‘Somos la noche’: vampiresas fiesteras

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‘Somos la noche’: vampiresas fiesteras

“Podemos comer, beber y follar lo que queramos, no engordamos y no nos quedamos embarazadas, somos lo que sueñan todas las mujeres”. Esta lectura frívola, lúdica y feminista del vampirismo es el aspecto más atractivo de ‘Somos la noche’, la respuesta fiestera, consumista y lúbrica a los vampiros de la saga ‘Crepúsculo’. El director Dennis Gansel (‘La ola’, ‘Napola, escuela de elite nazi’) reconoce que el primer guión se parecía demasiado a las novelas de Stephenie Meyer, así que decidió darle un giro: las vampiresas van de compras, consumen cocaína, conducen coches caros, tienen sexo ocasional (hetero y homosexual) y son las reinas de la noche berlinesa. Basta con una mordedura para pasar de ser una Lisbeth Salander zarrapastrosa a una Paris Hilton esplendorosa.

Pero después del fiestón, viene la resaca. Tras una primera hora trepidante y muy divertida, llega el bajón. La investigación policial y la historia de amor son como una estaca clavada en el corazón de la película, como una ristra de ajos alrededor del encuadre. El brillo se desvanece y salen a la luz todos los defectos: una anodina acumulación de lugares comunes envueltos con papel barato (esos efectos digitales) y reciclado (las referencias se amontonan: ‘Entrevista con el vampiro’, ‘Blade’, ‘Los viajeros de la noche’…).

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Pero la estaca no se ha clavado demasiado profunda. De las sombras del irregular desenlace emerge una subtrama de lo más atractiva. La hasta ese momento callada y enigmática Charlotte (no por casualidad una actriz del cine mudo), deja sus libros y se pone a hablar. Gracias a su protagonismo asistimos a un sentido homenaje a los orígenes expresionistas del vampirismo en el cine alemán, y descubrimos una romántica (en su sentido artístico) aproximación a la tragedia del vampiro como ser inmortal. 6.

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