Ni diosa ni mamarracha

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Ni diosa ni mamarracha

Montones de gente disfrazada, felicidad general, nervios… ese es el aspecto que ofrece el Palau Sant Jordi, prácticamente lleno, ante la única visita de Lady Gaga en España. Con diez minutos de retraso empieza el gran momento. Luces fuera. Cae el telón. Un impresionante castillo de tres pisos, como sacado de un parque de atracciones, sirve de base para el ‘Born this Way Ball’, aunque su movilidad y versatilidad lo hace más propio de Lego. Una pasarela sale del escenario y rodea a los Little Monster escogidos: los primeros de la cola, los más fans, con derecho a ver a su ídolo más cerca que nadie. Así les agradece la diva su devoción. Y, sobre las notas de ‘Highway Unicorn (road to love)’, hace Gaga su espectacular aparición a caballo, vestida cual Gran Reina Alien, recorriendo la plataforma ante el griterío general. El sonido es nítido y potente y ella está en una forma estupenda, de voz y de físico. Doce bailarines, cambios de vestuario y unos aguerridos músicos completan todo el entramado de oscuras querencias, aunque, sorprendentemente, la estética no es todo lo feísta que se podría esperar. Incluso es algo sobria (entiéndase sobria desde el punto de vista Gaga, claro). El concierto no parece seguir una estética determinada e impera el cambio. Los únicos leitmotivs son el castillo y una cabeza animatrónica y caricaturesca de la propia Gaga que va apareciendo de vez en cuando sobre el escenario explicando una historia (que confieso que no acabé de entender). Así, de un ‘Goverment Hooker’ sado-maso, se pasa al número más asquerosillo de la noche, en que la Gaga, sobre un enorme hinchable, aparece como una monstrua que está pariendo a sus bailarines. Sí, ella es la Mother Monster, dando a luz a sus Little Monsters, que cantarán como si no hubiera un mañana ‘Born this Way’.

El medley entre ‘Bloody Mary’ y ‘Black Jesus’ se abre con la que es, quizás, la escena más impresionante, cuando Gaga, con dos acólitas más, como monjas futuristas subidas en una plataforma deslizante de considerable altura, se deslizan por la pasarela antes del punto álgido de la noche: ‘Bad Romance’. El gran clásico Gaga hace botar a un Sant Jordi en pleno delirio; ella se recrea en el amor de sus fans y les regala paseos por la pasarela, incluso les ofrece su mano ante el éxtasis total de estos. “I’m not human”, les espeta. “Yo soy vosotros, vosotros me creasteis”. Así se inicia la retahíla de discursos que salpicarán el concierto toda la noche, con innumerables referencias al gobierno español, a lo muy agradecida que está a sus fans, etc. A continuación, ‘Judas’, también recibida como un clásico, la lleva a ser condenada a lo alto del castillo. El show cambia mucho cuando se desarrolla en sus estancias, porque la aleja de su público y la convierte en una diva fría y ajena, y gana calor cuando ella se acerca a la pista.

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Otra de las características del concierto es que acorta algunos temas: ‘Fashion of his love’ da lugar rápidamente a ‘Just Dance’, ‘Love Game’ la interrumpe con otra soflama contra la gente rica y a favor de sus seguidores antes de arrancarse con ‘Telephone’, ‘Heavy Metal Lover’ la presenta caracterizada como la portada de ‘Born this Way’, cual motocicleta custom de gran cilindrada… Para ‘Bad kids’ llega el momento “camiseta-del-Barça” (eso, sobre todo, que no falte), pero aquí no es un mero trámite: se la deja puesta un buen rato. Y en este punto, empieza la fase peñazo de la noche. Nos empieza a largar un rollo larguísimo, se sienta con los bailarines, se deja adorar, le cae una lluvia de regalos, sigue dando las gracias, se pone al teclado instalado en la moto, grita “this is for you!”, pero la tía no canta, sigue hablando. Sus fans están maravillados, pero yo… Cuando ya estoy por pedir la hora, se arranca (¡por fin!) con una versión pianística y muy sentida de ‘Hair’, que entrecorta para decirnos, por enésima vez, lo contenta que está de que la vengamos a ver, nos pregunta si parece una chica española enfundada con la camiseta, toca ‘Yöu & I’, nos enseña el culo enfundado en medias y apenas cubierto con un mínimo tanga…

Afortunadamente, llega a su fin la etapa cansina. ‘Electric Chapel’ culmina su particular homenaje al heavy ochentero. ‘Americano’ la abre con una opereta matrimonial muda, para dar paso a otro de los momentos impactantes de la noche, con ella colgada entre terneras abiertas en canal. La escena acaba con metralletas y muerte; un gran número para una canción muy mediocre. Por suerte, ahí viene ‘Poker face’ para poner orden… y pasar de las terneras a las picadoras: la Gaga como un trozo de carne en una carnicería. Un largo desfile de los bailarines masculinos precede a la reaparición de la diva en un sofá hecho de músculos, vestida con pantalones militares y sus célebres ‘tetralletas’ para cantar ‘Alejandro’, otra de las cimas del set. Vuelve a la pasarela, entona una acortada ‘Paparazzi’, se carga a la cabeza parlante (¡bien!) y se despide con ‘Scheiße’. La gente baila, grita y se emociona.

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Los bises se hacen esperar, hasta que Gaga reaparece sola en lo alto del castillo con ‘The Edge of Glory’, coreadísima, y baja al escenario para cerrar con una breve ‘Marry the Night’ junto con todos los bailarines, mientras se pasea con una guitarra-teclado por la pasarela ante la rendición incondicional de su público. Sorprende la rapidez con la que se despide, dados los discursitos que han jalonado toda la actuación. Por una trampilla se desliza hacia abajo, como los bailarines. Se hace la luz. Se acabó. Un concierto que sin duda los fans habrán disfrutado al máximo, porque para ellos ha sido perfecto: su ídolo se ha prodigado, les ha demostrado por activa y por pasiva cuánto los quiere… pero para los no fans ha sido tedioso a ratos. A pesar de sus numerosas virtudes (buen sentido del espectáculo, sonido perfecto, gran interpretación), el conjunto flojea porque le falta una pizca más del humor que acompañaba a la Gaga de la era “Fame” y derivados, porque sus excesivos discursos rompen el ritmo (cosa que no hacen los intermedios, muy logrados en general) y, sobre todo, porque falla el aspecto crucial: las canciones. El trato de lujo a los temas de ‘Born this Way’ descompensa la balanza: toca casi todo el disco al completo y, por mucho que ella se empeñe, no tienen el carisma de sus grandes éxitos, palidecen en comparación. Aunque como dice la diva, “I don’t give a fuck”; ella se debe a sus Little Monsters, al resto que les den. Hoy por hoy, y visto lo visto, de momento, ni mamarracha (esto es indudable)… pero tampoco diosa. 6,5.

Foto: cesareb en Flickr, CC.

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