando cada canción como un hit. El sonido fue envidiable, todo se escuchaba a la perfección, incluyendo los sintes de Jacob Graham, ensimismado en su mundo electrónico (no miró una sola vez al público) que tocaba con una mano mientras parecía dirigir una orquesta con la otra.
Jonathan Pierce, al contrario que Will Sheff, se mostró algo soso, andando calmadamente de un lado a otro mientras cantaba o con unos bailes estrambóticos de quien estaba obligado a ofrecer algo de espectáculo. Su setlist, aunque estuvo plagado de buenas canciones, tuvo un desarrollo algo plano. Me recordaron a los Strokes que actuaron este año en Benicassim: canciones de ejecución perfecta pero algo fría. La intensidad no varió ni para bien ni para mal a lo largo de la hora y poco que duró su actuación. De hecho, escuchando a Pierce no dejé de acordarme de Julian Casablancas porque en directo ambos arrastran las frases de la misma forma con su voz nasal.
Por si alguien no se lo esperaba, las canciones de ‘Portamento‘ encajan perfectamente con las de su LP homónimo. Nuevos temas como ‘Book Of Revelation’ o una versión hiperacelerada de ‘Money‘ (que sigue siendo un pepinazo incluso pasada de revoluciones) casan perfectamente con ‘Best Friend’ o ‘Down By The Water’, muy coreada. Más allá de que tocaran o no ‘Let’s Go Surfing’, con el público resistiéndose a pensar que el primer bis fuera el único y esperando en vano a que salieran de nuevo a regalarles su buque insignia, me quedé con las ganas de que sonara ‘Searching For Heaven’. Pero, a pesar del amor que profesan por los sonidos sintetizados y ochenteros, en directo son una banda de rock pura y dura y los sonidos de Jacob Graham se quedan en un pequeño adorno. Qué pena, porque la montaña de cacharros con montones de cables de la que estaba rodeado me hizo salivar cual perro de Pavlov.