Aunque a algunos les cueste creerlo, no hay nada placentero a la hora de tener que escribir una crítica negativa sobre un trabajo ajeno. Al fin y al cabo nosotros nos quedamos dentro de nuestra zona de confort, es el otro el que ha tenido los machos de atreverse a crear un producto nuevo. Por eso, salvo contadas ocasiones, la peor aventura artística tendrá siempre más valor que la mejor de las críticas. Salvo contadas ocasiones, insisto, porque de vez en cuando llegan a la cartelera títulos que ponen a prueba tu buena voluntad, como ‘El chico del periódico’, filme que se mueve a medio camino entre la pretensión vacía y la vergüenza ajena, haciéndote dudar de la existencia de vida inteligente en este planeta.
Presentada a competición en el pasado festival de Cannes, donde se llevó y con razón abucheos y pataletas de la mayoría del público asistente, ‘El chico del periódico’ es obra de Lee Daniels, aquel director que hace tres años se convirtió en el niño mimado de Hollywood gracias a ‘Precious’, también conocida como aquella película en la que Mariah Carey parecía una buena actriz. Entonces su labor tras la cámara le valió una nominación al Oscar, pero o mucho cambian las cosas, o eso será lo más cerca que estará nunca de conseguir la estatuilla.
Porque a un director de cine se le perdona todo menos no saber qué es lo que quiere contar con su película. Y en este filme Daniels deambula como vaca sin cencerro buscando la esencia de la provocación y lo grotesco. De hecho, es imposible saber si ‘El chico del periódico’ es un filme de denuncia social, un tratado contra el racismo, un estudio de la compleja sexualidad humana, un sexythriller de Antena 3 a mediodía, un proyecto de fin de curso de primero de audiovisual, todo a la vez o quizás nada de eso.
Vale que adaptar a la gran pantalla una historia como la que propone Peter Dexter en su novela homónima no debe ser una tarea sencilla –que se lo digan a Almodóvar, que estuvo varios años detrás del proyecto y llegó a escribir un borrador del que iba a ser su salto a Hollywood aunque finalmente desistió–, pero el problema de esta película no reside tanto en el argumento sino en cómo está contado, empezando por el uso de una fotografía innecesariamente sucia y acabando por un montaje capaz de arruinar cualquier hallazgo, pasando por ese intento de subrayar el mensaje con insertos de planos de animales muertos o destripados, el abuso de una estética directamente salida del peor porno setentero y, por supuesto, la constatación de una dirección de actores a los que nadie obliga a pisar el freno.
En cualquier caso el reparto hace lo que puede para salvarse del naufragio, y si la sobreactuación es lo que necesitaban para mantenerse a flote, tampoco es cuestión de echar más sal en su herida. ¿En qué pensaría Nicole Kidman el día que rodó la escena en la que tenía que mear a Zack Efron encima? ¿Y Matthew McConaughey poniéndose completamente desnudo, atado y boca abajo frente a la cámara después de haber sido casi violado? ¿Creyó realmente Zack Efron que su salto al cine adulto tenía que pasar por aparecer casi todo el metraje en calzoncillos luciendo cuerpazo bronceado o, peor, su director que con esto salvaría la película? Venga, pues aunque sólo sea por eso, se libra del cero. 1.